lunes, 12 de septiembre de 2016

Autodesprecio

El profesor de filosofía de secundaria, más que cualquier otro, está expuesto a tres deformaciones epistemologicas que afectan a sus alumnos, a la materia que imparte y al propio profesor.

La primera de estas tres deformaciones, la que tiene que ver con los alumnos, consiste en que el profesor crea que no pueden aprender lo que tiene que enseñarles. Los alumnos carecerían del interés, de la capacidad cognitiva y de las bases académicas necesarias para recibir con aprovechamiento la enseñanza de la filosofía.

La segunda, el desprecio del profesor por lo que tiene que enseñar, afecta directamente a la materia. No es infrecuente que haya dejado de leer filosofía, que no escriba o que ni siquiera hable en términos propiamente filosóficos con otros interlocutores.

La tercera deformación epistemológica se vuelve contra el profesor. Éste protagoniza la puesta en escena del autodesprecio que siente como consecuencia logica de las dos primeras deformaciones. Se presenta ante los alumnos como alguien que no está cuerdo. Ante los compañeros como un sabio desaprovechado. Y en general, aparece como un rebelde sin causa.

Pueden esbozarse algunas contramedidas que despisten los efectos corrosivos de estas tres deformaciones.

1) Al prejuzgar lo que el alumno no puede aprender, el profesor se distrae de lo que sus alumnos sí pueden aprender. Sobre todo lo que puede aprender el alumno que quiere aprender.

2) El profesor debe volver a la filosofía. Habrá de abandonar los rodeos por los vericuetos de documentales, películas y otro tipo de fuentes que en sí mismas delatan la contradicción performativa de querer enseñar filosofía sin enseñar la mercancía filosófica. Los medios y los fines de la enseñanza de la filosofía  coinciden. De existir una pedagogía filosófica ésta sería indiscernible.

3) El profesor que ni cree en sus alumnos ni en lo que puede enseñar, tampoco cree en sí mismo como docente.

En un alarde narcisista, escenificará parodias de autodesprecio que edulcorará con tintes "a la Diógenes". Incluso, los menos conscientes, usarán un discurso sadomasoquista. Tales parodias y discursos están lejos de cualquier parábola cínica porque ocultan aún más la tarea de la filosofía tras la máscara del personaje despreciado. Tampoco entran en la lógica sadomasoquista porque no ocupan ningún espacio desnormativizado ni responden a ninguna instatisfacción nacida de los excesos deontológicos.

La finalidad de ese autodesprecio es la reclamacion de la visibilidad social normalizada negada. Un pataleta aparentemente sofisticada de sadomasoquismo de cartón piedra.

Pero la devoción del profesor de filosofía por enseñar filosofía a sus alumnos puede encontrar una ejemplaridad deseable en algunos equipos directivos y orientadores. Me refiero a aquellos que con fe inquebrantable se creen a pies juntillas la operatividad de los procedimientos normativos y las formalidades psicopedagógicas. Inconscientes de la inutilidad de su tarea, son, sin embargo, los santos de la fe a los que el profesor de filosofía debe imitar. Éste, ya sí, con conocimiento de causa de la inutilidad de su tarea. En la que ve un valor epistemológico de la filosofía.

La alegría de su tarea bien podría consistir, entonces, en iniciar a los alumnos en esa experiencia de la libertad del pensamiento. La actividad en la que éste se hace "verdadera-mente" potente.

La lechuza, el animal filosófico valorado por su simbolismo por Aristóteles y Hegel, algo nos dice de esa actividad. Se trata de la experiencia de permanecer expectante en soledad, en la oscuridad y el desconcierto. Y volar allí donde otros huyen.

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