lunes, 17 de abril de 2017

12. La sexualidad humana.

"El hombre es aquel que nombra, y por ello vemos que habla la pura lengua. Toda Naturaleza, en cuanto se comunica, se comunica en la lengua, y por lo tanto en última instancia en el hombre. Por ello el hombre es el señor de la naturaleza y puede nombrar las cosas. Sólo a través de la esencia lingüística de las cosas llega el hombre desde sí mismo al conocimiento de éstas: en el nombre. La creación de Dios se completa cuando las cosas reciben su nombre del hombre, de  quien en el  nombre habla sólo la lengua" (Walter Benjamin. «Ensayos escogidos»; Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2010 [1968], página 132).


Uno de los grandes descubrimientos del psicoanálisis es que no existe un instinto, un empuje biológico, que gobierne la acción humana y, en especial, la procreación. El deseo de un hijo no responde a una llamada biológica. Sin embargo, cuando ese deseo se presenta en una mujer se manifiesta con una intensidad asombrosa que no atiende a razones, a conveniencias... se impone con una fuerza, que obedece a un orden causal distinto del biológico, pero que recuerda a la fuerza de lo instintivo. ¿Como es posible que no respondiendo a una cuestión de índole biológica, que no habiendo un instinto reproductivo, sin embargo, haya en muchas mujeres un deseo tan intenso de tener un hijo?
En 1973, Lacan, en su Seminario XX decía que "hombre, mujer y niño no son mas que significantes". En efecto, mujer y madre, en principio, no son mas que significantes, no son mas que palabras. Lo cual nos aleja de la idea de que pueda haber una esencia materna o una esencia femenina. Sin embargo, cuando vamos encadenando los significantes estos forman un discurso. Y los discursos crean vínculos, constelaciones. De manera que no se puede afirmar que "mujer y madre" sean palabras que no quieren decir nada. Bien al contrario, hacen referencia a aspectos de la existencia que han necesitado que aparezcan esos significantes diferenciales, que siguen existiendo hoy con mucha potencia. La condena de los humanos a vivir en el lenguaje consiste en que solo podemos vivir diciéndonos a nosotros mismos, a los otros, al mundo; solo podemos existir humanamente buscando una identidad entre el mundo y las palabras, entre nuestro ser y las palabras. Pero a la vez, estas palabras con las que intentamos decirnos, hacen ser. Por ejemplo, dice Lacan, cuando miramos al cielo y decimos que estas estrellas tienen forma de Osa Mayor, estamos haciendo ser porque la Osa Mayor es una constelación. Lo mismo ocurre, en parte, con las palabras madre y mujer, que hacen ser. Esta peculiaridad de la naturaleza humana que conlleva la distancia entre el ser y el lenguaje tendemos a olvidarla, a borrarla. Cuando hablamos pensamos que hay una identidad entre lo que decimos y lo que somos. Esta distancia hace que haya cosas que decimos bien, otras que decimos mal y otras que ni siguiera podamos decirlas o nombrarlas. El psicoanálisis intenta conquistar para el "bien decir", tanto teóricamente como en la experiencia singular que puede tener uno en un análisis, la mayor parte de los territorios que tienden a quedar en la oscuridad, a ser mal dichos. Pero también el psicoanálisis trata de llegar a asumir esa parte que no puede ser dicha, pero que por lo menos, con la experiencia de un análisis, podemos localizar, circunscribir y sostener sin tener que transformarla en sufrimiento, sin que se convierta en una "mal-dicion".

Freud, en 1908, escribió un artículo titulado "Teorías sexuales infantiles" en el que plantea que todo niño, tarde o temprano, acaba haciéndose la pregunta "¿de dónde vienen los niños"?, de dónde vengo yo, de dónde viene este hermano que acaba de nacer. Detrás de esta pregunta ingenua e infantil se encuentras tres grandes cuestiones:

- La diferencia sexual: hay un padre y una madre.
- El coito: qué ocurre entre el padre y la madre que da lugar a un niño.
- La gestación y el parto: los cambios que van ocurriendo en el cuerpo de la madre que dan lugar a otro ser.

Estos asuntos son fundamentales para el ser humano, en esta falta suya de instinto, porque su ausencia nos deja con dificultades para poder hablar de ellas, para poder cernirlas, para poder "bien-decirlas". Desde niños realizamos todo tipo de teorías acerca de lo que son las relaciones entre los sexos, en qué consiste la sexualidad, el coito, cómo es éste posible, o cómo no se puede hacer,  de manera que se van desarrollando lo que llama Freud en este articulo "las teorías sexuales infantiles". Seguro que si pensamos en nuestra experiencia infantil todos tenemos muchas anécdotas al respecto. En esta preguntas por el origen de los niños, los significantes "mujer y hombre, padre y madre" cobran un inusitado interés. Son el objetivo de la oreja del niño cuando le vemos con la antena puesta para ver que se dice de lo que pasa con las personas designadas con estas palabras. Freud, a partir de la observación de los niños y de lo que le contaban los adultos que analizaba, idea dos complejos fundamentales, que irá matizando a lo largo del tiempo, que han permitido al psicoanálisis orientarnos para ver qué ocurre con estos significantes primordiales, lo que tienen que ver con el goce sexual y con el papel que uno mismo puede tener tanto en la sexualidad como en la procreación. En suma, con la constelación de palabras alrededor del nacimiento. Se trata del complejo de Edipo y del complejo de castración.

El nombre de complejo de Edipo lo tomó de la tragedia de Sófocles, en la que Edipo mata a su padre, forma pareja con su madre, sin que él ni sus padres quisieran que eso ocurriese, y sin que ninguno supiera que había ocurrido. Incluso, cuando ya ha sucedido, ninguno quiere saber nada sobre ello. Es el pequeño drama que ocurre en cada familia. Freud observó que las primeras experiencias de deseo, de goce, de rivalidad, tienen lugar en el ámbito familiar. En efecto, las relaciones entre padres e hijos, lejos de ser asépticas, temperadas y asexuales, son apasionadas, intensas y la sexualidad está en juego en ellas. Y esto especialmente en la infancia. Todos tenemos pequeños recuerdos singulares de la intensidad del amor hacia el padre o hacia la madre. Ahora bien, el cariz de esta sexualidad que hay en juego en la familia, no se debe a que el padre sea el padre y la madre sea la madre. Mas bien se debe al ámbito en el que el niño está acompañado por determinadas personas en su crecimiento y en su educación. Si son otras personas distintas al padre o a la madre tradicionales, el Edipo tendrá lugar igualmente con esas otras personas: abuelo, profesor, cuidador, etc. En este pequeño ámbito íntimo que es la familia, donde el niño crece y es cuidado, la madre representa para el pequeño "el otro primordial", independientemente de si es o no "ella" quien le ha dado a luz. De ella depende la vida del infante y con ella establece un vinculo corporal muy profundo. A través de la alimentación, del aseo, del cuidado del cuerpo, la intensidad de este vinculo hace que la madre, o el deseo de ella, se convierta en el primer objeto de amor y deseo del niño. El padre, por su parte, pone límites a esta relación intensa entre la madre y el hijo, apoyado en la singularidad de su relación con la madre. Así pues, hay una persona que se hace cargo mas intensamente de las necesidades del niño (la madre) y luego hay otra, que tiene un vínculo con la madre, que tiende a poner limites a esa intensidad que lleva cierta inercia de repetirse (el padre).

En 1925, Freud se empezó a dar cuenta de que el edipo funcionaba de manera diferente si el hijo era un niño o si el hijo era una niña. Se dio cuenta de que la diferencia sexual en el mundo simbólico humano era tan importante que no se podía obviar. Escribe su estudio titulado "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica" en el que intenta estudiar cómo se puede ordenar la diferencia sexual anatómica en la psique humana a través del complejo de castración. Una vez mas, se basa en la observación de los niños y en la experiencia con sus analizantes. Freud constata la importancia de los órganos sexuales, tanto por su pregnancia imaginaria, como por las sensaciones que produce en el cuerpo del niño. Pero también por todo el misterio que en el discurso de los adultos acompaña a los órganos sexuales. Freud establece la premisa de que tanto para los niños como para las niñas hay la suposición de que tanto los hombres como las mujeres poseen un pene. Por lo cual, tanto para el niño como para la niña, resulta una sorpresa comprobar que una parte de la humanidad no lo tiene. El correlato psíquico que acompaña a este descubrimiento es para los niños varones el temor a perder su pene, lo que Freud llamó "angustia de castración". Y para las niñas, el correlato psíquico de descubrir que no tienen pene es el deseo del pene, llamado por Freud "envidia del pene". Tanto la angustia de castración para el varón como la envidia del pene para la mujer, son motores psíquicos de primer orden. ¿Por qué? En principio y sobre todo para separarse del apego erótico libidinal a la madre y poder dirigir así su empuje libidinal hacia otros objetos fuera del ámbito familiar. El varón, por el temor a perder su pene de manos de su padre, como castigo por haber osado amar y desear a la madre, y la niña por el resentimiento contra la madre por haberla hecho castrada como ella, lo que hace que se dirija fuera del ámbito familiar a buscar un sustituto del pene, en otro lugar. En la clínica se constata que en los hombres existe un apego al tener y una angustia a perder. Mientras que en las mujeres el padecimiento viene mas bien por el no tener y por el sufrimiento de la falta propia.

Freud pensaba que el descubrimiento de la castración para la mujer tenía consecuencias trascendentes porque le exige decantarse por una posición. En el momento en que descubría su falta de pene tenia que elegir entre una de estas tres vías:

- El rechazo y la inhibición de la sexualidad (frigidez) como consecuencia de la herida narcisista y del sentimiento de inferioridad que acompaña a la comparación del pene del varón con el pequeño clítoris de la mujer. La causa de esa herida narcisista es la madre que la ha hecho castrada como ella. El edipo no se supera y se queda fijado en la madre.

- El complejo de masculinidad. En este caso, la mujer rechaza su castración, se identifica con el padre y actúa asumiendo un rol masculino. "Yo soy la que puedo, yo soy la que tengo". En las parejas, por ejemplo, ellas toman ese papel de "llevar los pantalones". Esta identificación masculina sirve a las mujeres para reafirmar el descubrimiento de la castración. El edipo no se supera y se queda fijado en el padre.

- La feminidad normal. "Normal" porque supera las fases del edipo: ni se queda fijada en la madre (como en la frigidez) ni en el padre (como en la masculinidad). Consiste en cambiar de zona erógena del clítoris a la vagina. Y cambiar el objeto de amor de la madre al padre y posteriormente a sus sustitutos. De ese modo puede recuperar el pene a través de la relación con un hombre con el que puede tener un hijo, preferiblemente varón, que será el sustituto de ese pene ausente: el hijo como recuperación de eso que le falta. Lo que de alguna manera explica por qué de repente una mujer necesite tanto tener un hijo sin que la causa sea el instinto biológico. De hecho, la mujer siente cuando está embarazada que "tiene" algo de valor. En esta tercera vía, Freud excluye la posibilidad de que la mujer pueda alcanzar la recuperación de la castración a través de una relación de amor y de sexo con un compañero. Plantea incluso que el fin de la mujer que elige esta vía es ser solo madre con su marido. En 1932, en su conferencia titulada "La feminidad", dice explícitamente:

"Solo la relación con el hijo varón brinda a la madre una satisfacción irrestricta; es, en general, la mas perfecta, la mas exenta de ambivalencia de todas las relaciones humanas. La madre puede transferir sobre el hijo varón la ambición que debió sofocar en ella misma. Esperar de él la satisfacción de todo aquello que le quedó de su complejo de castración. El matrimonio mismo no está asegurado hasta que la mujer haya conseguido hacer de su marido también un hijo y actuar de madre respecto de él."

Freud elude aquí, como venimos diciendo, que un vínculo entre hombre y mujer pueda estar sustentado en la sexualidad y el amor de la pareja. Pero no solo por parte de la mujer. En su estudio titulado "La degradación general de la vida erótica" de 1912, explica la dificultad también para algunos hombres de poder juntar en la misma persona a la mujer idealizada (la madre asexual) con la mujer deseada, sexualidada, a la que normalmente tiene que degradar para poder poner en ella su deseo y su sexualidad. Para el hombre existe esta dificultad específica de separar madre y mujer, de una manera muy propia de su sexo.

Lacan, que empezó su enseñanza en 1953, se tomó muy en serio la dificultad de la relación de los seres humanos con la madre, el "otro primordial" del psiquismo del niño. A través de la ausencia y de la presencia de la madre el niño se ve obligado a entrar en el orden simbólico del lenguaje. El niño identifica muy pronto a la persona de la que depende su bienestar. Pero ese otro primordial aparece y desaparece a su antojo, responde o no a sus llamadas, y cuando responde lo hace de peor o de mejor manera. La crisis que esto produce en el pequeño, esta mezcla de dependencia y de impotencia respecto a la madre, empuja al niño a doblegarse al orden simbólico, es decir, a tener que recurrir a la palabra para dominar las idas y venidas de ese objeto primordial que es la madre. Dice Lacan:

"El momento en que el deseo (del niño) se humaniza es también el momento en el que también el niño nace al lenguaje".

En 1958, Lacan profundiza un poco más en la compleja relación de la madre como motor primordial del psiquismo de su hijo. En este caso para explicar cómo se introduce el pequeño infante en la dialéctica humana del amor y del deseo gracias al sostenimiento de la madre. El binomio "necesidad-objeto de satisfacción" que parece darse en el mundo animal con total naturalidad, debido al instinto biológico, en el mundo humano está totalmente desvirtuado por el hecho de estar inmersos en el lenguaje. La entrada en el lenguaje que se deriva del desamparo original del niño, le obliga a pasar su necesidad por el lenguaje. Cuando necesita algo tiene que hacer pasar su necesidad por el desfiladero de los significantes. El niño hace una llamada a su madre para hacerle saber de su necesidad. Llamada que tiene que ser interpretada por la madre, y conforme a esta interpretación la madre responderá con un objeto a esa necesidad. Hay una gran grieta entre lo que al niño le parece necesitar, la demanda que logra hacer de lo que necesita, lo que interpreta la madre en esa demanda y lo que puede realmente darle. Como consecuencia de este desfase, producido exclusivamente por el hecho del lenguaje, aparecen dos fenómenos netamente humanos, que no se dan en otros animales (quizá si en los animales domésticos):

- El sujeto infantil en su impotencia, antes que nada, parece que mas que la necesidad del objeto, del alimento, del aseo, etc., tiene necesidad de la presencia de la madre. La demanda de esta pura presencia de la madre la llama Lacan "demanda de amor". Esta demanda de amor tiene desde el primer momento autonomía propia y guía la vida erótica de los humanos durante toda su vida, más allá de las necesidad de cualquier objeto que necesitemos para satisfacer nuestras necesidades concretos. Cuando un niño dice "¡mamá", y su mamá  le responde "qué quieres", el niño dice "nada". O también entre los enamorados que se dicen: "¿que quieres?... nada". En el amor lo que se quiere es sentir la presencia del otro. Esto no ocurriría si hubiese un encaje perfecto entre nuestras necesidades y el objeto demandado, entre el hambre y el alimento, por ejemplo.

- El otro fenómeno netamente humano que surge al hacer pasar la necesidad por la demanda es el deseo. En su obra "La significación del falo", Lacan dice:

"El deseo no es ni el apetito de la necesidad ni la demanda de amor. Sino que es precisamente el resultado de restar a la demanda de amor, la satisfacción de la necesidad."

El deseo es ese agujero que nos queda después de que la persona a la que le demandamos su presencia y ese objeto de la necesidad, nos lo da. Ese agujero es el gran motor de la vida humana.
La tercera función en la que se da la relación entre la madre y el hijo es la de constituirse éste en un sujeto separado. Las idas y venidas de la madre no solo fijan al niño a incorporarse al universo simbólico del lenguaje sino que también agudizan la curiosidad infantil por aquello que le interesa a la madre, quién soy yo para ella, qué es lo otro que hay que a la madre le interesa hasta el punto de irse sin mi. A esta función la llama "deseo de la madre".

Aunque Lacan sigue la explicación freudiana del deseo de la madre según la cual la madre quiere el pene del padre, va mas allá y se pregunta: ¿que quiere decir eso de que la mujer quiere un pene? Lacan responde con un cambio de significante porque el significante "pene" tiene resonancias demasiado cercanas al organo masculino. Por eso prefiere decir que la mujer desea el "falo", que es el pene en cuanto representante de aquello que desea y aquello que se desea.

Decía Freud que, en el mejor de los casos, el niño varón llega a ser un falo para la madre. Pero también en el mejor de los casos, el hijo-falo no colma del todo a la madre y ésta aparecerá entonces con su cara de mujer que desea otras cosas que no son un hijo. Por ejemplo: al padre del niño, a otros hombres, a una mujer, un trabajo, los amigos, la cultura... Lacan recupera entonces la libido materna (que Freud había dejado olvidada en el niño-falo como respuesta de la feminidad natural a la castración) y la pone más allá del objeto-niño. Aquello que el niño ve que desea la madre es fundamental para orientar su subjetividad. A esto lo denomina Lacan "el nombre del padre", que tiene que ser sostenido en otra persona o personas. Es necesaria una madre que desee algo más que a su hijo como falo para que el niño no se quede atrapado en su condición de falo compensador de la falta de la madre.
Este complejo entramado que arma la relación madre-hijo se da en un encuentro cuerpo a cuerpo. Se da en una relación, por un lado, de cuerpos imaginarios. La madre sirve de espejo al niño que va constituyendo de esta forma la imagen de su propio cuerpo, por ejemplo por medio de las palabras que la madre le dice: "qué ojos tan bonitos tienes...". Y por otro lado, además de este cuerpo imaginario,  están los efectos de goce que tiene tanto para la madre como para el niño el dar de mamar, acunarlo, dormir juntos, vestirle, jugar con él. Hay todo un mundo en este cuerpo imaginario y en este cuerpo que se goza que, según como se dé, nos deja marcas indelebles.
La intensidad de esta relación con la madre deja en el niño algo muy deseado, pero también, al mismo tiempo, algo que causa horror. El deseo de la madre tiene por lo tanto dos vertientes. Por un lado, en el niño, desde su desamparo original, que pervive en la adultez, hay un deseo de permanecer unido a esta madre, el otro primordial, dispuesta ésta a responder a la demanda del niño con el objeto de su necesidad, con el signo de amor y dispuesta a sostener al niño en su constitución como sujeto separado. Este anhelo de la figura materna trasciende a menudo a la vida erótica de los individuos en la adultez. Decimos: "es que busca a una madre", "es que busca a un padre". Pero también este deseo de la madre tiene su lado oscuro cuando el niño ve que la madre tiene deseo. En este caso, tanto si lo que la madre desea es reintegrar al hijo como su objeto para completarse como cuando la madre desea sexualmente otros objetos que no son el hijo, hace que la madre sea para el psiquismo del niño una figura que angustia. Lacan habla de la madre como "la boca del cocodrilo" que sin un palo que le ponga el "nombre del padre" en la boca, para separala de su hijo, se lo pueda comer. O la versión de la "loca Medea", la madre de Hamlet, capaz de asesinar a sus hijos o a su marido por el deseo sexual hacia un hombre.

Cada madre se ve avocada a buscar un camino para sostener su complicada función. El hecho de quedar embarazada ya implica todo un acto subjetivo sobre todo en nuestra época en que es posible, técnica y socialmente, separar la maternidad de la sexualidad. En la versión ideal de nuestra sociedad, un hijo debe nacer en un entorno con un hombre y una mujer. Sin embargo, incluso cuando es así, son innumerables los pliegues ocultos que tiene una relación de pareja basada en el amor. En la concepción de un hijo siempre hay algo sintomático, se pone en juego una parte de lo que no funciona para los sujetos implicados en la concepción. Y eso hasta tal punto que es pertinente preguntarse ¿con quién está realmente teniendo un hijo la mujer (mas allá, claro está, del factor biológico)?

Además de esta vivencia subjetiva, hay "un real" que ocurre en el cuerpo de la mujer que la deja conmocionada: el embarazo, el parto, dar de mamar. Esta experiencia del cuerpo es un territorio en el que resulta muy difícil poner palabras que describan lo que ocurre ahí. A lo que sumamos su función de sostenimiento para el niño de ser su "otro primordial", así como también la confrontación con la subjetividad propia del niño que no se acopla necesariamente a las expectativas de la madre. Sin olvidar tampoco las alteraciones que se producen en "el arreglo" que la madre podría haber alcanzado ya en las relaciones con su compañero. Pero sobre todo, la función-madre tiende a invadir toda esa parte de la mujer que no se satisface con la maternidad. 

En este conglomerado de tensiones cada mujer intenta recomponerse como puede. Hay madres que idealizan la maternidad, el amamantamiento, la crianza, y se quedan petrificadas a la función de madre. Otras madres enseguida quieren volver a su lugar de mujer ligada a otros objetos como el trabajo, la pareja. Y lo hacen a veces con alivio, a veces con culpa, incluso con arrepentimiento ("madres arrepentidas" de ser madres). Otras veces las parejas se rompen...

Para Lacan, a diferencia de Freud, hay una diferencia fundamental entre mujer y  madre. La primera versión de esa diferencia la propone en un estudio de 1958 en el que se ocupa de la diferencia entre hombre y mujer. Se centra para ello en la relación diferencial que tienen con el falo como significante representante del deseo. El falo se puede "tener" o se puede "ser el falo". El hombre tiene su pene-falo. La mujer, por su parte, es el falo cuando se pone en el papel de hacer semblante de objeto para gustar a los hombres o al hombre que desea. También el niño es falo en su vertiente de falo de lo que le falta a la madre. Por lo tanto, en esta primera versión, la diferencia entre hombre y mujer consiste en que la mujer es quien se hace falo haciendo de objeto para un hombre que tiene falo pero que no es falo. 

En 1960, sin embargo, en su escrito "Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina", Lacan propone una segunda versión. Se da cuenta de que reducirse a ser el falo para el hombre, o a desear la compensación fálica bien mediante el órgano de su compañero sexual, bien mediante el hijo-falo, no da cuenta de toda la vida erótica y  libidinal de la mujer. En esta segunda versión apunta otras diferencias con el hombre: el interés por el amor, la experiencia singular del órgano vaginal, las experiencias místicas, los vínculos con otras mujeres,  el enigma de la frigidez. 

En los años 70 desarrolla aún más esta segunda versión. Se da cuenta de que hay otra lógica en la relación del ser hablante con el lenguaje distinta de la lógica fálica. No todo puede estar ordenado con la lógica binaria del "tener-ser el falo", que es, al fin y al cabo, la misma lógica que tiene el lenguaje: "es-no es". Puede haber otra lógica. La lógica del "no todo bajo la ley del falo", no todo bajo la ley del significante. Hay una experiencia refractaria al orden fálico que tiene efectos en todos nosotros. Así, por ejemplo, la experiencia del cuerpo en la maternidad o el erotismo femenino se sitúan dentro de este territorio. Se dibujan así dos formas de situarse en la existencia. Una, la masculina, que entiende que lo que se sale del reino ordenado por el falo es una excepción que debe intentar ser ordenada por el falo. Y otra, la posición femenina para la que se impone la existencia de ese otro territorio en el que no reina el falo, sin dejar a la vez de reconocer el mundo ordenado por el hombre. Como hemos dicho, el lenguaje es afín a la lógica fálica. Por lo tanto, no es fácil poner en palabras el territorio que se encuentra mas allá de esta lógica. 

Si tanto los hombres como las mujeres, en sentido biológico, pueden colocarse de un lado o del otro de estas lógicas. ¿por qué llamar "masculina" a la lógica fálica  y "femenina" a la lógica del "no todo bajo la ley del falo"? Esto se debe a que hay algo de la experiencia del cuerpo orgánico masculino y femenino que hacen mas afín la masculinidad orgánica a la lógica fálica y la feminidad orgánica a la lógica del no todo.

En efecto, la experiencia del cuerpo femenino con los ciclos de la menstruación, del embarazo, el parto, la experiencia de la sexualidad que no se reduce fácilmente al ciclo excitación-orgasmo, hace que las mujeres, biológicamente hablando, tengan una experiencia de su "cuerpo de goce" que no entra fácilmente dentro del lenguaje y, por lo tanto, del que no pueden dar fácilmente cuenta con palabras. En cambio, el cuerpo masculino y su experiencia principal de la turgencia- excitación y orgasmo, tiene una potencia afín a la lógica fálica, que se puede expresar en términos binarios: está o "no-está"; "empezó-acabó". Lo cual no impide que los hombres tengan sus experiencias de goce fuera de esta lógica. Cuando los sujetos de posición femenina intentan hacer pasar todas estas experiencias, que, como decimos, no entran fácilmente por la palabra, por la lógica fálica (intentan encontrar la completud a través de un hijo, de la relación con la pareja, con el padre) y no logran ubicar facilmente esa experiencia, aparece el estrago.

En la medida en que la experiencia femenina de la maternidad y de la sexualidad no entra fácilmente en la lógica fálica, los significantes "mujer y madre" suelen quedarse en el lado de todo aquello "inexpresable" de la existencia que no puede ser puesto en palabras. Cosas que no se pueden poner en palabras que, sin embargo, son fundamentes: el origen de la vida, la gestacion, la maternidad, la sexualidad. Lo cual a veces puede estar en el origen de la violencia sexual que el hombre ejerce contra la mujer para sacar a golpes "su secreto", lo indecible e introducirlo en la lógica del falo, en la lógica de lo que ha de ser dicho.

Hoy en día se han multiplicado las formas de ser mujer y las que un sujeto puede llegar a ser madre. Sin embargo, no por ello el sujeto podra dejar de decidir:

- Cuál será el cuerpo que va a sustentar el real de la gestación y el parto de un nuevo cuerpo humano.
- Quién va a sostener la función de madre como "otro primordial".
- Quién va a ser el padre biológico real.
- Elegir o rechazar la presencia de un otro que medie en la relacion entre el hijo y la madre como "otro primordial".
- Elegir su posición respecto a l amor y a la sexualidad con un compañero.

Con lo que quedan abiertas las mismas cuestiones que en 1908 le hacian escribir a Freud.

La igualdad sexual es un "significante amo" de la civilización actual. ¡Quién no defiende hoy en día la igualdad entre los sexos! Pero la igualdad se ha planteado, casi siempre, en términos de equiparación de las mujeres a los hombres. Esta es una paradoja que incluye a parte del movimiento feminista que al defender la igualdad puede verse avocado a que ésta se oriente y se realice, mediante la inclusión de todos en el discurso masculino. Así realizaríamos una especie de imperio del unisex donde el "todos iguales" sería equivalente al "todos iguales, todos hombres".

Algunos sectores del movimiento feminista, es el caso del feminismo de la diferencia, se han opuesto a este planteamiento del feminismo-igualdad defendiendo el carácter de clase social de la mujer en sentido marxista y propugnando una sociedad de las mujeres donde se encontraría la particularidad, lo mas propio de la posicion femenina. Sin embargo, con el feminismo de la diferencia ocurre lo mismo que con el feminismo de la igualdad. También queda negado su propósito de emancipación de la mujer en el universal de "todas las mujeres". Para escapar de este callejón sin salida, algunos sectores del feminismo proponen el lesbianismo como único modo de goce válido y coherente para una mujer feminista. En esta equivalencia entre feminismo y lesbianismo, la lesbiana representaría a la autentica mujer, a la vanguardia del feminismo, por su rechazo radical del falocentrismo.

Tradicionalmente, los hombres pueden separar amor y goce sexual fácilmente. Incluso esa separación misma es condición de su goce. Algo que Freud ha denominado "la degradación general de la vida erotica". Es bastante habitual que los hombres donde aman no desean y donde desean no aman. Se trata de una división del objeto: un objeto para el amor, otro para el goce. Esta elección masculina participa de la lógica fetichista, es decir, se trata de una elección que no se dirige a todo el otro. Esta lógica fetichista exige que el objeto de goce pueda ser recortado del cuerpo del otro para obtener la satisfaccion sexual propia. Por eso el goce del hombre busca en la mujer un rasgo determinado corporal o de otro tipo.

En el contexto de la elección masculina fetichista que divide al objeto femenino, la mujer, tradicionalmente, consentía en esa fetichización pero para obtener el signo de amor de su compañero. La obtención de este signo de amor constituye para la mujer la condición de su goce. En este sentido, el goce no es fundamentalmente el goce masculino. Es más, la tesis freudiana fundamenal es que si la libido es masculina, el goce es femenino. Pero frente al goce masculino, el femenino es indisociable del amor. Podríamos decir que si el hombre se interesa en la ropa interior femenina (carácter fetichista del amor masculino), la mujer se interesa por las palabras y por los signos de amor. Este interés de la mujer por los signos de amor supone una cierta afinidad del goce femenino con la posicon erotomaníaca. No nos refermos aqui al delirio psicótico erotomaníaco. Sino a la erotomanía común que implica que hay un goce femenino vinculado a ser la elegida. La contracara de este goce femenino, es el carácter de estrago que la ausencia de amor puede tener para la mujer.

Hemos descrito las posiciones tradicionales masculina y femenina ante el goce sexual. Pero esta distinción va perdiendo relevancia en la actualidad. Muchas mujeres ya tienen posiciones activas de goce al margen del discurso amoroso. Lo que les lleva a primar la metonimia de la serie, la sustitución de compañeros (en ocasiones con el auxilio de internet), sobre la metáfora del amor. Aunque no sin un saldo de insatisfacción en muchos casos, porque esta posición se aviene más, en general, a la posicion del goce de los hombres que al de las mujeres. En cualquier caso, en la actualidad, cada vez son más las mujeres para las que la metonimia masculina del objeto intercambiable sustituye a la metonimia de los rasgos y objetos de la feminidad que la niña toma de la madre. Lo cual contribuye a que las diferencias sexuales entre el hombre y la mujer se vayan difuminando.
Esta difuminación de las diferencias entre el hombre y la mujer tiene efectos sobre los modos de goce. Lacan relaciona el ocaso de la función paterna (uno de los efectos de ese borramiento) con la entrada en la civilizacion de un horizonte de segregación. La diferencia sexual, ahora, tiene que ver más con los pequeños mundos de cada uno. En efecto, la diferencia hombre-mujer se vuelve inesencial frente a las diferencias que organizan a las minorias sociales, que llegado el caso pueden reducirse a la unidad, al caso único, donde la diferencia sería imposible de incluir en ninguna logica del "para todos". Esto, quien mejor lo ha intuido es el movimiento "Queer", que rechaza todo tipo de clasificacion: hombre, mujer, homosexual, heterosexual. No solo a nivel sexual, sino también a nivel racial o ideológico (izquierdas, derechas, etc). Postula una especie de constructivismo del modo de goce particular. Cada uno elegiría su modo de goce variable según el tiempo y las circunstancias. Al modo de una "performance" que se sirve del significante que muchas veces antes estaba al servicio de la injuria ("maricón" por ejemplo), para autodesignarse. Se abre a todas las modalidades y distribuciones de los goces posibles. No valen ya las categorías "homosexual, heterosexual, lesbiana...", porque, por ejemplo, habría tantas formas de ser lesbiana como lesbianas. En esa performance se echaría mano de aparatos para construir la propia modalidad de goce.

En cualquier caso, para un psicoanalista, que está advertido de la repetición de la insistencia del modo de goce en cada uno de nosotros, es un poco difícil pensar que se puede cambiar el modo de goce a voluntad porque, en general, estamos obligados a gozar en el marco de nuestro fantasma.

Nuestra época se caraceriza por la falta de referencias estables y por la incertidumbre. No hay significantes-amo, constriñentes, en el plano del discurso de la civilización. Las mujeres actuales son mas poderosas, menos dependientes y representan la mayoría de la fuerza laboral en algunas profesiones. Esta mutación, que las hace sentirse menos en desigualdad respecto a los hombres, las enfrenta, sin embargo, a la rivalidad y competencia tradicionalmente masculinas no sin un saldo de frustración e insatisfacción.
Los psicoanalistas saben que no es posible responder a la pregunta por lo que es una mujer, no hay una respuesta universal a esta pregunta. Es mas fácil responder de modo universal a la pregunta por lo que es un hombre. Está en la cultura, en los dichos: "los hombres son todos iguales". Las mujeres, en cambio, son una por una. Del lado masculino, la elección fetichista basada en un rasgo erótico proporciona una orientación sobre el modo de gozar. Normalmente el hombre tiene un rasgo privilegiado, sabe aquello que despierta su excitación sexual. Del lado femenino no existe algo equivalente. En todo caso, se observa, como hemos dicho, una fetichización del signo de amor. Pero no hay una ley general universal que defina el modo de amar femenino y que oriente sobre el modo de construir los lazos amorosos.

El modelo de mujer propuesto por el discurso contemporáneo se corresponde con una mujer multifacética que, en algunas de sus versiones, se sitúa en el posfeminismo, es decir, una feminidad desacomplejada que no trata de imitar al hombre o de buscar la igualdad con él. Al contrario,  ridiculiza los semblantes masculinos. Nunca se equivoca, no pide perdón, no se culpabiliza, nada parece minarla, da igual lo que ocurra. No hay división subjetiva, no hay verguenza. Todo es descaro, porque por ser mujer, nada está limitado. Adora su propia personaldidad. Desde la afirmación de si misma, desvaloriza los semblantes de la potencia masculina, más allá de los planteamientos de igualdad. Busca la manera de "desfalicizar" a los hombres. Sin embargo  mantiene al mismo tiempo un ideario muy conservador. Como madre es hiperpedagógica y puede tener a su pareja como alumno predilecto. Debe conservar su belleza independientemente de su edad. Enseñar al hombre como hacerla gozar y no enamorarse.

Pero esta posición inhibe el deseo masculino lo que lleva a una cierta queja femenina actual de que no quedan hombres. Por eso el modelo de pareja actual se basa en hablar de lo que no funciona. Generalmente a petición de la mujer con el propósito de que él admita sus fallos y que cambie. Este "tenemos que hablarlo" es un imperativo mortificante en las parejas de hoy. El hombre, en ocasiones, en vez de declarar su amor, lo suplica y se ve avocado a una cierta feminización. Por eso apreciamos fenómenos emergentes tales como el declive de la virilidad. Curiosamente el hombre se feminiza en la medida en que para el pensamiento de la mujer adquiere cada vez mas el lugar del yo ideal. Esta es la paradoja, que actualmente para la mujer el hombre puede venir al lugar del yo ideal al mismo tiempo que el hombre se feminiza. Si viene al lugar del yo ideal es frecuente entonces oír decir a las mujeres: "si ellos lo hacen por qué nosotras no". Lo que introduce también la degradación de la vida erótica en el campo de la feminidad.

La mujer autónoma, sometida al imperativo de no enamorarse, busca compensar con la maternidad (a menudo bajo la forma de la adopción en solitario), las dificultades con el amor. Por eso el aumento de las dificultades para hacer pareja conduce a la promoción de la madre y acrecienta la necesidad del niño como objeto de amor. Asistimos a una nueva paradoja: la independencia de la mujer ha conducido a reforzar su posición de madre que, curiosamente, era el destino fundamental en la perspectiva tradicional que se le adjudicaba a la femininidad, aquel que equiparaba ser mujer con ser esposa y madre. Como si el único amor autentico se reservara para los hijos y, podríamos añadir, para los muertos (el padre muerto, por ejemplo).  No es infrecuente que estos dos sean los amores fundamentales en una mujer.

La versión actual de la maternidad produce con frecuencia madres angustiadas. La madre psicopedagogizada es el modelo de madre actual. La madre que tiene que cumplir muy bien su función de madre. Este estilo de mujer-madre se traslada a las relaciones de pareja donde cada vez mas los hombres establecen relaciones marcadas por la dependencia infantil. Lo que puede estar relacionado con el incremento de los fenómenos de violencia de genero.

¿Cuales son los malestares de las mujeres que consultan? ¿Como bordean la feminidad? Los motivos principales de consulta son la angustia y la tristeza, que nombran como ansiedad y depresión. Vienen con estos significantes de los servicios de salud (significantes del otro). Cuando empiezan a hablar aparecen los significantes particulares. A veces el resultado del recorrido analítico deriva en una creencia en el inconsciente (sin taponar la división subjetiva), algunos llegan a estar advertidos de su propio fantasma y, cuando un síntoma se hace analítico, entonces el recorrido puede ir un poco mas allá.

Hay que hacer una primera diferenciación según que las estructuras clínicas sean neuróticas o psicóticas.

En el caso de las neurosis se constata cómo un cambio de posición subjetiva y una asunción de la responsabilidad del propio sujeto en lo que le ocurre, permiten un viraje y una mejoría en la situación. Veamos algunos casos:

- Es frecuente, en la mujeres que demandan por problema de ansiedad o depresión, que detrás esté el temor a quedarse solas o a perder el amor. 

- También hay mujeres que se deprimen cuando los hijos crecen, se van de casa, mas en posición de madres que como mujeres

- Sin embargo, las rupturas de pareja están prácticamente a la cabeza de las causas que traen a las mujeres a consulta. En esto último no han cambiado tanto las cosas. La pérdida del hombre amado también constituye un duelo que muchas veces el trabajo analítico permite hacer: aceptar su marcha, dejar de llamarle, dejar de insistir.

- Especialmente en la histeria, es frecuente la presencia de la "otra mujer" idealizada a la que se le supone que posee el secreto de la feminidad. Estas mujeres tratan de obtener ese secreto no tanto de su deseo propio  sino a través de la identificación con esa otra mujer.

En cuanto a los casos de psicosis:

- Se nos plantea la pregunta de como la forclusión de la filiación en algunos casos plantea problemas a estas mujeres como madres y como hijas. Es un caso bastante frecuente que el agujero o punto de forclusión psicótico afecte precisamente a la relación simbólica de filiación. Lo que da lugar en algunos casos, por ejemplo, a un delirio de filiación, de alguien diferente a los padres. Cuando el obstáculo se encuentra ahí, el problema como madres y como hijas es especialmente relevante. En esos momentos la clínica puede ofrecer un anudamiento, un referente y un sostén. 

- Cuando se nos plantean las psicosis ordinarias, es decir, psicosis no desencadenadas pero cuya  estructura psicótica se puede percibir, se suele plantear la cuestión de la pareja en relación con las dificultades con el cuerpo y la sexualidad. En estos casos, en los que a estas mujeres les es imposible sostener una relación de pareja sin enfermar, algunas veces el análisis clínico consigue que estas mujeres reconozcan esta dificultad y que logren evitar bordear aquello que les hace recaer una y otra vez.

- Cuando se trata de mujeres jóvenes, en muchos casos se plantean dificultades para separarse de la madre y tomar posición como mujeres en vez de como hijas. A veces es uno de los padres quien aparece como obstáculo para el que crecer es decepcionarle. Obstáculo que hace opaca la demanda del sujeto y la dificultad de separación.

Una mención especial requiere la función del estrago materno, donde no se trata solamente del goce fálico sino también de un goce no regulado, vinculado a la falta del significante de la mujer. En este caso, la mujer no ha hallado una vía de acceso a la feminidad en el deseo materno. La posición histérica, es decir, situarse en el lugar de la falta, se complica a partir de esta relación estragante. Algunas mujeres dedican su vida a taponar esta falta de sus madres. Y en ese destino falta su propia falta: no hay lugar para su propio deseo de mujer. Esta posición tiende a cronificarse y cada vez la encontramos con mas frecuencia. Mujeres que no abandonan el hogar materno o que si lo hacen mantienen un vínculo tan estrecho con sus padres que eso les impide, por ejemplo, hacer otros vínculos de pareja. 

- Jóvenes, también, que emulan la posicion masculina de series de relaciones sin compromiso o que sostienen su vida en el exito laboral. En ellas parece darse una defensa frente al agujero que la feminidad abre en torno al amor. Esta posicion parece haberse extendido en la actualidad. Podría decirse que la salida hacia la feminidad consistiría en franquear el callejón sin salida del "regimen del todo" y en una cesión del goce de la demanda de la consistencia del otro.

En general, podríamos decir, que ahora muchas mujeres sufren porque de alguno modo intentan evitar la confrontación con la posición femenina sostenida en los ideales del discurso vigente. Es como si la igualidad de derechos se confundiera con la igualdad sexual, cuando la diferencia fundamental es la diferencia sexual. La igualdad de derechos no resuelve la cuestión de la diferencia sexual, mas bien puede obliterar la pregunta por la feminidad que empuja al sujeto hacia la infantilizacion o más bien a advenir a ese lugar de hija eterna. 

Hay casos mas extremos como los de la anorexia. Con estas pacientes, el análisis trata de llevar al sujeto a una dialéctica que le permita decir "no" a un otro omnipotente para poder así decir "si" a un otro incompleto que le permita ocupar un lugar propio como deseante. Es la transferencia, en ocasiones, la que permite reintroducir un limite a esa deriva debastadora del sintoma anorexico.

Sin embargo, consultan mucho más los casos de bulimia que los de anorexia. Ello es debido a que en la bulimia se presenta la culpa asociada al sintoma, mientras que en la anorexia no. Esta culpa es la que permite sintomatizar y hacer demanda en consulta. La anoréxica se siente muy culpable si come, mientras que en la bulimia se sabe que si se evita el atracón se evita el vómito, con lo que hay una culpa ligada al atracón que permite sintomatizar el sintoma bulímico mucho más fácilmente que el síntoma anoréxico y someterlo de ese modo a la transferencia. 

El bordeamiento de la feminidad se produce de distinto modo en cada uno de los casos. En efecto, cuando el análisis avanza, la posicion femenina se perfila de un modo diferente para cada sujeto. Algunas mujeres logran mejorar gracias a la separación progresiva de la posición de completar a su madre; de ese modo van superando el estrago de la repetida demanda fallida de amor a la madre y pueden consentir a su propio deseo y al encuentro amoroso. A veces solo la separacion en lo real (la muerte de la madre), permite el acceso al deseo propio, al deseo por una pareja, por ejemplo.

Otras mujeres van abandonado la identificacion masculina, que en realidad conducia a lo peor, enfrentandose al vacío que supone orientarse por el amor.

Las mujeres en la actualidad sufren doblemente cuando tratan de evitar sufrir por amor. Esto es más caraceristico de la posición femenina ya que ésta se ordena en torno a la falta. Es cierto que las mujeres mas jóvenes, frente a aquellas que no se constituyeron en el discurso hipermoderno, no lidian de un modo tan claro con la problematica amorosa (lo que la posición femenina pone en juego con la debastadora perdida del amor). Sin embargo, si se observa en estas mujeres jóvenes un retorno de lo peor, de lo mas radical. Una vuelta al dominio de los chicos sobre las chicas que se lleva a extremos muy graves. 

Por ejemplo, es lo que ocurre en la educacion sexual que toma como modelo erótico la pornografía de internet. Una cosa es cuando una persona adulta lo ve, con pensamiento crítico, y sabe perfectamente que es ficción. Pero cuando lo ven los jóvenes, que puede ser que no hayan tenido tantas relaciones sexuales en su vida, quieren reproducir esas estructuras, ¿y cuáles son? Que la mujer está ahí para ayudar al hombre sexualmente, y que en el sexo son ellos los que le hacen todo a ellas y que ellas están ahí para ellos. Es de ellos y para ellos.

La violencia sexual es un síntoma de la civilización actual, que persiste o incluso es mayor, en aquellos paises en los que las políticas de igualdad tienen un largo recorrido en el tiempo. Cuando se habla de la dificultad de salir de una relación de maltrato la interpretación mas desafortunada del psicoanálisis es la que alude al posible masoquismo por parte de estas mujeres. Esto se sostiene a veces en el hecho comprobado de que muchas muejere maltratadas persisten en su relación con los maltratadores, se vuelven a reencontrar con ellos, o incluso repiten con diferentes parejas una relación de maltrato. Pero no se trata aquí de masoquismo. El pretendido masoquismo femenino es una fantasía masculina como ya ilustró Freud en 1924 en su artículo titulado "El problema económico del masoquismo". Freud se refiere claramente en este texto al masoquismo como una manifestación de la feminidad en el hombre. Cuando un hombre tiene fantasías o goza al modo masoquista, normalmente lo hace feminizándose o identificándose con una mujer. Freud aclara que tiene que limitarse a estudiar la perversión masoquista en el hombre por razones dependientes del material de observacion. Es decir, la perversión masoquista solo la encuentra en hombres. No es un goce masoquista el que está en juego, por tanto, en las mujeres maltratadas. Es más bien una demanda de amor permanentemente decepcionada. Precisamente por eso insiste. La demanda de amor inconsciente dirigida a ese hombre explica por qué la separacion de él es imposible y la ley inoperante. El amor decepcionado, cuyas raíces se hunden en la historia infantil del sujeto, hace que la mujer maltratada insista en pedir a su maltratador lo que nunca obtiene de él y que siempre espere que la proxima vez sea diferente. Asi, esperando lo diferente, se repite lo mismo, lo que avoca a una relación de dependencia.

El lugar de la mujer ha variado en las sociedades occidentales pero este cambio no ha sido acompañado por cambios sustaciales en el varon. Por eso son ellas quienes suelen pedir el divorcio. Y no lo hacen pensando en lo sufrido con su compañero, sino pensando en lo que aún pueden vivir.  Así, por ejemplo, la mujer está utilizando mas la sexualidad como elemento de construccij́on de su identidad. Ha sido mas capaz de combinar placer y sexualidad con la vida publica.








martes, 4 de abril de 2017

8. La reflexión filosófica sobre el arte.


formato de texto enloquecido

el malestar estético que provocaba la Fuente (¿es Arte o no lo es?) se reproduce aquí como malestar político (¿es fascista o es comunista? ¿es revolucionario o es reaccionario?). En semejante estado de ambigüedad (o sea, de malestar), sólo queda la confrontación, el antagonismo puro que se ha vaciado de todo contenido discursivo. Cuando el Estado se convierte en el Partido, es decir, en la casa de los amigos en donde todos somos de los nuestros, quienes se quedan fuera son los ciudadanos, los que no son de otro partido sino de ninguno. Ellos, los inauténticos, son ahora los únicos enemigos.


http://www.infobae.com/cultura/2017/06/19/georges-didi-huberman-el-arte-no-es-un-concurso-de-belleza/

Chema Madoz, regar lo escondido

https://www.youtube.com/watch?v=6r9BkuXyXe8




1. La mirada:

a) Propia.
b) Desprovista de intención.
c) Contagiosa
d) Tergiversada.

2.  Imágenes icónicas.

3. Economía de materiales.

4. Sentido del humor.

5. No es posible partir de la nada.

6. Regar lo escondido, las posibilidades infinitas que ofrecen los objetos.

7. Fotografías en blanco y negro. Fotografías analógicas.

8. Penumbra cuya visión no nos cansa jamás: luz exterior y apariencia incierta.

9. Haikus, poemas visuales.



Chema Madoz es un poeta. También es un fotógrafo, pero eso viene después. Primero imagina, trastoca y tergiversa, y una vez que ha “soñado” la imagen, entonces entra en acción su cámara tomando nota de lo imaginado. Así, Madoz fotografía su mente.

En este documental, “Chema Madoz: Regar lo escondido”, hemos tirado del hilo de esta tesis para entrar en él, en su jardín secreto, para contar cómo funciona su imaginación y cómo surgen las imágenes.

Lo que hubo al principio fue un acto de fe, dejar un trabajo fijo en un banco para intentar vivir de lo que de verdad le apasionaba. Él ya sabía que se había topado con una veta creativa, que en su caso, se convertiría en oro puro. Y ahí siguió dándole vueltas a la realidad hasta que encontró un lenguaje propio, lo más difícil y lo único que podría convertirle en el artista que es hoy.
El ambiente de la época, los famosos años de la movida madrileña, influyeron en su determinación, en la valentía que se respiraba en el aire por intentar ser uno mismo y perseguir tus sueños. Como dice el crítico de arte Jose Luis Gallero, aunque Madoz pertenece generacionalmente a ese momento y a la misma constelación de García-Alix o Miguel Trillo, no es un fotógrafo representativo de la movida, porque entonces él no tenía el espíritu del reportero atento a lo que pasaba en la calle. Madoz ya estaba mirando hacia dentro.
Su obra recuerda a Joan Brossa, a José Val del Omar, al surrealismo y a las greguerías de Gómez de la Serna
Con paso lento, constante y sin estridencias, Chema Madoz ha ido mostrándonos un mundo que todos reconocemos pero al que sólo él nos acerca.
Cuenta con esa capacidad común a los poetas, la de ver más allá de la realidad
Con esa capacidad común a los poetas, la de ver más allá de la realidad, la de intuir otros mundos que están en este pero ocultos para la mayoría, ha ido levantando una obra que sorprende, nueva, única y en blanco y negro.
El círculo concéntrico que deja una gota de lluvia en la superficie del agua se transforma en su mente en un lago de latas de acero.
Pero es mejor ver sus fotos que explicarlas; su peso, la composición y el tamaño… Porque otra de las habilidades especiales de Madoz consiste en saber detectar la escala exacta que deben tener sus objetos, las dislocaciones del sentido al tamaño exacto.
Sus imágenes son absolutamente reales, apegadas a los objetos, muchos de ellos de uso cotidiano
Sus imágenes son absolutamente reales, apegadas a los objetos, muchos de ellos de uso cotidiano, humildes, como un dedal o un pan de pueblo. Otras más sofisticadas, elegantes, algunas punzantes, casi todas silenciosas. Enhebradas muchas de ellas por un hilo de humor fino.

Galapagar es una localidad de la sierra norte de Madrid que ha tenido entre otros vecinos ilustres al Nobel de Literatura Jacinto Benavente (1866-1954) y al destacado artista Pablo Palazuelo (1915-2007). En la actualidad, sus 30.000 habitantes conviven con uno de los creadores más singulares de nuestro tiempo. Se llama Chema Madoz, nació en Madrid hace 57 años y es uno de los fotógrafos españoles de mayor prestigio internacional. Su casa está enclavada en una calle de nombre evocador donde a primera hora se escucha el canto de unos gallos vecinos, huele a pasto fresco y se divisan desde una esquina los picos nevados de la sierra de Guadarrama.
Si tiene algo que hacer en su estudio, cosa que ocurre cuando le ronda una idea por su cabeza –llamaremos “idea” a una de sus obsesiones en forma de imagen que acaban convertidas en fotografías en blanco y negro–, a Madoz le gusta empezar temprano la jornada. La estancia luminosa y diáfana de techos altos y tejado a dos aguas sostenido por vigas de madera a la vista, que antes fue taller y granero, cuenta con una pequeña estufa eléctrica que a duras penas intenta mitigar el frío helador de esta mañana de invierno. Vestido con negros pantalones y jersey, el fotógrafo camina hasta la casa contigua donde vive con su familia desde principios de los noventa y trae café recién hecho. La luminosa cocina de la vivienda aledaña, en una de cuyas paredes cuelga un memorable cartel del combate de boxeo entre el poeta Arthur Cravan y el campeón europeo Jack Johnson en la plaza de toros Monumental de Barcelona en 1916, se abre hacia un jardín con piscina que ha servido de escenario en varias de sus obras.





Madoz siempre ha trabajado alrededor de su entorno más cercano. La proximidad física y emocional con lo retratado es clave en sus creaciones. Una parte importante de los objetos que acaban transformados en poemas visuales tras pasar por el tamiz de su cámara son enseres tan cotidianos como los que pueblan cualquier hogar. Un abrelatas o algo tan sencillo como un fósforo pueden mutar en pasaportes a la ensoñación tras pasar por las manos –y la mente– de Madoz. Hasta que ocupó este estudio hace unos años, siempre se había apañado en casa. Disparaba las fotografías en una habitación con una ventana que dejaba pasar la luz natural. Eran tiempos en los que no le daba por acumular los objetos. Cuando las piezas formaban parte de los útiles caseros de la familia, regresaban a su uso habitual una vez inmortalizadas. Hoy el viejo granero se ha tornado en gigantesco cofre del tesoro del fotógrafo, una suerte de gran almacén de esculturas objetuales a través de las que es posible seguir el rastro de su trayectoria.
Repisas que albergan jaulas vacías, libros mutilados, réplicas de pistolas, bustos de sastre, piezas que se han convertido tras su manipulación en obras de arte por sí mismas… Cajones que esconden guijarros, boyas de pescar, anzuelos, perchas… “Trabajando con los objetos conocí el vértigo de no vislumbrar el fin. A estas alturas todavía sigo descubriendo cosas nuevas en ellos, no tengo la sensación de que se trate de algo que tengo controlado”. Sentado en una de las sillas de madera que pueblan su estudio, compradas en el Rastro madrileño, Madoz lía, uno tras otro, pitillos de tabaco rubio que ahúman sus reflexiones en voz baja. Una voz que es tan baja como la mirada de sus ojos marrones y grandes, y que no obedece en esta ocasión, como pudiera parecer, a su timidez confesa. Si la vista del fotógrafo se dirige hacia el suelo es porque hay algo por ahí abajo que le interesa y que solo se atreverá a desvelar más adelante.




Trabajando con los objetos conocí el vértigo
de no vislumbrar el fin”

Chema Madoz tiene cara de buena persona. Muy probablemente lo sea. Parece difícil encontrar a alguien de su propio gremio que niegue esta última afirmación, lo cual ya es mucho decir. Durante este careo solo se revolverá de la silla, enderezará la figura y mirará fijamente a su interlocutor con rictus de seriedad brutal al escuchar la siguiente pregunta:
–¿Es usted un fetichista?
–No. Pero sí considero que desde la infancia estoy prendado por el aura de los objetos, por su capacidad de absorber el mundo de las emociones. En el día a día nos dejamos llevar por su uso cotidiano, dando la espalda a su lado poético, al que quizá yo presto atención.








ver fotogalería



Los cachivaches que pueblan el estudio de Madoz dejan poco margen como para no hacer la pregunta. Un pequeño globo aerostático colgado del techo sobrevuela su cabeza. A su derecha hay un reloj con las manecillas inquietantemente fijas en las 7.25. Muy cerca permanece apoyada sobre un trípode la vieja y majestuosa Hasselblad que compró de segunda mano en los noventa y que sigue siendo su principal herramienta de trabajo. Suele guardarla en un maletín de piel que le regaló la hija del fotógrafo Nicolás Muller y que es un fetiche en toda regla. Siempre calza su cámara con un objetivo de 50 milímetros, el que más se acerca al ángulo de visión humana.
–La paradoja es que con sus obras siempre juega al engaño.
–Sí, pero no ayudado por la óptica. Trato de acercarme lo más posible a la visión del ojo para subvertir la realidad dentro de su propio territorio. Y poner en evidencia de manera sencilla todo aquello que se mueve en el terreno de lo que consideramos realidad.




Alguna noche me he despertado soñando estas imágenes. me muevo en la incertidumbre y la soledad”

Junto a la cámara reposan una cornamenta de venado, una maleta y varios sombreros sobre los que cae la luz tamizada por una cortina que se cuela por un ventanal, fuente de iluminación para sus fotografías. “A veces la luz natural te complica, pero hay una intención en este proceder pausado y reflexivo”, dice Madoz manteniendo los ojos entornados permanentemente hacia el suelo que pisa el visitante.
Una mesa de pimpón, que suele sacar al jardín cuando viene su hijo, ejerce de soporte para unas pruebas previas de las copias que forman parte de la muestra sobre sus nuevas obras que puede verse hasta el 14 de marzo en la madrileña galería Elvira González. Han pasado tres años desde su última exposición y la próxima, una retrospectiva sobre imágenes comprendidas entre 2008 y 2014, tendrá lugar en mayo bajo el comisariado de Borja Casani y la organización de la Comunidad de Madrid en la Sala Alcalá 31. Sus nuevos trabajos, que ilustran estas páginas, mantienen vigentes las obsesiones de siempre. El tiempo y su fugacidad implacable. La memoria perdida y recobrada. Las trampas del mapa y el territorio. Los misterios de las constelaciones y el poder de atracción de las telas de araña. “Sin duda debe ser el hijo nonato de Borges”, escribe el fotógrafo estadounidense Duane Michals en el gran volumen sobre Madoz perteneciente a la serie Obras Maestrasque edita La Fábrica. Es capaz de ahondar en las luces y sombras del pliegue de un pantalón. O de sugerir un pubis mediante una copa de cóctel triangular llena de vino delante de una muchacha vestida de blanco, así como la llama de una cerilla en combustión sobre las vetas de un trozo de madera.





Todo arranca con los bocetos que guarda celosamente en sus cuadernos. La muleta vendada, el pasamanos de una escalera que es en realidad un bastón… Son dibujos sencillos, a tinta, emocionantes por la humildad de su ejecución. Antes de manchar el cuaderno, esas imágenes han arrebatado la mente del artista. Y el paso de la libreta al negativo de la cámara requiere encontrar lo que llama “una solución”: el elemento o los elementos que representarán la imagen soñada y que son en sí mismos obras de arte escultórico. Nunca ha querido exponerlas. Sí ha desnudado en alguna muestra una mínima parte de los modelos de sus fotografías. Su proceso creativo no es constante. En ocasiones busca una pieza que manifieste una idea. Otras veces es la propia imagen la que surge a partir de un objeto.
“Es como colocar una obsesión en tu mente, ya sea un objeto o una idea”, dice con los ojos abiertos como platos mirando hacia el suelo (!). “Pongo a funcionar mi subconsciente de manera que, aunque me dedique a otras actividades, esa obsesión da vueltas de manera constante. Y entonces la imagen nace en mi cabeza. A veces encontrar la solución a esa idea tarda días. Otras veces se resuelve muy rápido. Mi proceso es lento y a la vez continuo. No tengo un horario fijo, pero de alguna manera cada escena me ronda todo el tiempo mientras atiendo a otras cosas. Alguna noche me he despertado soñando con alguna de estas imágenes. En muchas ocasiones, cuando termino una fotografía me viene una especie de vacío. Entonces no sé si conseguiré hacer otra. O si la que hago resultará repetitiva. Me muevo siempre en el terreno de la incertidumbre. Siempre en soledad”.
Hijo único de un empleado de banca y un ama de casa, pasó su infancia en el madrileño barrio de San Blas tras una temporada en unas casitas bajas que ocupaban tierras donde hoy se alza el tanatorio de la capital. Descubrió por primera vez las múltiples utilidades que pueden tener los objetos en las clases que daba en su casa una vecina de sus padres. Cuando el pequeño Chema se presentó a los cursos que aquella señora impartía en la cocina no había mesa para él. La maestra abrió la puerta del horno y dijo al niño que apoyara su libreta sobre ella. Y el muchacho quedó fascinado por aquella paradoja visual.
Acabado el bachillerato, comenzó a fichar en el mismo banco donde estaba empleado su padre. Llegó a ser tomado como rehén en un atraco, pero tardó poco en darse cuenta de que aquel no era su sitio por otra razón: su cabeza estaba en otra parte. Algunos viejos sobres del Banco Español de Crédito son testigos de las ensoñaciones que el joven Chema albergaba en su cabeza y a las que convertía en sencillos dibujos de imágenes como las que acabaría retratando con su cámara años más tarde. Antes de cumplir con el entonces servicio militar obligatorio en Salamanca compró su primera cámara: una Olympus OM-2 que vendió años más tarde para comprar la Hasselblad con la que sigue conviviendo. Al regresar a Madrid se matriculó en Historia en la Complutense y empezó a acudir a un curso de fotografía por las tardes. Descubrir a André Kertész y la potencia de su mirada le hicieron tomar conciencia de las posibilidades del medio. Entre sus primeros disparos, recuerda como obra determinante del camino que emprendería hasta hoy aquella en la que aparece una mano que descubre una cortina tras la cual se abre una senda campestre. En 1992 renunció al banco para dedicarse por entero a la fotografía.
“En aquel momento fue una decisión absurda. O colaborabas con la prensa, o montabas un estudio y hacías bodas, bautizos y comuniones. Pensar que podías vivir de fotos que nadie te pedía era una locura. Pero nunca perseguí funcionar por encargo. Hacer algo que no me apetecía a cambio de dinero ya lo había probado en el banco”. Su obra es hoy una de las más cotizadas entre la pléyade de fotógrafos españoles. Valgan como muestra sus precios en la actual exposición de la galería Elvira González, que oscilan entre los 2.900 euros por las copias más pequeñas y los 16.000 por las grandes.
Su trabajo motivó al Centro de Arte Reina Sofía a dedicar por primera vez en su historia a un fotógrafo español vivo una muestra retrospectiva, que llevó por todo título Objetos 1990-1999. Muchos otros grandes museos, como el Pompidou parisiense, han acogido exposiciones suyas. El verano pasado, durante los Encuentros Internacionales de Fotografía de Arlés (Francia), tuvo lugar una de las retrospectivas más destacadas de su trayectoria. Pero quizá el momento más emotivo llegó con el Premio Nacional de Fotografía en 2000. A su padre le quedaba entonces poco de vida. “Al enterarse de que su hijo recibía este galardón pudo ver que todo esto tenía algo de sentido. Siempre he sido muy consciente de dónde vengo y de dónde he salido”.











–¿Por qué sigue haciendo fotos?
–No entiendo mi vida sin eso. Me sirve para poner en orden mi relación con el mundo.
–¿Pero es usted realmente un fotógrafo?
–Yo tiro por la calle de en medio. Sigo utilizando una cámara para transmitir esas imágenes. Y me parece que la etiqueta define mi actividad sin ningún tipo de pretensión. Tuve desde pequeño cierta afinidad hacia los artistas y los poetas, aunque no me veía en su papel ni pensaba tener sus cualidades.
Sus colaboraciones con otros grandes creadores han dejado patente que sí atesora esas cualidades. “Han tenido que pasar 70 años para conocer a mi hermano”, dijo en 1995 el poeta Joan Brossa (Barcelona, 1919-1998) tras un encuentro con Madoz que sirvió de génesis de una joya firmada a dúo llamada Fotopoemario (La Fábrica), donde Brossa puso palabras a una serie de poemas visuales concebidos por este fotógrafo que ha retratado como pocos el poder de la sombra y la fuerza de la paradoja. Podría pensarse que mientras existan objetos, Madoz seguirá encadenando su metáfora infinita. “Ellos son el eje sobre el que se sustentan mis imágenes. Es todo tan elemental que lo hace muy reconocible. Ese intento de jugar con los mínimos quizá ha conseguido que mi trabajo se pueda identificar de una forma tan simple, tan sencilla. Enfrentarte a un compás o a un huevo te lleva a buscar la rotundidad que tienen por sí mismos. ¡Es que un huevo es bello, joder! Si le da la luz adecuada, caes en la cuenta de que se trata de una forma perfecta. Es lo mismo que ocurre con… esos botines que llevas puestos”.
Así que era eso lo que le llevaba tanto tiempo intrigándole a ras del suelo… La presa del cazador es un castigado par de zapatos de piel punteados hasta el tobillo. “Es que me gustan así, tal y como están”, dice de camino hacia el portón de hierro que separa el universo onírico de su casa y su estudio de las calles de Galapagar. La duda sobre lo que sería capaz de hacer con estos botines es demasiado tentadora como para no contemplar la posibilidad de emprender el camino de vuelta a casa descalzo.
–Si quiere, le dejo los zapatos.
–El problema es que igual me da por cortarlos con un serrucho…