David Hume. 1711-1776 |
Introducción: el criterio de verdad empirista aplicado a la ética y a la política.
1. Los juicios morales.
1.1. Tipos de juicios.
a) Conocimiento de hechos, propio de las ciencias empíricas.b) Conocimiento de relaciones entre ideas propio de las Matemáticas y la Lógica.
1.2. Peculiaridad de los juicios morales: no se basan en la razón.
1.3. La falacia naturalista.
2. El emotivismo moral.
2.1. Escepticismo académico a propósito de la sustancia pensante y de la ley natural.
2.2. Fenomenismo e impresiones de reflexión: el emotivismo moral.
a) Determinismo y negación de la razón práctica.
b) El placer y el dolor desintersado.
c) La utilidad.
c) El sentimiento de simpatía.
- Sentido etimológico.
- ¿Cómo surge la simpatía?
- ¿Cómo conocemos las pasiones de los otros?
3. Moral y religión.
Introducción: el criterio de verdad empirista aplicado a la ética y a la política.
Tanto Locke como Hume aplican el criterio de verdad a la política y a la ética (los dos asuntos de los que según Aristóteles se ocupaba la razón práctica). Locke descarta el fundamento divino del poder de los reyes por no haber ninguna experiencia histórica que pudiera fundamentarlo (no se encuentra ningún vestigio de que Adán cediera a una determinada familia el poder que recibió de Yahvé para gobernar sobre la creación), ni ninguna idea innata por la que se viera favorecida alguna persona para gobernar. Por eso, lo único que puede fundamentar el poder político es la voluntad consciente y libre de cada individuo que acuerda un contrato o pacto social al que todos pueden remitirse sin necesidad de inventarse nada. Hume hará lo mismo en el terreno de la ética. Descarta que los juicios morales se puedan fundamentar en las tendencias de la naturaleza humana puesto que no tenemos experiencia de ella (es cierto que yo me percibo como una cosa que piensa, como demuestra Descartes, pero no me percibo siempre y por lo tanto la continuidad de mi naturaleza es una generalización que va más allá de la experiencia). Tampoco los juicios morales se pueden basar en un deber que emane de la razón porque como veremos esos juicios incurren en la falacia naturalista.
1. Los juicios morales.
1.1. Tipos de juicios.
La razón puede elaborar dos tipos de juicios que se refieren a:
a) Conocimiento de hechos, propio de las ciencias empíricas.
Está constituido por todas las proposiciones que se refieren a datos de hecho. Los datos de hecho se obtienen de las impresiones, que son actos inmediatos de experiencia, ya sea externa (impresiones de sensación por las que conocemos las cualidades de los objetos del mundo exterior) o interna (impresiones de reflexión o pasiones, con las que conocemos nuestros estados internos de conciencia).
b) Conocimiento de relaciones entre ideas propio de las Matemáticas y la Lógica.
Está constituido por todas las proposiciones que trabajan con puras ideas. Al decir que son puras, prescindimos de si esas ideas corresponden a algún contenido o no, es decir, si dicen algo de la realidad. Solo se fijan en las asociaciones que establece la imaginación entre esas ideas al formar ideas complejas. Las proposiciones que describen las leyes de asociación de la imaginación (semejanza, contigüidad y causalidad), están sometidas a su vez a un principio fundamental: el principio de no contradicción, que es la norma básica de la lógica y de las matemáticas.
1.2. Peculiaridad de los juicios morales: no se basan en la razón.
Pero los juicios morales no pretenden ser ni conocimientos de hechos ni conocimiento de relaciones entre ideas. Los juicios morales dicen algo más que enunciar meros hechos, someten a una valoración tales hechos; valoración que tales hechos no traen consigo. Por ejemplo, el juicio "No se debe robar", enuncia algo diferente a que un robo se dé o no se dé, de hecho; emite una valoración del hecho de robar. Valoración que se basa en las emociones y no en la razón.
1.3. La falacia naturalista.
En efecto, no es racional afirmar "no se debe robar". Cuando decimos que no es racional, queremos decir que no hay ningún hecho al que corresponda ese juicio (no hay ciencia empírica que pueda ocuparse de él), ni tampoco su estructura depende de ninguna de las leyes de asociación. La prueba de su irracionalidad es que desde un punto de vista lógico ese juicio es falaz. Veamos por qué.
Esta falacia consiste en lo siguiente: cuando a partir de una descripción de un hecho (algo que “es”), pasamos a una prescripción (así “debe” ser), entonces estamos cometiendo un error de razonamiento. Para entender cómo funciona este error de razonamiento, es mejor ver un ejemplo. Si alguien dice, por ejemplo, que el ser humano “es” por naturaleza agresivo, es probable que esa misma persona se va a ver tentada a concluir que debemos ser agresivos o que tal vez es bueno ser agresivos (porque así piensan que “cumplimos” con nuestra naturaleza y muchos creen que siempre es bueno cumplir con nuestra “naturaleza”). Pero Hume dijo que es precisamente este paso el que no está justificado. Es decir, aunque fuera verdad que somos agresivos por naturtaleza (algo, en todo caso, muy debatible), esto no significa que tenemos un “deber de ser” agresivos. Claramente usamos nuestra razón para controlar nuestros impulsos y para decidir cómo nos conviene actuar en determinadas situaciones (esto está muy relacionada con otra falacia que se llama “falacia naturalista”).
Por lo tanto, ese "debe" no es racional, sino irracional, pasional, emocional, sentimental. Veamos cómo se puede fundar la moral en esta base irracional.
2. El emotivismo moral.
2.1. Escepticismo académico a propósito de la sustancia pensante y de la ley natural.
Como acabamos de ver, si la moral se fundara en la razón entonces todos los juicios morales serían falaces (falacia naturalita). ¿Se fundarán entonces los juicios morales en la ley natural?
Locke (y antes que él Aristóteles, los estoicos o Santo Tomás) fundamentan la moral en una supuesta naturaleza humana. En efecto, para Locke los individuos están en posesión de unos derechos naturales que serían dados por Dios. Sin embargo, para Hume tal naturaleza no existe. La expresión de esa naturaleza humana en la modernidad es la conciencia, el yo, del que no hay conocimiento alguno.
En este sentido, Hume critica la sustancia pensante cartesiana. Aun admitiendo la validez de todo el proceso cartesiano de la duda metódica, esta únicamente nos demuestra que hay pensamientos indudables, pero no que haya algo tras esos pensamientos, es decir, no que haya una sustancia -llámese alma, conciencia, o yo- en la que se dan esos pensamientos y de la que se pudiera deducir, como hace Santo Tomás una ley natural.
Por lo tanto, la moral no se fundamenta en la ley natural porque no hay sustancia racional de la que pueda deducirse. Esta posición que niega la posibilidad de fundamentar el conocimiento en una realidad, en este caso en un yo, que esté más allá de los fenómenos se llama escepticismo académico.
Por lo tanto, si los juicios morales no se pueden fundamentar en la ley natural o en una sustancia racional inexistente, entonces se fundamentan en las pasiones (o impresiones de reflexión o sentimientos) con las que valoramos determinadas acciones o cualidades.
2.2. Fenomenismo e impresiones de reflexión: el emotivismo moral.
Cuando emitimos un juicio de valor acerca de un hecho, lo único que estaríamos haciendo es expresar los sentimientos que nos produce ese hecho; sentimientos que se reducen a dos básicos: agrado o desagrado. Así, cuando emitimos el juicio de valor "No debes robar", lo que en el fondo estamos diciendo es "Me desagrada que robes". Por lo tanto, los juicios morales son valoraciones de acciones y de cualidades, valoraciones que responden a fenómenos pasionales que son nuestros estados de conciencia como, por ejemplo, angustia, agrado, etc. A esta postura que parte de que la moral se funda en los sentimientos se la conoce como emotivismo moral.
a) Determinismo y negación de la razón práctica.
Los
juicios morales suscitan pasiones y promueven o impiden acciones que la
razón es incapaz de suscitar porque no tiene poder para mover a la
voluntad. Solo las pasiones tienen fuerza de voluntad para determinarnos
a obrar. Esto significa aceptar el triunfo de las pasiones y negar que
la razón pueda ser practica, es decir, que la razón pueda guiar y
determinar a la voluntad. Ya san Agustín había afirmado que "no hago el
bien que quiero, sino el mal que no quiero" al experimentar en su propia
vida el drama personal de la incapacidad de la razón para mover a la
voluntad a hacer aquello que la razón había decidido libremente como lo
mejor. Esa desconexión entre la voluntad y la razón obedecía a un
debilitamiento de la naturaleza humana causada por el pecado original
que solo se podía restaurar por medio de la comunión entre la voluntad y
el Espíritu Humano que otorgaba la gracia. La gracia, o amor de Dios,
devolvía al ser humano la libertad para no solo querer el bien sino para
poder hacerlo.
Esta
desconexión entre razón y voluntad ya no lo describe Hume en estos
términos teológicos, sino que obedece a la manera de presentarse la
naturaleza humana. Al realizar todos nuestros actos nos encontramos
determinados por motivos internos (pasiones). Todo lo más, la razón
puede ponerse al servicio de las pasiones y colaborar con ellas,
despertándolas y orientándolas.
b) El placer y el dolor desintersado.
Las pasiones se refieren al "yo", "es decir, aquella persona particular de cuyas acciones y sentimientos cada uno de nosotros está íntimamente convencido".
Hume habla de pasiones directas, que dependen en forma inmediata del placer y del dolor, como por ejemplo el deseo, la aversión, la tristeza, la alegría, la esperanza, el temor, la desesperación o la tranquilidad. Pues bien, el sentimiento que sirve de base a la moral es un sentimiento particular de placer y de dolor. La virtud provoca un placer de tipo particular, al igual que el vicio provoca un dolor de tipo particular.
¿De qué placer o dolor peculiar estamos hablando cuando hablamos de moral? Ante la virtud de una persona, experimentamos un placer que nos impulsa a alabarla (del mismo modo que ante el vicio experimentamos un disgusto que nos impulsa a criticarlo). Se trata de un tipo de placer o de dolor desintersado. Justamente en eso consiste el rasgo específico del sentimiento moral: en ser desinteresado. Su “desinterés” garantiza que el juicio moral basado en esa emoción no recomienda una acción egoísta sino una acción útil para todos.
Hay que notar lo especial que es esta pasión desinteresada. Porque si por un lado la pasión es un contenido muy personal del yo, por otro lado, Hume afirma que algunas de esas pasiones tan personales no son egoístas. Algo tan del yo como es una pasión, puede ser una emoción que no se tiene por el yo sino por los demás.
Abundemos en este asunto.
c) La utilidad.
¿Cómo sabemos que ese placer o dolor es de verdad desinteresado y por lo tanto moral?
Esta utilidad social es, precisamente, el criterio que nos permite evaluar el desinterés del placer y del dolor. Hume disiente del individualismo de las teorías contractualistas de Hobbes y de Locke porque para los seres humanos, vivir en comunidad es más provechoso que la libertad y la independencia individuales. En concreto Locke, fundador del liberalismo político, considera que el único motivo por el que los individuos pasan del estado de naturaleza al estado civil es porque en el estado natural los individuos son incapaces de defender de manera armoniosa su propiedad privada. De ese modo, en el contrato social consienten en ceder al estado el derecho individual de defender esa propiedad privada. Hume critica a Locke y al resto de contractualistas que no sea la simpatía desinteresada hacia los demás lo que lleva a los individuos a vivir con los demás, sino el miedo egoísta a perder lo que es suyo.
c) El sentimiento de simpatía.
Pero, ¿cómo podemos coincidir en que nos agrade lo mismo y nos desagrade lo mismo? Gracias al sentimiento de simpatía.
- Sentido etimológico.
Simpatía es "conexión de pathos", es decir, de padecimientos, pasiones, estados de ánimo. Con una expresión más rotunda, podemos decir que etimológicamente simpatía significa "padecer con".
- ¿Cómo surge la simpatía?
Es un hecho la comunicación de estados de ánimo, de padecimientos, se sentimientos (impresiones de reflexión) que observamos entre seres humanos. Pues bien, ¿cómo se produce esta comunicación de estados de ánimo entre los hombres?
Hume lo explica así: a partir de la conversación con los otros, o a través de signos externos tales como la expresión del rostro, los gestos, etc., podemos hacernos una idea de las pasiones de ese individuo. Esa idea de sus pasiones puede adquirir tal vivacidad que se convierte ella misma en una pasión (es decir, una impresión de reflexión) para nosotros. Así surge la simpatía mediante la cual nos colocamos en el lugar del otro, "padecemos con" él.
- ¿Cómo conocemos las pasiones de los otros?
Ahora bien, ¿qué es lo que nos permite hacernos una idea de las pasiones de los otros? Gracias a las dos leyes básicas de asociación que ya hemos mencionado al hablar del conocimiento de relaciones de ideas, a saber: la semejanza y la contigüidad.
Por el hecho de pertenecer a la especie humana ya tenemos una serie de semejanzas con los otros hombres que nos permite hacernos cargo de su estado de ánimo. En efecto, El sentimiento o capacidad de simpatizar con la felicidad o la desgracia ajenas es común a toda la humanidad y explica que las personas estén de acuerdo en juzgar pasiones. En palabras de Hume:
"... nos es imposible advertir en los demás una pasión o principio cuyo paralelo no encontremos en nosotros mismos".
Si además existen otras semejanzas como la lengua, el país, el carácter, etc., se facilita la simpatía.
Es necesario además que estemos en relación con las personas para que se produzca la simpatía, es decir, que exista una contigüidad entre ellas y nosotros.
3. Moral y religión.
Las ideas de virtud y de felicidad servirán de base a una moral que quiere desligarse de la religión. La religión no posee un fundamento moral. Entre religión y ética no existe una verdadera conexión. El fundamento de la ética, lo hemos dicho, es el sentimiento desinteresado y útil socialmente. En cambio, la religión posee un fundamento instintivo relacionado con el terror a la muerte y la preocupación por una vida futura.
En esta crítica a la religión podemos ver el compromiso de Hume con uno de los ideales de la ilustración, el que intenta liberar a los seres humanos de las causas sociales que perjudican su convivencia. En concreto, la religión es vista por Hume como una fuente de conflictos entre las naciones y una superstición que no permite lo que pronto llamará Kant la autonomía y la mayoría de edad de los ciudadanos.
Este es otro de los puntos en los que Hume se separa del fundador del empirismo, Locke, para quien el ateísmo no es deseable puesto que al negar la existencia de Dios se niega la ley natural puesta por el creador en la naturaleza humana.
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