El examen ofrece dos opciones. Cada una de
las cuales consta de 4 preguntas, que valen como máximo 2,5 puntos. Dado que
solo se disponen de dos folios por las dos caras para escribir, lo lógico sería
dedicar a cada una de las preguntas una cara.
Las preguntas son las siguientes:
1ª TEXTO.
Un fragmento de una obra de uno de los
autores estudiados y de una de las obras que hemos trabajado. No hay preguntas.
El alumno escribirá lo que le sugiera el texto. Bien puedes utilizar las tapas
interiores de color gris del examen para hacer una lista de las preguntas a las
que crees que responde el texto y comentar el texto escribiendo las respuestas
construyendo otro texto. Si te sobra espacio, aprovecha para contar lo que
sepas sobre el tema de ese autor.
2º, 3º y 4º
Las tres preguntas tienen la siguiente
formulación:
EXPLICA EL PROBLEMA DEL (hombre, moral (o
ética), política y sociedad, Dios, conocimiento-metafísica) DE UN AUTOR DE LA
ÉPOCA (antigua, medieval, moderna, contemporánea).
Lo lógico sería que escogieras al autor que
hemos estudiado en cada caso. Esta es la lista que hemos trabajado en el curso
EL PROBLEMA DEL HOMBRE
Antigua: PLATÓN.
Medieval: SAN AGUSTÍN.
Moderna: ROUSSEAU.
Contemporánea: ORTEGA Y GASSET.
EL PROBLEMA DE LA MORAL (o de la ÉTICA).
Antigua: ARISTÓTELES.
Medieval: SAN AGUSTÍN.
Moderna: HUME.
Contemporánea: HABERMAS.
EL PROBLEMA DE LA POLÍTICA Y LA SOCIEDAD.
Antigua: ARISTÓTELES.
Medieval: SANTO TOMÁS.
Moderna: LOCKE.
Contemporánea: MARX.
EL PROBLEMA DE DIOS.
Antigua: ninguno.
Medieval: SANTO TOMÁS.
Moderna: DESCARTES.
Contemporánea: NIETZSCHE.
EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO Y DE LA
METAFÍSICA.
Antigua: PLATÓN.
Medieval: SANTO TOMÁS.
Moderna: KANT.
Contemporánea: HABERMAS.
EXPONER EL
PROBLEMA DE DIOS EN UN AUTOR DE LA ÉPOCA...
MEDIEVAL: SANTO TOMÁS DE
AQUINO (DIOS).
El problema de la existencia de Dios lo
estudia Santo Tomás en la teología natural como preámbulo de fe: se llega a la
existencia de Dios tanto desde la filosofía o teología natural (razón natural)
como desde la teología (revelación). Gracias a la autonomía de la razón para
conocer la existencia de Dios, la filosofía prepara un tener un terreno común
con las otras dos religiones monoteístas (judaísmo e Islam) y un apoyo racional
para enfrentarse con la herejía. Ahora bien, dada la importancia de conocer la
existencia de Dios para la salvación, Dios la ha revelado en la Escritura para
que todos puedan conocerla aunque no hayan tenido tiempo o capacidad para
conocerla por medio de la filosofía. Además, con la fe se puede penetrar más
profundamente en esa verdad de la existencia de Dios, de manera que no solo la
aceptemos como dato de conocimiento sino como verdad existencial. Si la filosofía
llegara a la conclusión de que Dios no existe, debería rectificar, porque
aunque es cierto que la razón es un don de Dios, el hombre puede equivocarse al
utilizarla, mientras que Dios no lo hace al revelarse a sí mismo en la
Escritura. Mantener, al mismo tiempo, que Dios existe según la Biblia, pero no
existe según la filosofía, sería incurrir en la herejía de la doble verdad de
los Averroístas Latinos. En caso de que se dé esa contradicción, siempre hay
que obedecer antes a la fe que a la razón, porque sobre estos asuntos no hay
doble verdad. La verdad es única.
¿Es necesario demostrar la existencia de Dios? Para el argumento ontológico de San Anselmo, la existencia de Dios es evidente en cuanto analizamos su concepto . Y por lo tanto, al ser evidente, no es necesario demostrarla. Para Santo Tomás, en cambio, no es evidente y por eso debe demostrarse. Si fuera evidente no se podría pensar lo contrario de la proposición "Dios existe". Pero se puede porque hay personas que niegan la existencia de Dios. Frente a lo que afirmaba San Anselmo, los griegos no definen a Dios como el ser más perfecto que pueda imaginarse, sino como un ser finito (de hecho, hay muchos y no uno solo). La proposición "Dios existe" quizá sea evidente en sí misma pero no para nosotros porque nuestra razón (finita) no alcanza a comprender la esencia de un ser infinito como Dios. Por lo tanto, la proposición "Dios existe" no es evidente y debe demostrarse.
¿Es necesario demostrar la existencia de Dios? Para el argumento ontológico de San Anselmo, la existencia de Dios es evidente en cuanto analizamos su concepto . Y por lo tanto, al ser evidente, no es necesario demostrarla. Para Santo Tomás, en cambio, no es evidente y por eso debe demostrarse. Si fuera evidente no se podría pensar lo contrario de la proposición "Dios existe". Pero se puede porque hay personas que niegan la existencia de Dios. Frente a lo que afirmaba San Anselmo, los griegos no definen a Dios como el ser más perfecto que pueda imaginarse, sino como un ser finito (de hecho, hay muchos y no uno solo). La proposición "Dios existe" quizá sea evidente en sí misma pero no para nosotros porque nuestra razón (finita) no alcanza a comprender la esencia de un ser infinito como Dios. Por lo tanto, la proposición "Dios existe" no es evidente y debe demostrarse.
Pero ¿puede demostrarse? Si fuera un artículo
de fe no podría y sólo sabríamos de la existencia de Dios por la fe porque sería
una verdad sobrenatural inalcanzable para la capacidad natural de la razón y de
la filosofía. Sin embargo, la existencia de Dios es un preámbulo de fe. Las
Cinco Vías son precisamente los argumentos que pretenden demostrar
racionalmente la existencia de Dios. Las Cinco Vías tienen en cuenta dos aspectos.
El primero es que como no conocemos bien la causa de la experiencia (Dios) que
tenemos del mundo (efecto), no podemos demostrarlo a priori (no podemos
demostrar su existencia como hacía San Anselmo, a partir del concepto de Dios
en nuestra mente), sino a posteriori (es decir, a partir de la experiencia del
mundo que queremos explicar). Y el segundo es que Dios creador precede (es
anterior) a sus criaturas en el orden metafísico (la causa es anterior al
efecto: el creador va antes que lo creado), pero en el orden psicológico (a la
hora de conocer a Dios) el Creador viene después que sus criaturas porque se
llega a él a partir de una meditación sobre el mundo que remite a su autor.
La primera es la vía del cambio (argumento cosmológico). Observamos el cambio y el movimiento de las criaturas. El cambio es el paso de la potencia al acto. Ahora bien, todo paso de potencia a acto requiere de algo en acto anterior que haga pasar al ente de la potencia al acto. Pero este proceso no puede ser infinito (...-potencia-acto-potencia-acto-potencia-acto...) porque aplaza el problema sin explicar el cambio que vemos en el presente. Luego debe existir un Primer Motor Inmóvil que mueva sin ser movido, primera causa eficiente del cambio, al que todos llaman Dios.
La Segunda es la vía de la causalidad eficiente. Todo lo que sucede, sucede por una causa. Pero ningún suceso es causa eficiente de sí mismo porque entonces tendría que ser antecedente de si mismo, lo que es imposible. Sin embargo, no podemos llegar hasta el infinito en las relaciones causa-efecto, causa-efecto... porque jamás llegaríamos a explicar los efectos que vemos en el presente. Luego debe existir una Primera Causa Incausada a la que todos llaman Dios.
La tercera es la vía de la contingencia. Las criaturas no poseen el ser en virtud de su esencia porque nacen y mueren; durante un tiempo no han sido y en un tiempo dejarán de ser. Son contingentes: existen pero podrían no existir. No existen en virtud de su esencia. Sin embargo hay criaturas que existen. ¿Cómo es eso posible si no tienen la existencia en propiedad y de donde no hay no se puede sacar, es decir, no pueden sacar la existencia de su esencia? Si las criaturas existen pero no por ellas mismas, habrán de existir por Otro, un Ser Necesario cuya esencia consista en existir y, por lo tanto, que sea capaz de poner en acto de existir a la esencia de las criaturas (creación) que sólo tienen la existencia en potencia. Un ser que, además de crearlas, las mantenga en el ser (Providencia). A este Ser Necesario todos le llaman Dios.
La Cuarta es la vía de los grados de perfección. Observamos que existe un más y un menos en el ser, en la bondad, en la unidad, en la verdad, de todos los entes (trascendentales). Pero ese más o menos no depende de la esencia de los seres porque si dependiera de ellos elegirían tener la máxima perfección. Pero no la tienen.- Por lo tanto, las cosas más o menos verdaderas lo son en relación con un ser absolutamente uno, verdadero y bueno del que participan y que es fuente de todo lo que es uno, verdadero y bueno. A ese Ser Perfecto todos le llaman Dios.
Y la Quinta es la vía de la causa final. Observamos que todas las cosas actúan como si tendiesen hacia algún fin (causa final, teleología); las cosas no se limitan a cambiar, sino que lo hacen ordenadamente (según leyes).Sin embargo, la mayoría de los entes carecen de conocimiento para decidir esa finalidad (no son racionales) y sin embargo se comportan siguiendo un orden racional (no se comportan caprichosamente).Como de donde no hay no se puede sacar (de los entes irracionales no puede salir un orden racional), tiene que haber una Inteligencia Divina trascendente, ordenadora, que explique el orden armonioso que existe en el universo y que siguen incluso los seres irracionales. A ese Inteligencia Ordenadora todos la llaman Dios.
La primera es la vía del cambio (argumento cosmológico). Observamos el cambio y el movimiento de las criaturas. El cambio es el paso de la potencia al acto. Ahora bien, todo paso de potencia a acto requiere de algo en acto anterior que haga pasar al ente de la potencia al acto. Pero este proceso no puede ser infinito (...-potencia-acto-potencia-acto-potencia-acto...) porque aplaza el problema sin explicar el cambio que vemos en el presente. Luego debe existir un Primer Motor Inmóvil que mueva sin ser movido, primera causa eficiente del cambio, al que todos llaman Dios.
La Segunda es la vía de la causalidad eficiente. Todo lo que sucede, sucede por una causa. Pero ningún suceso es causa eficiente de sí mismo porque entonces tendría que ser antecedente de si mismo, lo que es imposible. Sin embargo, no podemos llegar hasta el infinito en las relaciones causa-efecto, causa-efecto... porque jamás llegaríamos a explicar los efectos que vemos en el presente. Luego debe existir una Primera Causa Incausada a la que todos llaman Dios.
La tercera es la vía de la contingencia. Las criaturas no poseen el ser en virtud de su esencia porque nacen y mueren; durante un tiempo no han sido y en un tiempo dejarán de ser. Son contingentes: existen pero podrían no existir. No existen en virtud de su esencia. Sin embargo hay criaturas que existen. ¿Cómo es eso posible si no tienen la existencia en propiedad y de donde no hay no se puede sacar, es decir, no pueden sacar la existencia de su esencia? Si las criaturas existen pero no por ellas mismas, habrán de existir por Otro, un Ser Necesario cuya esencia consista en existir y, por lo tanto, que sea capaz de poner en acto de existir a la esencia de las criaturas (creación) que sólo tienen la existencia en potencia. Un ser que, además de crearlas, las mantenga en el ser (Providencia). A este Ser Necesario todos le llaman Dios.
La Cuarta es la vía de los grados de perfección. Observamos que existe un más y un menos en el ser, en la bondad, en la unidad, en la verdad, de todos los entes (trascendentales). Pero ese más o menos no depende de la esencia de los seres porque si dependiera de ellos elegirían tener la máxima perfección. Pero no la tienen.- Por lo tanto, las cosas más o menos verdaderas lo son en relación con un ser absolutamente uno, verdadero y bueno del que participan y que es fuente de todo lo que es uno, verdadero y bueno. A ese Ser Perfecto todos le llaman Dios.
Y la Quinta es la vía de la causa final. Observamos que todas las cosas actúan como si tendiesen hacia algún fin (causa final, teleología); las cosas no se limitan a cambiar, sino que lo hacen ordenadamente (según leyes).Sin embargo, la mayoría de los entes carecen de conocimiento para decidir esa finalidad (no son racionales) y sin embargo se comportan siguiendo un orden racional (no se comportan caprichosamente).Como de donde no hay no se puede sacar (de los entes irracionales no puede salir un orden racional), tiene que haber una Inteligencia Divina trascendente, ordenadora, que explique el orden armonioso que existe en el universo y que siguen incluso los seres irracionales. A ese Inteligencia Ordenadora todos la llaman Dios.
Una vez demostrada la existencia Dios (Dios
es), ¿podemos decir qué es Dios? A diferencia de la existencia de Dios,
que es un preámbulo de fe, la esencia de Dios es un artículo de fe. De la
intimidad de Dios solo sabemos lo que Dios mismo quiera revelarnos, por ejemplo
que es "tres personas y un solo Dios" (Trinidad). Como preámbulo de
fe, sin embargo, también podemos pensar, aunque de manera muy defectuosa, qué
es Dios, siguiendo dos vías. La de la teología negativa o apofática: dada la
infinita distancia que existe entre Dios y las criaturas, acertamos más
diciendo lo que Dios no es que lo que Dios es. Y la de la vía de la eminencia o
teología afirmativa o positiva (catafatismo): gracias a la analogía del ser podemos
hacer algunas afirmaciones "positivas" de Dios elevando a la máxima
potencia las perfecciones que vemos en las criaturas. Siguiendo los
trascendentales, si vemos, por ejemplo, que las criaturas son buenas, Dios es
el Sumo Bien.
MODERNA: DESCARTES (DIOS).
Descartes rechaza que haya que aceptar la
filosofía escolástica solo porque sea la cosmovisión defendida por la Iglesia
(argumento de autoridad), pero no acepta los argumentos de los escépticos
porque socavan los cimientos de la religión y de la filosofía (ya que
consideran que no es posible encontrar ningún conocimiento del que no se pueda
dudar).
Uno de los elementos mas reconocibles del
racionalismo, del que Descartes es el gran inspirador, es que la mente no está
en blanco al nacer, sino que contiene ideas innatas. Estas estructuran los
problemas de la filosofía de Descartes: la sustancia pensante (de la que
es contradictorio dudar de ella, soy una cosa que piensa); la sustancia extensa
(la idea de algo real no puedo representármela de otra manera que ocupando un
espacio); la sustancia infinita o perfección infinita en acto (que no ha podido
ser causada ni por mi pensamiento ni por la realidad material y es
contradictoria con que sea un Genio Maligno engañador). El hombre es el único
ente en el que se dan cita estas tres sustancias: es cuerpo (sustancia extensa)
y alma (sustancia pensante), en la que se encuentra la idea de la sustancia
infinita (Dios).
Dentro del pensamiento puedo encontrarme con
muchas ideas que se pueden clasificar en tres grupos: facticias, adventicias e
innatas. Ahora bien, esta idea de Dios, ¿es una idea facticia (inventada por el
pensamiento), adventicia (resultado de la experiencia) o innata (el pensamiento
nace con ella)? Las ideas que contiene nuestra conciencia se diferencian por el
grado de perfección o de realidad objetiva que representan. Y esas ideas
(facticias o adventicias) no pueden ser mas perfectas que el pensamiento o la
realidad que las produce. ¿Qué puede causar la idea de Dios en nuestra
conciencia? Se trata de la idea de un ser tan perfecto que no puede
haberla producido un ser finito e imperfecto como el pensamiento del ser
humano. Por lo tanto, no puede ser facticia. Ha tenido que ser causada por un
ser dotado de una perfección muy superior a la de la sustancia pensante. La
causa de la idea de Dios tampoco puede encontrarse en la realidad física de la
que tenemos experiencia (ideas adventicias), porque todos los cuerpos son
finitos e imperfectos, al igual que el pensamiento humano, mientras que la idea
de Dios representa a una causa perfecta, infinita e inmaterial. Queda claro,
por lo tanto, que la causa de la idea de Dios en mi pensamiento no puede ser ni
el pensamiento que la contiene ni la realidad física, porque ambos no son
causas que estén a la altura de la perfección y de la infinitud de esa idea.
Hemos de buscar esa causa en un ser infinito, perfecto y no material, notas
características de esa idea, que solo se encuentran en el mismo Dios. Por lo
tanto Dios existe como la única causa proporcionada de su idea en nosotros.
Ahora bien, ¿cómo ha puesto Dios en nuestro pensamiento esa idea que le representa? Dios ha puesto la idea de si mismo en nuestro pensamiento al crearnos. Por lo tanto, nacemos con ella, como el sello del artífice a la obra de sus manos. Es decir, es una idea innata: ni la hemos inventado ni es fruto de la experiencia o del aprendizaje.
Ahora bien, ¿cómo ha puesto Dios en nuestro pensamiento esa idea que le representa? Dios ha puesto la idea de si mismo en nuestro pensamiento al crearnos. Por lo tanto, nacemos con ella, como el sello del artífice a la obra de sus manos. Es decir, es una idea innata: ni la hemos inventado ni es fruto de la experiencia o del aprendizaje.
Descartes recurre a las Cinco Vías de Santo
Tomás y al Argumento Ontológico de San Anselmo para demostrar la existencia de
Dios. Pero no se limita a copiarlas. Las adapta a su método y a sus intereses.
Se pregunta Descartes si no habrá sido creado el yo por sus padres o por otra causa menos perfecta que Dios. Ahora bien, en caso de que fuera así, tendríamos que afirmar que el yo de nuestros padres tendría que haber sido creado por los suyos, el de estos por los suyos y así infinitamente. Sin embargo, esa cadena de causas en la que los padres van creando sucesivamente el yo de sus hijos, generación tras generación, se encuentra con una cadena infinita de causas. Ahora bien, sabemos que una cadena infinita de causas no terminaría nunca de llegar a causar los “yoes” actuales. De manera que si estos existen en el presente (y existen, como ha quedado demostrado por "el pienso luego existo"), no puede haber detrás de ellos una cadena infinita de causas, sino que tiene que haber una primera causa que cause sin ser causada. Y a esa primera causa la llamamos Dios, que al causar el pensamiento humano deja su sello que conocemos como la idea innata él.
Si la idea de un ser infinito y perfecto que está en mi, también procediese de mi, ¿no me habría producido yo mismo de un modo perfecto e ilimitado, y no por el contrario imperfecto, como se aprecia en el hecho de que dudamos? Es cierto que el yo va adquiriendo perfecciones, poco a poco, pero siempre le quedarán posibilidades por realizar, nunca estará a la altura de perfección como para ser causa de la idea de Dios: Perfección Infinita en Acto. Hay que insistir en que la idea que tenemos de Dios no es simplemente una idea de "perfección infinita" en potencia, sino una idea de la "perfección infinita en acto". La perfección infinita en potencia bien podría ser un concepto matemático que podemos imaginar pensando, por ejemplo, en los infinitos decimales del número "pi" que representamos de alguna manera, pero a cuyo despliegue infinito nunca podemos asistir. En cambio, la idea de Dios es la de la perfección infinita en acto, es decir, el despliegue total y permanente de la infinita perfección de Dios, despliegue al que no podemos asistir ni podemos imaginar.
No es posible tener la idea de Dios en nuestro pensamiento sin admitir al mismo tiempo su existencia. La idea de Dios como perfección infinita no puede ser solo una posibilidad racional, una potencia; tiene que existir en acto porque de lo contrario la idea que tengo no seria la de perfección infinita porque le faltaría la existencia, que es una perfección. Pero la idea de Dios como perfección infinita es una intuición evidente en mi. Luego Dios existe y es la causa de su idea en mi.
La idea de Dios, perfección infinita en acto, es la idea más clara y distinta, la mas evidente, de todas las ideas de la conciencia. Más incluso que el “cogito”. Porque para que el pensamiento se conozca como dubitativo, primero tiene que tener la idea de un ser infinitamente perfecto que le permite hacerse consciente de su imperfección. Pero es que además, la definición de sustancia solo se dice en sentido propio de la sustancia divina. En efecto, sustancia es aquello que existe por si mismo y no tiene necesidad de nada distinto para existir. Solo Dios cumple perfectamente con esta definición. Mientras que el yo pensante y la realidad material solo la cumplen en sentido impropio porque ambas sustancias existen porque han sido creadas, de manera que tienen necesidad de Dios para existir.
Se pregunta Descartes si no habrá sido creado el yo por sus padres o por otra causa menos perfecta que Dios. Ahora bien, en caso de que fuera así, tendríamos que afirmar que el yo de nuestros padres tendría que haber sido creado por los suyos, el de estos por los suyos y así infinitamente. Sin embargo, esa cadena de causas en la que los padres van creando sucesivamente el yo de sus hijos, generación tras generación, se encuentra con una cadena infinita de causas. Ahora bien, sabemos que una cadena infinita de causas no terminaría nunca de llegar a causar los “yoes” actuales. De manera que si estos existen en el presente (y existen, como ha quedado demostrado por "el pienso luego existo"), no puede haber detrás de ellos una cadena infinita de causas, sino que tiene que haber una primera causa que cause sin ser causada. Y a esa primera causa la llamamos Dios, que al causar el pensamiento humano deja su sello que conocemos como la idea innata él.
Si la idea de un ser infinito y perfecto que está en mi, también procediese de mi, ¿no me habría producido yo mismo de un modo perfecto e ilimitado, y no por el contrario imperfecto, como se aprecia en el hecho de que dudamos? Es cierto que el yo va adquiriendo perfecciones, poco a poco, pero siempre le quedarán posibilidades por realizar, nunca estará a la altura de perfección como para ser causa de la idea de Dios: Perfección Infinita en Acto. Hay que insistir en que la idea que tenemos de Dios no es simplemente una idea de "perfección infinita" en potencia, sino una idea de la "perfección infinita en acto". La perfección infinita en potencia bien podría ser un concepto matemático que podemos imaginar pensando, por ejemplo, en los infinitos decimales del número "pi" que representamos de alguna manera, pero a cuyo despliegue infinito nunca podemos asistir. En cambio, la idea de Dios es la de la perfección infinita en acto, es decir, el despliegue total y permanente de la infinita perfección de Dios, despliegue al que no podemos asistir ni podemos imaginar.
No es posible tener la idea de Dios en nuestro pensamiento sin admitir al mismo tiempo su existencia. La idea de Dios como perfección infinita no puede ser solo una posibilidad racional, una potencia; tiene que existir en acto porque de lo contrario la idea que tengo no seria la de perfección infinita porque le faltaría la existencia, que es una perfección. Pero la idea de Dios como perfección infinita es una intuición evidente en mi. Luego Dios existe y es la causa de su idea en mi.
La idea de Dios, perfección infinita en acto, es la idea más clara y distinta, la mas evidente, de todas las ideas de la conciencia. Más incluso que el “cogito”. Porque para que el pensamiento se conozca como dubitativo, primero tiene que tener la idea de un ser infinitamente perfecto que le permite hacerse consciente de su imperfección. Pero es que además, la definición de sustancia solo se dice en sentido propio de la sustancia divina. En efecto, sustancia es aquello que existe por si mismo y no tiene necesidad de nada distinto para existir. Solo Dios cumple perfectamente con esta definición. Mientras que el yo pensante y la realidad material solo la cumplen en sentido impropio porque ambas sustancias existen porque han sido creadas, de manera que tienen necesidad de Dios para existir.
En su obra "Meditaciones metafísicas"
Descartes sugiere que tal vez hemos sido creados por un Dios ("genio
maligno") que nos obliga a engañarnos sistemáticamente porque habría
dispuesto nuestra razón de tal modo que creemos estar en la verdad (por ejemplo
en las matemáticas) cuando realmente estamos en el error. Con esta hipótesis
Descartes cuestiona la legitimidad de las proposiciones matemáticas que parecen
tener la máxima evidencia. Precisamente, la demostración de la idea de Dios nos
permite superar esta duda del genio maligno sobre las matemáticas y su aplicación
a la física (a la descripción de la realidad extensa). En efecto, siendo Dios
infinitamente perfecto, ha de ser también bondadoso, por lo que no puede ser
engañador. Nos está permitido, más allá de cualquier duda, referirnos a la
naturaleza física con objetividad (la naturaleza es tal y como nos la describen
las leyes de la física). Siempre que nos limitemos a su extensión (altura,
anchura, profundidad y movimiento) en términos geométricos y matemáticos.
CONTEMPORÁNEA: NIETZSCHE
(DIOS).
La filosofía de Nietzsche hace de la vida la
fuerza primigenia y el criterio de valor absoluto. Este vitalismo le lleva a
criticar radicalmente la cultura occidental, que está en decadencia porque ha
adoptado una actitud en la que es la razón la que juzga a la vida y no al revés).
En el teatro de la tragedia griega el
protagonista aparece poseído por una pasión que no ha elegido y que le aboca a
un destino del que no puede llevar las riendas. Esa pasión está representada
por Dionisos, dios de la vitalidad desbordante y creadora, aunque cruel y
destructiva. El autor teatral consigue representar con estas pasiones
dionisiacas un mundo bello ilusorio simbolizado por Apolo, dios luminoso del
orden, la regularidad, lo mesurado y formalmente perfecto, de la sabiduría y de
la justicia. Por lo tanto, en la tragedia griega, lo dionisiaco y lo apolíneo,
la pasión destructiva y la belleza luminosa, caminan uno al lado del otro, lo más
distantes posible, pero estimulándose mutuamente. A esta síntesis entre lo apolíneo
y lo dionisiaco le puso fin Sócrates, que inició un modelo de filosofía que
potencia en exceso la razón. Platón acentuó ese error al considerar el lenguaje
como algo autónomo, como si los conceptos universales designasen seres (mundo
de las ideas) superiores al mundo real. De este "culto a la gramática"
surgieron la metafísica y la ciencia, saberes vacíos, que han ahogado la
espontaneidad de la vida bajo el peso de huecas abstracciones formales.
Nietzsche emprende una crítica de la moral antinatural, intelectualista
(racionalista), de Sócrates y Platón, que entienden la virtud exclusivamente
como un ejercicio racional, donde el cuerpo, las pasiones y los instintos, que
pertenecen a la parte menos valiosa del alma, deben reprimirse.
La tensión entre vida y razón iniciada por
el culto a la gramática de Sócrates y con Platón (mundo sensible-mundo
inteligible, opinión-ciencia, cuerpo-alma, devenir-ser), fue agudizada por el
cristianismo al proyectar los valores racionales en un Dios trascendente,
frente al cual el hombre y la naturaleza son negados. La religión cristiana,
con su resentimiento hacia todo lo que es fuerte y elevado, predica una moral
de esclavos, caracterizada por la obediencia, el sacrificio, la mansedumbre y
el gregarismo. Incapaces de ver la belleza apolínea de las pasiones
destructivas, dionisiacas, resentidos con la vida, "los cristianos"
la juzgan desde su incapacidad trágica y convierten en malo todo lo que ella es
de verdad. Esta inversión de los valores trágicos y el triunfo de los valores
decadentes del cristianismo es llevada a cabo por los sacerdotes, casta híbrida
de aristócrata y esclavo. Como aristócrata tiene un espíritu creador, quiere
dominar y dar un orden al mundo. Pero es incapaz de una creación afirmativa. El
sacerdote condena todo lo que constituye la esencia del mundo sensible (el
devenir sin arjé ni logos, simplemente bello). Mediante un ejercicio de astucia
consigue que se declaren como buenos los sentimientos condenados como malos por
el aristócrata.
“Muerte de Dios” es una expresión que toma
Nietzsche del poeta Heine y de filósofos anteriores, como Hegel o Mainländer,
reinterpretándola. Con la Ilustración y el avance de la ciencia, se produjo un
acontecimiento trascendental, el más importante de la época moderna, la
"muerte de Dios", que implica la pérdida del fundamento religioso
sobre el que se sustentaba el sistema de valores de nuestra cultura occidental.
Nietzsche se presenta a sí mismo como uno de los pocos que ha sabido advertir
la muerte de Dios con "buen humor" y "sin miedo" (a pesar
de la gravedad del descubrimiento), cuyas consecuencias ("sombras")
comienzan a sentirse por toda la cultura occidental: la luz del "Sol"
(símbolo de la idea de bien platónica o del Dios cristiano) empieza a apagarse,
dejando a oscuras al continente europeo ("nuestro viejo mundo"). Este
buen humor recibe el nombre de "gaya ciencia". “Gaya” tiene el doble
sentido de "tierra" y de "alegre". La muerte de Dios es
alegre porque desfundamenta la triste moral de esclavos del cristianismo y
porque, derrumbado el mundo ultraterreno, devuelve todo el valor a la tierra
("amor fati"). El hombre occidental no se ha percatado aún de que su
pérdida de la fe en Dios. Sigue viviendo normalmente, sin sentir ninguna
angustia. No ha presentido que la "muerte de Dios" implica el
"nihilismo”: la vida parece haber perdido todo su sentido. La muerte de
Dios necesita un profeta que se la anuncie a los hombres, Zaratustra, que sobre
todo habrá de dirigirse a "el último hombre", es decir, a aquel que
no se ha enterado de la muerte de Dios y le ha sustituido sin saberlo por otros
dioses como el marxismo o el progreso.
Nietzsche advierte de que su propuesta no ha de confundirse con ningún "ateísmo" o "inmoralismo", pues estos implican también una especie de "fe" negativa, consistente en creer con firmeza que si Dios no existe, todo está permitido y que hay que practicar la inmoralidad. Este pesimismo supone una concepción antropocéntrica del "mundo", totalmente injustificada. Ante todo, el hombre carece, en realidad, de importancia. El mundo se mantiene indiferente, a los posibles "planes" o "expectativas" humanas. El hombre está acostumbrado a "venerar" el mundo porque se supone que en él se cumplen ciertos planes divinos o humanos. Pero eso es tan absurdo e ilegítimo como "denigrarlo", porque la "muerte de Dios" y la pérdida de la fe han hecho trizas esos falsos ídolos. En efecto, "el último hombre"”, como ser que venera, se apresurará a construir nuevos dioses, nuevos ídolos con los que protegerse, "humano, demasiado humano", del carácter trágico de la existencia. Por eso, la filosofía de la sospecha habrá de ser la del filósofo que "filosofa a martillazos", es decir, que una y otra vez tendrá que estar atenta para derrumbar los nuevos ídolos que elevará el "último hombre. El filósofo del futuro, que ha aprendido a desconfiar de las veneraciones, se ha percatado de que ese "otro mundo" somos nosotros mismos, que hemos proyectado nuestras valoraciones en un más allá ficticio, atribuyéndolos a la providencia de un ser supremo: Dios. Pero ese Dios ya está "muerto" y ya no creemos en él.
"¿De qué modo somos nosotros piadosos todavía?" El científico moderno busca la verdad "a todo precio", con un ascetismo que recuerda al del hombre religioso: los dos sacrifican su vida en aras de "Dios" y de la "Verdad", respectivamente, dos abstracciones que se superponen a la vida y la oprimen. Cree en la existencia de dos mundos distintos: uno "verdadero" y otro mundo inferior, aparente: el mundo de la vida, siendo aquel superior y más valioso que este.
El hombre o es incapaz de asumir la “muerte de Dios" y su pérdida de fe en el mundo trascendente de valores morales le lleva a caer en un nihilismo reactivo (con la consiguiente negación pesimista de la vida, que le conducirá a la autoaniquilación, desesperado ante una existencia que le parece carente de sentido). Por ejemplo su amigo Richard Wagner, después de componer óperas que exaltaban la belleza de los héroes míticos alemanes, vuelve de nuevo al cristianismo. O bien, segunda alternativa, se atreve a aceptar la "muerte de Dios", con todas sus consecuencias, lanzándose decididamente al "mar abierto" (como hizo Colón), en pos de la creación de nuevos y más elevados valores que enriquezcan su vida. Si elige esta segunda alternativa, se superará a sí mismo y preparara el advenimiento del superhombre, capaz de generar su propio sistema de valores, identificando como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder: la expansión de la energía creativa que es la fuerza interna fundamental de la naturaleza. Este nihilismo positivo, que muy pocos "espíritus libres" -entre ellos, Nietzsche- han sabido detectar, les hace afrontar la catástrofe de la "muerte de Dios" con buen ánimo, sin tristeza: tras la noche del nihilismo, se adivina la luz de la aurora, de un nuevo "amanecer". El nihilismo y el derrumbamiento de los antiguos valores han dejado sitio libre al hombre para ocupar el puesto del viejo Dios "muerto" y crear nuevos valores que fomenten la vida y den sentido a su existencia.
Nietzsche advierte de que su propuesta no ha de confundirse con ningún "ateísmo" o "inmoralismo", pues estos implican también una especie de "fe" negativa, consistente en creer con firmeza que si Dios no existe, todo está permitido y que hay que practicar la inmoralidad. Este pesimismo supone una concepción antropocéntrica del "mundo", totalmente injustificada. Ante todo, el hombre carece, en realidad, de importancia. El mundo se mantiene indiferente, a los posibles "planes" o "expectativas" humanas. El hombre está acostumbrado a "venerar" el mundo porque se supone que en él se cumplen ciertos planes divinos o humanos. Pero eso es tan absurdo e ilegítimo como "denigrarlo", porque la "muerte de Dios" y la pérdida de la fe han hecho trizas esos falsos ídolos. En efecto, "el último hombre"”, como ser que venera, se apresurará a construir nuevos dioses, nuevos ídolos con los que protegerse, "humano, demasiado humano", del carácter trágico de la existencia. Por eso, la filosofía de la sospecha habrá de ser la del filósofo que "filosofa a martillazos", es decir, que una y otra vez tendrá que estar atenta para derrumbar los nuevos ídolos que elevará el "último hombre. El filósofo del futuro, que ha aprendido a desconfiar de las veneraciones, se ha percatado de que ese "otro mundo" somos nosotros mismos, que hemos proyectado nuestras valoraciones en un más allá ficticio, atribuyéndolos a la providencia de un ser supremo: Dios. Pero ese Dios ya está "muerto" y ya no creemos en él.
"¿De qué modo somos nosotros piadosos todavía?" El científico moderno busca la verdad "a todo precio", con un ascetismo que recuerda al del hombre religioso: los dos sacrifican su vida en aras de "Dios" y de la "Verdad", respectivamente, dos abstracciones que se superponen a la vida y la oprimen. Cree en la existencia de dos mundos distintos: uno "verdadero" y otro mundo inferior, aparente: el mundo de la vida, siendo aquel superior y más valioso que este.
El hombre o es incapaz de asumir la “muerte de Dios" y su pérdida de fe en el mundo trascendente de valores morales le lleva a caer en un nihilismo reactivo (con la consiguiente negación pesimista de la vida, que le conducirá a la autoaniquilación, desesperado ante una existencia que le parece carente de sentido). Por ejemplo su amigo Richard Wagner, después de componer óperas que exaltaban la belleza de los héroes míticos alemanes, vuelve de nuevo al cristianismo. O bien, segunda alternativa, se atreve a aceptar la "muerte de Dios", con todas sus consecuencias, lanzándose decididamente al "mar abierto" (como hizo Colón), en pos de la creación de nuevos y más elevados valores que enriquezcan su vida. Si elige esta segunda alternativa, se superará a sí mismo y preparara el advenimiento del superhombre, capaz de generar su propio sistema de valores, identificando como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder: la expansión de la energía creativa que es la fuerza interna fundamental de la naturaleza. Este nihilismo positivo, que muy pocos "espíritus libres" -entre ellos, Nietzsche- han sabido detectar, les hace afrontar la catástrofe de la "muerte de Dios" con buen ánimo, sin tristeza: tras la noche del nihilismo, se adivina la luz de la aurora, de un nuevo "amanecer". El nihilismo y el derrumbamiento de los antiguos valores han dejado sitio libre al hombre para ocupar el puesto del viejo Dios "muerto" y crear nuevos valores que fomenten la vida y den sentido a su existencia.
EXPONER EL
PROBLEMA DE LA METAFÍSICA Y EL CONOCIMIENTO EN UN AUTOR DE LA ÉPOCA...
ANTIGUA: PLATÓN
(CONOCIMIENTO Y METAFÍSICA).
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Platón llama "Segunda Navegación de
la filosofía occidental" a su enfoque metafísico: los filósofos presocráticos habían
buscado el arjé o "elemento primordial" de la fisis (de
la realidad) en causas materiales (tierra, aire, agua, fuego...) e inmanentes
(de la propia naturaleza); Platón lo hará, en cambio, en causas inmateriales
y trascendentes (fuera de la naturaleza) a la fisis, a las que llama ideas.
Gracias a las ideas, Platón retoma la preocupación de los presocráticos por
el problema de la naturaleza (el arjé de la fisis), abandonada por su maestro
Sócrates (más preocupado, junto con los sofistas, de problemas políticos y
morales de la "polis"), y demuestra que los conceptos y
definiciones que éste utilizaba (qué son la belleza, la justicia, el amor, el
bien...), son realidades inmateriales extramentales (sustancias
suprasensibles), que servirán tanto para atender a los problemas cosmológicos
(cambio y multiplicidad) y gnoseológicos (el grado de verdad sobre lo que
decimos: opinión y ciencia) de la fisis , como a los éticos (bien) y políticos
(justicia) de la polis.
Las ideas (eidos), son esencias
(contienen la definición de cada cosa), formas ( las cosas las imitan porque
son sus arquetipos, paradigmas, moldes), sustancias (independientes de quien
las piense o de cualquier objeto material al que se refieran), universales
(todo el que las conoce de verdad conoce lo mismo; y todas las cosas de una
especie imitan a la misma idea), reales (existen de verdad aunque no sean
materiales), inteligibles (solo se conocen por medio de la razón),
inmateriales (son trascendentes al mundo físico), indivisibles (cada idea lo
es solo de una forma o molde), eternas (ni se generan ni se destruyen),
inmutables (la verdad de una idea no cambia con el tiempo), tienen
consistencia semántica (su significado no depende de que nosotros se lo
otorguemos a través de una decisión particular o colectiva, sino que lo
tienen por sí mismas), están jerarquizadas ( las que se encuentran más abajo
participan de las que están más arriba: las ideas de bien, verdad y belleza).
Pero sobre todo, las ideas son "en sí", es decir: la realidad de su
verdad no depende de nada ajeno a cada una de ellas, de modo que solo se
pueden contemplar sin mediación alguna.
El hecho de que las ideas existan por si
mismas al margen de los seres que las piensan y de las cosas que representan
plantea una pregunta evidente: ¿dónde se encuentran? Las ideas habitan en su
propio mundo. Por lo tanto hay dos mundos contrapuestos. El de las cosas
materiales: la fisis de los presocráticos, Compuesto por realidades
finitas (sujetas a generación y destrucción), mutables (se transforman con el
tiempo), ininteligibles (su condición material hace que solo podamos tener
"opinión" de ellas) y particulares (cada cosa es lo que es y no otra
cosa). Y el mundo de las ideas: el hiperuranio, fuera del espacio-tiempo. La
metafísica de Platón, por lo tanto, es un dualismo cosmológico (la realidad
se dice de dos maneras distintas). Pero estos dos mundos contrapuestos
(sensible e inteligible) no se encuentran aislados. La realidad
material cambia para imitar, copiar, participar, de la realidad material. Se
trata de un dualismo cosmológico positivo, amistoso. Tendencia que es debida
a la labor del artífice divino, el Demiurgo, que ordena (no crea) el caos
material tomando como modelo a las ideas (que son "formas") y lo
transforma en cosmos. Siguiendo a Empédocles, Platón afirma la organización
de la materia por el demiurgo en cuatro elementos fundamentales (tierra,
aire, agua y fuego) cuyas partículas están enlazadas formando figuras geométricas
(influencia pitagórica). Esta geometrización de la materia posibilita su
descripción matemática y alienta el proyecto pitagórico de matematización de
la fisis.
Platón extiende el dualismo cosmológico
(mundo sensible, mundo inteligible), al hombre (dualismo antropológico:
cuerpo y alma) y al propio conocimiento (dualismo gnoseológico: ciencia y
opinión). Cuando el hombre conoce por medio del cuerpo (con los sentidos), sólo
puede acceder a aquello de lo que se puede tener experiencia (el mundo
sensible) y el tipo de conocimiento no puede superar la opinión. Pero si
conoce sin el cuerpo (con la razón), entonces contempla el mundo inteligible
de las ideas, y pasa de la opinión a la ciencia.
Hay una escalera del conocimiento, por la
que se asciende dialécticamente del conocimiento del mundo sensible al
conocimiento del mundo inteligible. Esa escalera se distribuye en dos
niveles: opinión (doxa) y ciencia (episteme), que a su vez se dividen en dos
subniveles. Sobre las cosas de este mundo físico, dada su extraordinaria
movilidad, solo podemos tener opiniones, pero no certezas. Opiniones que
pueden proceder de la imaginación (percepción confusa que no diferencia la
realidad de su imagen) y de la fe (percepción correcta capaz de relacionar
las percepciones cabalmente, diferenciando la realidad de su imagen). Si
seguimos ascendiendo, la ciencia se refiere a aquello que permanece siempre
idéntico a sí mismo, ya sea por medio del conocimiento matemático (que
conoce las ideas pero "por medio de" los números y la geometría, es
decir, aún no las conoce "en sí"), ya sea por medio de la
contemplación, que prescinde de toda mediación y conoce las ideas directa e
inmediatamente.
Platón representa los grados de
conocimiento de la escalera gnoseológica con el símil de la línea segmenta
y con el Mito de la Caverna. En la primera representación, un segmento
se divide por la mitad, una para la opinión y otra para la ciencia. Y a su
vez, cada mitad en otras dos: la primera para la imaginación y la fe; la
segunda para las matemáticas y la contemplación. El Mito de la Caverna
escenifica los grados de conocimiento: la imaginación responde a los
prisioneros, fe responde al momento en que esos prisioneros ven las
figuras causantes de esas sombras, las matemáticas, al periodo de habituación
a la luz cuando salen de la caverna y la contemplación, a la visión directa
de las cosas iluminadas por la luz del sol.
El paso de la opinión a la ciencia lo
describe Platón como reminiscencia y como dialéctica. La reminiscencia alude
al momento en que el alma, encerrada en el cuerpo, pasa de la desorientación
por encontrarse en un cuerpo (nacer es contraer amnesia), a comenzar a
recordar el conocimiento que adquirió en su vida anterior. Este recuerdo se activa
debido a la experiencia de las cosas del mundo sensible que, al imitar a las
ideas, tienen un aire de familia con lo que el alma inmortal había
contemplado. Ahora bien, la reminiscencia no puede ser inmediata, sino que
exige un lento y arduo proceso que recibe el nombre de dialéctica. Puede ser
descompuesta en un doble movimiento que se asemeja a un "descenso"
y un "ascenso". El momento "ascendente" parte de los
objetos múltiples y cambiantes del devenir de la fisis y trata de
proporcionar su idea correspondiente.
Ya sea por reminiscencia o por dialéctica,
el paso de la opinión a la ciencia exige tal esfuerzo ascético que solo
pueden superarlo aquellos que estén poseídos por el eros. Un amor que es
propio de los hombres, porque los animales, al no saber lo que ignoran, no
pueden amar el saber, y los dioses, no aman el saber, no tienden hacia él,
porque ya lo poseen (no pueden ser filósofos). Platón reconoce que es más
probable que emprenda ese esfuerzo ascético quien por su constitución esté
menos sometido a las pasiones corporales. Pero la educación es lo más
importante: la gimnasia para dominar el cuerpo, las matemáticas para recordar
las formas usadas por el Demiurgo en la ordenación del caos y la música para
apreciar la armonía que se desprende de un cosmos organizado.
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MEDIEVAL: SANTO TOMÁS
DE AQUINO (CONOCIMIENTO Y METAFÍSICA).
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Santo Tomás afronta el intento por
utilizar la filosofía de Aristóteles (cuyos textos, perdidos durante siglos,
acaban de recuperarse) para pensar la fe, sin incurrir en la herejía de los
averroístas latinos. Esta doctrina concede tanta autoridad a la filosofía de
Aristóteles como al Evangelio, lo que la lleva en algunos casos a mantener
como verdaderas algunas afirmaciones contradictorias, como por ejemplo, decir
al mismo tiempo que el alma es mortal (según sostenía la antropología de
Aristóteles) y los muertos resucitan (según se confiesa el dogma cristiano).
Frente a esta doctrina herética de la doble verdad de los averroístas
latinos, Santo Tomás sostiene que la verdad es única (tanto sobre Dios, como
sobre el hombre y el mundo), porque la fuente de la verdad es solo una: Dios.
A esta única verdad, o bien se accede solo por la fe (verdades reveladas o
artículos de fe), o solo por la razón (verdades procedente de la experiencia)
o por la razón y la fe (preámbulos de fe).
Donde mejor se pone de manifiesto la
unidad de la verdad (y donde existe el peligro de la herejía de la doble
verdad de los averroístas latinos) es en los preámbulos de fe, a los que se
accede por la razón y por la fe, y quizá una podría decir una cosa y la otra
lo contrario. Sin embargo, esto no es posible porque Dios, autor de la fe y
de la razón, no puede contradecirse. Esta unidad de la verdad, no impide que
las dos fuentes de conocimiento (la fe y la razón), sean autónomas, es decir,
cada una con método y objeto de estudio propios
Sin embargo, en los preámbulos de fe la
filosofía no es autónoma (no es libre); está al servicio de la teología (la
filosofía es “esclava de la teología”, hemos dicho antes). Es una herramienta
de la teología que la ayuda a pensar conceptualmente la fe. Además, aunque la
filosofía llega a esos preámbulos igual que lo hace la fe, solo logra un
conocimiento imperfecto que la teología sabe aclarar. Es decir, la fe no
sustituye a la razón, pero la perfecciona.
¿Por qué revela Dios al hombre lo qué éste
puede conocer por medio de su razón natural? En primer lugar, porque no todos
los hombres tienen tiempo o talento para practicar la filosofía y acceder a
verdades tan importantes. En segundo lugar porque esas verdades de fe a las
que se puede acceder también por medio de la filosofía (los preámbulos de fe)
son un punto de encuentro con las otras religiones monoteístas (judía y
musulmana) y un tema a partir del cual defender la fe frente a los herejes
cristianos (apologética).
En la Época Antigua, el problema de la
metafísica estudiaba el arjé de la fisis (la relación entre el ser y el
devenir, el cambio y la permanencia). En la Época Medieval, el problema de la
metafísica se enfoca en el estudio de cómo es la realidad si se tiene en
cuenta que ha sido creada por Dios (la relación que la realidad creada tiene
con su creador y la relación de las cosas creadas entre sí). Junto con la
existencia de Dios, la inmortalidad del alma o la ley natural, la creación
del mundo por Dios de la nada es también un preámbulo de fe. En efecto,
aunque Dios se revela como creador en el Génesis, Santo Tomás demuestra
filosóficamente (solo por medio de la razón, sin la fe) la existencia de Dios
como creador en la Tercera, de las "Cinco vías".
Santo Tomás distingue entre esencia y
existencia, entre la naturaleza de un ser, entendida como simple
potencialidad o posibilidad (esencia), y su existencia efectiva, en acto. El
ente es todo aquello que existe. Sin embargo, no todo lo que existe lo hace
del mismo modo. Porque mientras que Dios ES la existencia, el mundo TIENE
existencia. En Dios la existencia se identifica con su esencia (por eso Dios
es acto puro, ser subsistente, ser necesario); en la criatura, se distingue
de su esencia (que tan solo es aptitud para ser, potencia de ser). Por lo que
si las criaturas existen, pero podrían no existir (son contingentes), no es
por ellas mismas que existen, sino gracias a otro: Dios que las crea. Dios
posee el acto de ser de forma originaria y las criaturas lo poseen de forma
derivada, por participación (en ellas el ser es el acto gracias al cual las
esencias existen de hecho).
Los trascendentales del ser son las
propiedades objetivas que tiene todo ente por el hecho de existir: unidad, bondad, verdad, belleza.
Se dan según el grado de ser de cada cosa: cuanto más perfecta, mayor unidad,
verdad, bondad y belleza. Cuanto mayor sea el grado de ser poseído, mayor
será la unidad. La unidad de Dios es la unidad de la simplicidad porque
su esencia consiste en el acto de existir. Dios no es primero una esencia en
la mente de nadie y luego existe. Dios es desde siempre y para siempre
existencia. En cambio la unidad de los entes contingentes, creados, es de
composición (esencia + acto de ser o existencia) porque la existencia es el añadido
que Dios pone a las esencias cuando las crea. Cuando esa composición se
descompone, el ente pierde su existencia y muere. Por eso Dios no nace ni
muere. Para Aristóteles la verdad se encuentra en el juicio que realizamos
sobre la experiencia por medio de conceptos universales y necesarios (se
halla en la mente, pero no en la realidad -que es cambiante y múltiple-).
Para Santo Tomás, en cambio, el mundo y las criaturas individuales son la manifestación
del pensamiento divino y por lo tanto poseen verdad ontológica (se
corresponden con el plan divino) y no simplemente una verdad lógica o humana
puramente conceptual. La verdad del ente depende, como la unidad, del grado
de ser que posea. Dios es la verdad suprema porque es el ser supremo. Los
entes finitos son más o menos verdaderos según su grado de participación en
el ser divino. Las cosas son buenas en cuanto han sido queridas por Dios,
fuente de todo bien. Dios crea amando y el hombre ama las cosas porque son
buenas. Las cosas son buenas porque existen por el amor de Dios.
Si en la época antigua el concepto metafísico
fundamental, en Platón, era el de participación (imitación, copia), en la época
medieval será el de analogía. "Analogía" significa
"semejanza" o "proporción". Es un término que indica una
relación de semejanza entre cosas distintas. Se refiere al razonamiento que
se basa en la detección de atributos semejantes en seres o cosas diferentes.
La relación entre los seres creados y la relación entre los seres creados y
el creador es analógica, es decir, que en parte se parecen y en parte se
distinguen. Pero esa relación analógica no es del mismo tipo según que se dé
entre los seres creados o entre éstos y su creador. Entre Dios y las criaturas
no hay relación de identidad ni de equivocidad. Su relación es analógica,
porque en parte se parecen y en parte se diferencian. Se parecen en que
existen y por el hecho de existir tienen unidad, verdad, belleza y verdad
(predicados trascendentales). Pero se diferencian en el modo de existir.
Porque mientras que las criaturas tienen una existencia contingente (existen
pero podrían no existir porque podemos definir su esencia sin incluir su
existencia), Dios tiene una existencia necesaria (existe y no puedo no
existir porque no podemos pensar su esencia sin incluir también su
existencia). Por eso, mientras que las criaturas TIENEN, en mayor o menor
grado, unidad, verdad, bondad y belleza, Dios ES la verdad, la bondad, la
unidad y la belleza de la que las criaturas solo participan, en mayor o menor
medida, según su grado de perfección en la jerarquía de la creación.
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MODERNA: KANT
(CONOCIMIENTO Y METAFÍSICA).
En la obra de Kant desembocan las dos
corrientes de la filosofía moderna (racionalismo y empirismo). Además estamos
ante un decidido defensor de la Ilustración. En las universidades alemanas
predominaba el racionalismo dogmático de Wolf que mantenía la posibilidad de
construir una metafísica científica; es decir, un saber acerca del alma
(psicología racional), del mundo (cosmología racional) y de Dios (teología
racional), sin contar para nada con la experiencia sensible. Sin embargo, Kant
afirmará que Hume que le hizo "despertar del sueño dogmático". A
partir de aquí comienza su actitud crítica: frente al "dogmatismo"
racionalista que intenta deducir todo el conocimiento a partir de las ideas
innatas sin evaluar antes si la razón está en condiciones de hacerlo, el
criticismo kantiano se propondrá no usar la razón antes de calibrar sus límites
y posibilidades. Pero frente al empirismo, defenderá que la razón sí
que está capacitada para construir conocimiento más allá de la experiencia.
Kant aborda el problema del conocimiento y de la metafísica en la pregunta ¿qué puedo conocer? A la que atiende esencialmente en su obra Crítica de la razón pura, obra que escribe para responder a los desafíos que Hume había lanzado con su empirismo radical. ¿Es verdad que la física de Newton no está fundamentada? A juicio de Hume, es indudable la certeza práctica de la física de Newton ha traído progreso y acuerdo a la ciencia del cambio natural. Pero al sacar juicios universales y necesarios de la experiencia contingente y particular pretendería ir más allá de lo que la razón puede afirmar legítimamente. ¿Es verdad que la metafísica no es una ciencia? Al ser una actividad que pretende deducir todo el edificio del conocimiento de las ideas innatas al margen de la experiencia, la razón iría más allá de sus posibilidades y construiría un monstruo de especulación y superstición.
Lo curioso de estos juicios universales y necesarios de la física de Newton, es que, si bien no proceden de la experiencia (como demuestra Hume, porque la experiencia no es universal ni necesaria), sí hablan de ella. La afirmación "todo fenómeno tiene una causa" versa sobre hechos de la experiencia y está referida al modo en el que suceden las cosas (ocurren de tal modo que todas tienen una causa). Ahora bien, si estos juicios no proceden de la experiencia, ¿cuál es su fundamento?
Kant aborda el problema del conocimiento y de la metafísica en la pregunta ¿qué puedo conocer? A la que atiende esencialmente en su obra Crítica de la razón pura, obra que escribe para responder a los desafíos que Hume había lanzado con su empirismo radical. ¿Es verdad que la física de Newton no está fundamentada? A juicio de Hume, es indudable la certeza práctica de la física de Newton ha traído progreso y acuerdo a la ciencia del cambio natural. Pero al sacar juicios universales y necesarios de la experiencia contingente y particular pretendería ir más allá de lo que la razón puede afirmar legítimamente. ¿Es verdad que la metafísica no es una ciencia? Al ser una actividad que pretende deducir todo el edificio del conocimiento de las ideas innatas al margen de la experiencia, la razón iría más allá de sus posibilidades y construiría un monstruo de especulación y superstición.
Lo curioso de estos juicios universales y necesarios de la física de Newton, es que, si bien no proceden de la experiencia (como demuestra Hume, porque la experiencia no es universal ni necesaria), sí hablan de ella. La afirmación "todo fenómeno tiene una causa" versa sobre hechos de la experiencia y está referida al modo en el que suceden las cosas (ocurren de tal modo que todas tienen una causa). Ahora bien, si estos juicios no proceden de la experiencia, ¿cuál es su fundamento?
A juicio de Kant, las características
fundamentales que presenta el conocimiento científico son acuerdo y progreso.
Acuerdo: los científicos se ponen de acuerdo en sus teorías. ¿Quién se atrevía
a discutir la mecánica gravitatoria celeste desarrollada por Newton? Y progreso:
las teorías modernas mejoran las precedentes. Ahora bien, ¿existe este
acuerdo y progreso del que goza la física en el ámbito de la metafísica? La
respuesta kantiana es que, en esta disciplina, ambos rasgos brillan por su
ausencia. La metafísica, al carecer de acuerdo y progreso, no es, por tanto y
por ahora, científica. ¿Podría, sin embargo, llegar a serlo?
Para Kant la ciencia es un sistema de
juicios sintéticos a priori. Juicio sintéticos es una afirmación en la
que se dice algo que no está incluido en el sujeto. Juicio a priori es una
afirmación universal y necesaria. Pensemos en la descripción que hace la física
newtoniana de los fenómenos físicos: "todo fenómeno físico tiene una
causa". Es un juicio sintético, porque la idea de fenómeno físico no
incluye necesariamente la idea de que tenga una causa. Es un juicio a priori,
porque la relación afirmada "todo fenómeno tiene una causa" nos lleva
en física a no conformarnos con constatar que algo ha pasado (fenómeno), sino a
buscar su causa porque aunque aún no la conozcamos, lo que ha pasado ha tenido
que ser causado por algo.
Puesto que de donde no hay no se puede sacar
y nada da lo que no tiene, habrá que aceptar que la universalidad y necesidad
de la ciencia no la pone el efecto que el mundo sensible tiene en nosotros,
sino que lo que no ponemos nosotros. Kant llama "puro" a eso que
encontramos en cada una de las facultades de conocimiento purificado de
cualquier añadido que proceda de la experiencia: lo innato de nuestra
sensibilidad y de nuestro entendimiento. Y llama trascendental a que eso puro
lo tenemos todos los seres humanos (universal) porque no podemos sentir ni
entender lo que sentimos (necesario) sin esas formas puras. Todos construimos y
comprendemos la experiencia por igual y ningún sujeto racional puede hacerlo de
otra manera.
Siendo como somos seres temporales, solo
podemos sentir algo si dura en el tiempo. Además, siendo como somos seres
corporales que ocupan un lugar en el espacio, solo podemos sentir algo físico
si efectivamente ocupa un lugar en el espacio (extensión). Por lo tanto, la
duración y la extensión son las intuiciones puras de la sensibilidad que el
sujeto impone a cualquier estímulo (impresión) para que podamos darnos cuenta
de él. La unión de impresiones con su acondicionamiento temporal y espacial por
parte de la sensibilidad del sujeto, recibe el nombre de fenómeno. Por lo
tanto, no sentimos impresiones, sino fenómenos. Como vemos la sensibilidad no
es pasiva, como pensaban los empiristas, sino activa, no se limita a recibir el
impacto de lo que nos pasa (impresiones), sino que gracias a las intuiciones
puras de la sensibilidad configura las impresiones para que estemos en
condiciones de sentirlas. A esa suma de impresiones más intuiciones puras
espacio-temporales, la llamamos fenómeno. Sin embargo, nada nos garantiza que
lo que se deja acondicionar espacio-temporalmente de la impresión sea toda la
realidad. Bien puede haber dimensiones de la realidad que no estemos en
condiciones de sentir porque no se dejan reconstruir espacio-temporalmente. A
eso que se nos escapa del conocimiento lo llama Kant noúmeno. No podemos
conocerlo pero bien podemos pensar que existe. Por lo tanto, solo una parte de
la realidad es compatible con nuestra forma de conocerla.
Los seres humanos construimos fenómenos no solo para poder darnos cuenta de las de que algo nos afecta, sino que necesitamos identificar qué estamos sintiendo. Necesitamos juzgar los fenómenos, comprenderlos en un juicio: "este fenómeno es tal cosa” (categoría) La facultad encargada de juzgar lo que sentimos es el entendimiento, que utiliza sus formas puras llamadas categorías. La física analiza las relaciones causales necesarias que se dan en los procesos físicos. La de causa es la categoría fundamental con que el entendimiento sintetiza lo presente a la sensibilidad.
Las categorías solo pueden aplicarse a lo presente en nuestra experiencia sensible (fenómenos), y no a lo que se sustrae de ella (noúmenos). Ahora bien, Dios, alma y mundo no pueden estar presentes a dicha experiencia. En conclusión, no es posible un conocimiento científico de Dios, el alma y el mundo. Pero esas ideas regulativas sí sirven para almacenar ordenadamente el conocimiento que nos proporcionan las ciencias. Bajo la idea de alma se ordenan todos los conocimientos que nos proporciona la física de los fenómenos inmateriales (los que solo tienen duración). Bajo la idea de mundo se ordenan todos los conocimientos que nos proporciona la física de los fenómenos materiales (que tienen duración y extensión). Bajo la idea de Dios se ordenan todos los conocimientos anteriores en una unidad aún mayor. la idea de lo infinito que incluye todo en sí sin dejar nada fuera.
Los seres humanos construimos fenómenos no solo para poder darnos cuenta de las de que algo nos afecta, sino que necesitamos identificar qué estamos sintiendo. Necesitamos juzgar los fenómenos, comprenderlos en un juicio: "este fenómeno es tal cosa” (categoría) La facultad encargada de juzgar lo que sentimos es el entendimiento, que utiliza sus formas puras llamadas categorías. La física analiza las relaciones causales necesarias que se dan en los procesos físicos. La de causa es la categoría fundamental con que el entendimiento sintetiza lo presente a la sensibilidad.
Las categorías solo pueden aplicarse a lo presente en nuestra experiencia sensible (fenómenos), y no a lo que se sustrae de ella (noúmenos). Ahora bien, Dios, alma y mundo no pueden estar presentes a dicha experiencia. En conclusión, no es posible un conocimiento científico de Dios, el alma y el mundo. Pero esas ideas regulativas sí sirven para almacenar ordenadamente el conocimiento que nos proporcionan las ciencias. Bajo la idea de alma se ordenan todos los conocimientos que nos proporciona la física de los fenómenos inmateriales (los que solo tienen duración). Bajo la idea de mundo se ordenan todos los conocimientos que nos proporciona la física de los fenómenos materiales (que tienen duración y extensión). Bajo la idea de Dios se ordenan todos los conocimientos anteriores en una unidad aún mayor. la idea de lo infinito que incluye todo en sí sin dejar nada fuera.
El ser humano no se conforma con lo fenoménico.
Puede y aspira a seguir pensando en lo nouménico, es decir, en aquella dimensión
de lo real que no podemos conocer porque no estamos en condiciones de
configurar espacio-temporalmente. ¿Qué hay más allá de mí dimensión espacio
temporal (alma), qué hay más allá de la visión del mundo que nos ofrece la
ciencia (mundo) y qué hay más allá del alma y del mundo (Dios)?
CONTEMPORÁNEA: HABERMAS
(METAFÍSICA Y CONOCIMIENTO).
El conocimiento responde a un interés
concreto. El interés técnico aspira al control de la naturaleza por medio de
las Ciencias de la naturaleza. El interés práctico aspira a la
comprensión de los hombres con vistas a establecer la comunicación y el
entendimiento entre ellos por medio de las Ciencias humanas. Y el interés
emancipatorio, ideal de la Ilustración, que aspira a liberar al hombre
de los condicionamientos sociohistóricos que impiden el desarrollo de su
racionalidad y su libertad. Lo realiza por medio de disciplinas tendentes al
desenmascaramiento de las ideologías: el psicoanálisis freudiano y la propia
filosofía, entendía como teoría crítica. Estos intereses tienen, de acuerdo con
el ideal ilustrado, una articulación precisa: los intereses práctico y técnico,
esto es, la organización social de la transformación de la naturaleza y de la
convivencia, han de estar al servicio del ideal emancipatorio, es decir, la
promoción de la libertad y la racionalidad del ser humano. El problema es que
esto no ocurre en las sociedades industriales desarrolladas, en las que el
interés emancipatorio está marginado de la vida social. Este está regido por la
racionalidad teleológica, es decir, aquella que calcula los medios idóneos para
alcanzar los fines propuestos y que, en opinión de Habermas, se expresa en dos
tipos de acciones. La instrumentalización de la naturaleza y la
instrumentalización de la persona. Este monopolio de la racionalidad
instrumental se constata socialmente en el hecho de que las decisiones económicas
y políticas, son tomadas al margen de los ciudadanos -puesto que se sustraen al
debate democrático- por los apóstoles de la racionalidad tecnológico-instrumental,
es decir, por los tecnócratas: los poderes económicos deciden lo que van a
consumir/producir las personas, y los políticos profesionales diseñan las
estrategias que hay que seguir (a estos habría que añadir los modernos ejércitos
de terapeutas que colonizan la esfera privada: psicólogos, orientadores,
asesores y consejeros de todas las especialidades). Urge, pues, desarrollar un
modelo alternativo de racionalidad que fundamente la restauración de la jerarquía
ilustrada de los intereses. El propuesto por Habermas es la racionalidad dialógica
o comunicativa.
Como la racionalidad es universal (recordemos que la racionalidad para Kant es "trascendental": todo sujeto construye y comprende la experiencia de la misma manera y no puede hacerlo de otra), habrá que desarrollar una teoría de la pragmática universal, es decir, una teoría que responda a la pregunta acerca de cuáles son las condiciones universales que se han de cumplir para conseguir el entendimiento intersubjetivo entre los hablantes. Habermas sostiene que cuando una persona habla con otra, la comunicación, que es la función principal y originaria del habla, no se limita a una simple transmisión de información sino que el lenguaje posee una serie de supuestos que todos los que hablan tienen que cumplir. Estos supuestos, los "universales del habla", son ciertos en cualquier lengua y, por tanto, válidos para todos los humanos. Pretensión de inteligibilidad: el hablante pretende decir algo inteligible. Pretensión de verdad: el hablante pretende que lo que dice es verdadero, en el sentido de que se corresponde realmente con lo que pasa en el mundo. Pretensión de rectitud: el hablante pretende que lo que dice es correcto. Pretensión de veracidad: el hablante pretende que lo que dice se corresponde con lo que realmente cree.
Para entender cualquier cosa que se nos
quiera decir, hemos de presuponer en el hablante inteligibilidad, verdad,
rectitud y veracidad. De hecho, cuando creemos que nuestro interlocutor está
diciendo algo ininteligible, falso, incorrecto o mentiroso sobre sus creencias,
normalmente interrumpimos la comunicación y le exigimos que aclare sus
pretensiones. Cuando dichas pretensiones no se cumplen, surge el discurso. El
discurso es aquel acto de comunicación por el que tratamos de validar
argumentativamente si las pretensiones de validez de un acto de habla se
cumplen o no. Sin embargo, para que sea válida, la argumentación ha de
respetar unas "reglas de juego" que configuran una situación ideal de
habla, en la que quedan excluidas la coerción y la persuasión y en la que
participan todos cuantos posean argumentos relevantes. Estas reglas son las
siguientes. Reglas lógico-semánticas: un hablante no debe
contradecirse, ni diversos hablantes no pueden emplear la misma expresión con
significados distintos. Reglas procedimentales: cada hablante
solo puede afirmar aquello en lo que verdaderamente cree. Reglas
que garantizan la ausencia de represión y desigualdad entre los participantes.
Universalidad e imparcialidad de la comunidad ideal de habla.
Para Habermas, se dialoga con otras personas
porque se tiene el convencimiento de que se puede llegar a alcanzar con ellas
un acuerdo o un consenso fundamentado en razones que todos comprenden y
aceptan; en caso contrario, el diálogo carecería de sentido. El consenso
constituye el final esperado de todo discurso y los discursos tienen siempre
pretensiones de universalidad puesto que lo que se defiende en ellos,
aunque vaya dirigido a un interlocutor concreto con el que se está hablando, en
el fondo busca el reconocimiento universal de lo que se dice y se defienden
argumentos. La única limitación de la universalidad de la racionalidad
comunicativa nace de la capacidad que tienen los seres humanos de negarse a
participar en el diálogo. La racionalidad es fruto de una apuesta, de un
compromiso ético sin el cual es imposible. La racionalidad exige
"voluntad" de razón. No obstante, quien participa en el diálogo
no puede argumentar dialogalmente contra los requisitos de la racionalidad
procedimental explicitados en las condiciones de la comunidad ideal de
habla, ya que quien así procediera incurriría en la llamada contradicción
performativa, esto es, negaría de forma explícita lo que implícitamente
reconoce en su praxis lingüística.
Para los ilustrados, los seres humanos no
pueden negarse a formar parte de la historia (Marx) y de la manera de construir
la experiencia (Kant). Son dos absolutos que se le imponen. Sin embargo, esos
fundamentos absolutos del ejercicio de la razón, han fracasado. El sujeto es
una realidad constitutivamente histórica (Ortega y Gasset) y es, por tanto, su
inevitable instalación histórica la que determina las condiciones de
posibilidad de construcción y de comprensión de la experiencia.
EXPONER EL PROBLEMA
DE LA ÉTICA O DE LA MORAL EN UN AUTOR DE LA ÉPOCA...
ANTIGUA: ARISTÓTELES
(MORAL O ÉTICA).
Tanto con el uso teórico de la razón (con la
práctica de la filosofía) como con el uso práctico (con las virtudes éticas
y el buen carácter que nos proporcionan), adquirimos la felicidad. No obstante,
la felicidad racional (la práctica de la filosofía) es muy superior a la
felicidad ética (adquirir un buen carácter). El arte (uso productivo)
modela la materia para darle una forma bella; análogamente, la ética utiliza la
razón para moldear bien nuestra conducta y nuestro carácter. Sin embargo, lo
que se produce por medio de un arte o de un oficio se puede hacer por
casualidad o por sugerencia de otro. En cambio nadie es virtuoso por
casualidad: lo es por repetición. Tampoco es bueno por hacer lo que le diga un
hombre bueno, sino solo si la forma de hacerlo corresponde a la disposición que
tendría ese hombre virtuoso. Dos productos del arte importa su
utilidad, no quién los haya hecho. En cambio, las acciones de la razón práctica
sólo están bien hechas si, como acabamos de decir, el que las hace tiene cierta
disposición. Por último, mientras que el conocimiento del que conoce un oficio
ya es de por sí bueno porque le capacita para producir bien, el conocimiento
tiene poco o ningún peso para las virtudes ética, porque uno no se hace bueno
por sus intenciones sino por las acciones virtuosas que realiza. Al
igual que los enfermos que no hacen caso al médico no sanarán su cuerpo, los
que solo tienen buenas intenciones no sanarán de su "vicio" sólo
sabiendo lo que hay que hacer pero no haciéndolo.
Ahora bien, siendo la razón una facultad del
alma, ¿qué tipo de actividad del alma es esa que nos hace virtuosos cuando la
usamos habitualmente? La virtud no es una pasión, porque no se nos califica
moralmente por lo que sentimos sino por lo que hacemos con lo que sentimos. Las
pasiones se producen sin nuestra elección; por contra, las virtudes y los
vicios (lo que hacemos con lo que sentimos) los elegimos. Y aunque las pasiones
nos mueven a obrar, sin embargo son las virtudes las que nos dan cierta
predisposición (costumbre, hábito) a obrar de la que somos responsables (puesto
que la hemos elegido libremente nosotros una y otra vez). La virtud tampoco es
una facultad porque no se nos califica moralmente por tener la facultad de
sentir placer o dolor, que está en nosotros por naturaleza. Mientras que
nuestra maldad (vicio) o bondad moral (virtud) es producto de decisiones
racionales y deliberadas (libres) y, por tanto, adquiridas, de las que, por
tanto, somos responsables. No nacemos siendo viciosos o virtuoso
Por lo tanto, si las virtudes, que son una
actividad del alma, no son ni pasiones ni facultades, entonces son modos de ser.
El modo de ser es el hábito, la conducta adquirida por repetición de unos
mismos actos. Una persona no es buena o mala por lo que es (animal
racional compuesto de pasiones -placer, dolor- y facultades -razón y
libertad-), sino por lo que hace con lo que es habitualmente, libre y
conscientemente.
Nos viene bien aquello que sienta bien a
nuestra naturaleza de seres racionales. Y a la costumbre de elegirlo lo
llamamos virtud. Mientras que a la costumbre de equivocarnos en lo que nos
viene bien, lo llamamos vicio. El virtuoso lo es porque acierta eligiendo el término
medio relativo a nosotros. Mientras que el vicioso suele elegir un extremo
vicioso, ya sea por exceso o por defecto. Este hábito para escoger la cantidad
justa de pasión que hemos de poner en lo que hacemos para acertar es la virtud de la justicia. Sin embargo, aunque
respecto de su esencia es "medio", respecto del bien, el término
medio subjetivo no es un medio, sino un "extremo". Por eso la virtud
es ese tipo de acción a la que los griegos llamaron "areté",
es decir, la excelencia que alcanza un ser cuando perfecciona sus disposiciones
naturales. No queremos ser virtuosos para acumular virtudes (moralismo), sino
para vivir mejor. Las virtudes son medios, no son fines. Se denomina
"eudemonismo" a cualquier doctrina ética que, como la de Aristóteles,
identifica la felicidad (eudaimonía) con el bien supremo y el fin último hacia
el que tienden todos los actos humanos dada su naturaleza o esencia.
Además de eudemonista, la doctrina ética de
Aristóteles es teleológica porque si el ser humano quiere ser feliz por encima
de todo es porque los procesos y los cambios de su naturaleza se explican en
función de ese fin (telos) hacia el que tienden, esto es, la felicidad.
Es decir, el ser humano quiere ser feliz porque todo lo que hace y piensa lo
hace para eso. Toda conducta obedece a la causa final. Ahora bien, muchos fines
son simples medios que utilizamos para alcanzar otro fin. Y, como no resulta
posible admitir una cadena infinita de medios y fines (porque, de existir esa
cadena, nuestro deseo se perdería en el vacío), ha de haber algún bien supremo
al que tienden nuestros actos y que buscamos por sí mismo. Aristóteles piensa
que ese bien es la felicidad, pues esta es lo mejor de todo: la deseamos por sí
misma, no en vistas a otra cosa. La prudencia es la virtud que nos permite
distinguir entre medios y fines. Cualquier ser humano, incluso el tirano o el
esclavo, puede gozar de los placeres corporales. Sin embargo, ni el
esclavo es feliz ni el tirano tampoco porque la felicidad de éste solo lo es en
apariencia. La virtud de la prudencia nos permite entender que la diversión es
buena, sí, pero no puede ser el fin último, sino solo un medio que nos facilite
el descanso para dedicarnos a lo que verdaderamente importa: el esfuerzo en pos
de la virtud (esfuerzo al que nos dispone la templanza). Por lo tanto, la
virtud de la moderación consiste en la costumbre de disfrutar del placer como
medio para recuperar la alegría de vivir, para recomponerse de los esfuerzos
del día a día y seguir buscando la mejor versión de nosotros mismos.
Las virtudes éticas (justicia, moderación y
templanza) se llaman también virtudes "humanas" porque
proporcionan una felicidad solo humana porque aunque utilizan la razón, que es
lo mejor que hay en nosotros, no lo hacen por la razón misma, sino por el interés
de todo el compuesto humano: cuerpo y alma. Pero la prudencia (esa disposición
que permite elegir los medios con vistas al fin supremo que es la felicidad),
nos dispone a entender que la felicidad perfecta. Más en concreto, ¿por qué la
contemplación es la actividad propia de la felicidad perfecta? Lo que es propio
de cada uno por naturaleza es lo mejor, y lo más "especial" del
animal racional es la razón. Por lo tanto, la actividad más excelente, la vida
más feliz, será la vida de acuerdo con la razón, la contemplación. Es la más
continua, ya que podemos practicarla siempre que queramos a lo largo de nuestra
vida. Proporciona el placer de la sabiduría, propio de los dioses, del que los
animales no pueden participar. El sabio se basta a sí mismo. Es superior a la
vida del militar o del político. Estos buscan un fin exterior del que dependen:
la paz, el poder, los honores, etc. En cambio, la actividad teorética se
practica por sí misma. Los dioses aman a quien se les parece: como ellos son
inteligencias puras, aman a aquel individuo que los imita, cultivando su razón.
Sin embargo, a felicidad, bien supremo, no pertenece a un mundo ideal separado, como creía Platón, sino que puede adquirirlo el hombre combinando: la práctica de las virtudes éticas y dianoéticas, saber rodearse de buenos amigos con los que poder practicar la filosofía (costumbre que nos encamina a la felicidad perfecta) y que puedan servirnos de ejemplos a los que imitar cuando queramos adquirir una virtud. Y bienes de fortuna o suerte, tales como la salud, el dinero o la amistad.
MEDIEVAL: SAN AGUSTÍN DE
HIPONA (ÉTICA Y MORAL).
El problema de la creación está vinculado
con el gran problema del mal: si todo proviene de Dios, origen de todo bien, ¿de
dónde procede el mal? En su juventud san Agustín se adhirió a las tesis
maniqueas. El maniqueísmo exime de cualquier responsabilidad sobre el mal al
Dios cristiano, a quien identifica con la Luz. El responsable sería el otro
"dios", el Mal. Y niega también la responsabilidad humana por los
males cometidos porque cree que no son producto de la libre voluntad, sino del
dominio del mal sobre nuestra vida. Más tarde, la lectura de Plotino le ofreció
a san Agustín la posibilidad de explicarse el mal sin atribuirle, como hacían
los maniqueos, una realidad sustancial al principio del mal. Para Plotino el
mal es puro no ser, no tiene, por lo tanto, carácter positivo (no es algo),
sino que es ausencia de bien. El mal no sería creado por Dios, puesto que no es
nada sustancial (nada real, con naturaleza positiva). De este modo, San Agustín
puede salvar el monoteísmo y absolver al mismo tiempo a Dios de cualquier
responsabilidad moral. Y devolverle al ser humano una de las facultades más
importantes con las que Dios le ha creado: la libertad. Sin embargo, a
diferencia del neoplatonismo, Agustín no identifica el mal con lo sensible, con
la materia (dado que esta también fue creada por Dios), sino que el mal es un
amor desordenado, una dilectio deficiente, una capacidad de amar debilitada por
el pecado original que nos lleva a dar la espalda a Dios y a gozar de esas
decisiones desordenadas. Un amor imprudente.
En los tres tipos de mal late el drama del
paraíso perdido. En el mito del Génesis, el pecado original, que daña el orden
del amor de la voluntad, afecta al cuerpo, que se convierte en cuerpo finito y
frágil que, desde entonces, queda expuesto a la naturaleza como una amenaza y
al pecado como mal moral.
El mal metafísico-ontológico: en el cosmos
no existe el mal, sino que existen solamente grados inferiores de ser en
comparación con Dios, dependientes de la finitud de las cosas creadas y del
diferente grado de esta finitud. No obstante, aquello que ante una consideración
superficial parece un defecto (y podría por tanto parecer un mal), en realidad
desaparece desde la perspectiva del universo visto en su conjunto. Los grados
inferiores del ser y las cosas finitas -incluso aquellas de orden ínfimo-
constituyen momentos articulados en un gran conjunto armónico.
El mal moral o "cupiditas" (el
pecado): es fruto de una "mala voluntad", de una perversión
del querer, consistente en anteponer lo sensible a Dios (es decir, en anteponer
los grados inferiores de ser a los grados superiores). Por su propia
naturaleza, la voluntad habría de tender hacia el sumo Bien. Sin embargo,
puesto que existen numerosos bienes creados y finitos, la voluntad puede tender
hacia éstos e, invirtiendo el orden jerárquico, puede preferir una criatura en
lugar de Dios, prefiriendo los bienes inferiores a los superiores. El mal
moral, en consecuencia, es una "aversio a Deo" y una "conversio
ad creaturam". El haber recibido de Dios una voluntad libre ha sido un
gran bien. El mal constituye un uso equivocado de este gran bien, que tiene
lugar de la forma que hemos descrito. En definitiva, el mal, que es pura
privación, reside en la anteposición de lo sensible a Dios, fruto de una mala
voluntad. El hombre bueno es aquel que ama, aquel que ama lo que debe amar.
Este amor es la caridad que consiste en amar a Dios y a los hombres en función
de Dios. Es decir, consiste en la voluntad que lleva a dispensar el amor según
la jerarquía del ser. Con Agustín la voluntad se
impone a la reflexión filosófica, invirtiendo la antropología griega y
superando de manera definitiva el antiguo intelectualismo moral. San
Agustín confiesa su búsqueda de la verdad como un atormentado proceso interior
en el que su voluntad se opone a la voluntad de Dios.
El mal físico, es decir, los
padecimientos, las enfermedades, los dolores anímicos, la muerte, que son una
consecuencia del mal moral (el mal físico aparece con el pecado original).
Como decía san Pablo: "no hago el bien que quiero, sino el mal que no
quiero. Esta desconexión entre razón práctica y voluntad es consecuencia del
pecado original. En el mito del Génesis, los primeros padres habían sido
creados con una voluntad dócil a los dictados de la razón. Sin embargo, al dar
la espalda a Dios en esa condición tan favorable para no hacerlo, la soberbia
de Adán desvía la voluntad del amor ordenado hasta tal punto que esa naturaleza
caída se hace extensible a todos los hombres (traducianismo). Sin la gracia, el
libre arbitrio (después del pecado original), no querría el bien o, si lo
quisiese, no podría llevarlo a cabo. La gracia, pues, no tiene el efecto de
suprimir la voluntad, sino de convertirla en buena, de mala que había llegado a
ser. La libertad consiste, precisamente, en este poder de usar bien el libre
arbitrio. La posibilidad de hacer el mal es inseparable del libre arbitrio,
pero poder no hacerlo es la contraseña de la libertad, y hallarse confirmado en
la gracia hasta el punto de ya no poder hacer el mal, es el grado supremo de la
libertad. El hombre que se encuentra dominado más plenamente por la gracia de
Cristo es, pues, el más libre.
San Agustín tuvo que presentarse a
propuestas que negaban la necesidad de la gracia. Desde orígenes que
consideraba que ya estamos de antemano destinados a salvarnos o a condenarnos y
que por lo tanto la gracia carece de utilidad, hasta Pelagio quien negaba que
el pecado original hubiera dañad la dilectio y por lo tanto no era necesaria la
gracia para restaurar la voluntad. Agustín combatió las tesis de los pelagianos
pero intentando al mismo tiempo defender frente a Orígenes la libertad humana.
Esto le lleva a defender la peculiar doctrina de la predestinación, según la
cual Dios sabe desde la eternidad quiénes serán condenados, pero estos continúan
siendo libres de salvarse.
Agustín proporciona un criterio preciso para
el amor, a través de la distinción entre el "uti" y el "frui".
Los bienes finitos son usados como medios y no se transforman en objeto de
fruición y de gozo, como si fuesen fines. La "virtus" es el
"ordo amoris", es decir, amarse a sí mismo, a los demás y a
las cosas según la dignidad ontológica que es propia de cada uno de estos
seres.
Podemos dividir a los seres humanos, nos
dice San Agustín, en dos grupos: los que aman a Dios y los que quieren los
bienes materiales y temporales y se prefieren a sí mismos antes que a Él. Los
primeros pertenecen al territorio místico de la Ciudad de Dios (Jerusalén), y
los segundos a la Ciudad temporal o terrena (Babilonia). San Agustín cree que
desde el principio del mundo están enfrentadas, pero con el juicio final se
separarán definitivamente.
MODERNA: HUME (ÉTICA Y
MORAL).
Hume descarta que los juicios morales se
puedan fundamentar en las tendencias de la naturaleza humana puesto que no
tenemos experiencia de ella (es cierto que yo me percibo como una cosa que
piensa, como demuestra Descartes, pero no me percibo siempre y por lo tanto la
continuidad de mi naturaleza es una generalización que va más allá de la
experiencia). Tampoco los juicios morales se pueden basar en un deber que emane
de la razón porque como veremos esos juicios incurren en la falacia
naturalista.
La razón puede elaborar dos tipos de
juicios. Los que se refieren al conocimiento de hechos, propio de las ciencias
empíricas, que se obtienen de las impresiones, que son actos inmediatos de
experiencia, ya sea externa (impresiones de sensación por las que conocemos las
cualidades de los objetos del mundo exterior) o interna (impresiones de reflexión
o pasiones, con las que conocemos nuestros estados internos de conciencia). Y
los que se refieren al conocimiento de relaciones entre ideas propio de las
Matemáticas y la Lógica, que describen las leyes de asociación de la
imaginación (semejanza, contigüidad y causalidad), sometidas a su vez al
principio de no contradicción, que es la norma básica de la lógica y de las
matemáticas.
Pero los juicios morales no pretenden ser ni conocimientos de hechos ni conocimiento de relaciones entre ideas. Los juicios morales dicen algo más que enunciar meros hechos, someten a una valoración tales hechos; valoración que tales hechos no traen consigo. Por ejemplo, el juicio "No se debe robar", enuncia algo diferente a que un robo se dé o no se dé, de hecho; emite una valoración del hecho de robar. Valoración que se basa en las emociones y no en la razón. Al realizar todos nuestros actos nos encontramos determinados por motivos internos (pasiones). Todo lo más, la razón puede ponerse al servicio de las pasiones y colaborar con ellas, despertándolas y orientándolas.
Pero los juicios morales no pretenden ser ni conocimientos de hechos ni conocimiento de relaciones entre ideas. Los juicios morales dicen algo más que enunciar meros hechos, someten a una valoración tales hechos; valoración que tales hechos no traen consigo. Por ejemplo, el juicio "No se debe robar", enuncia algo diferente a que un robo se dé o no se dé, de hecho; emite una valoración del hecho de robar. Valoración que se basa en las emociones y no en la razón. Al realizar todos nuestros actos nos encontramos determinados por motivos internos (pasiones). Todo lo más, la razón puede ponerse al servicio de las pasiones y colaborar con ellas, despertándolas y orientándolas.
En efecto, no es racional afirmar "no se debe robar". Cuando decimos que no es racional, queremos decir que no hay ningún hecho al que corresponda ese juicio (no hay ciencia empírica que pueda ocuparse de él), ni tampoco su estructura depende de ninguna de las leyes de asociación. La prueba de su irracionalidad es que desde un punto de vista lógico ese juicio es falaz. Esta falacia consiste en lo siguiente: cuando a partir de una descripción de un hecho (algo que “es”), pasamos a una prescripción (así “debe” ser), entonces estamos cometiendo un error de razonamiento. Por lo tanto, ese "debe" no es racional, sino irracional, pasional, emocional, sentimental.
Cuando emitimos un juicio de valor acerca de
un hecho, lo único que estaríamos haciendo es expresar los sentimientos que nos
produce ese hecho; sentimientos que se reducen a dos básicos: agrado o
desagrado. Los juicios morales son valoraciones de acciones y de
cualidades, valoraciones que responden a fenómenos pasionales que son nuestros
estados de conciencia como, por ejemplo, angustia, agrado, etc. A esta postura
que parte de que la moral se funda en los sentimientos se la conoce como
emotivismo moral.
Hume habla de pasiones directas, que
dependen en forma inmediata del placer y del dolor, como por ejemplo el deseo,
la aversión, la tristeza, la alegría, la esperanza, el temor, la desesperación
o la tranquilidad. Pues bien, el sentimiento que sirve de base a la moral es un
sentimiento particular de placer y de dolor. La virtud provoca un placer de
tipo particular, al igual que el vicio provoca un dolor de tipo particular.
Ante la virtud de una persona, experimentamos un placer que nos impulsa a
alabarla (del mismo modo que ante el vicio experimentamos un disgusto que nos
impulsa a criticarlo). Se trata de un tipo de placer o de dolor desinteresado.
Justamente en eso consiste el rasgo específico del sentimiento moral: en ser
desinteresado. Su “desinterés” garantiza que el juicio moral basado en esa
emoción no recomienda una acción egoísta sino una acción útil para todos.
Algo tan del yo como es una pasión, puede ser una emoción que no se tiene por
el yo sino por los demás. Hume dice que en muchos casos nos agrada lo que es
socialmente útil, y nos desagrada lo que es socialmente perjudicial. Esta
utilidad social es, precisamente, el criterio que nos permite evaluar el
desinterés del placer y del dolor. Hume critica a Locke y al resto de
contractualistas que no sea la simpatía desinteresada hacia los demás lo
que lleva a los individuos a vivir con los demás, sino el miedo egoísta a
perder lo que es suyo.
Simpatía es "conexión de pathos",
es decir, de padecimientos, pasiones, estados de ánimo. Con una expresión más
rotunda, podemos decir que etimológicamente simpatía significa "padecer
con". A partir de la conversación con los otros, o a través de signos
externos tales como la expresión del rostro, los gestos, etc., podemos hacernos
una idea de las pasiones de ese individuo. Esa idea de sus pasiones puede
adquirir tal vivacidad que se convierte ella misma en una pasión (es decir, una
impresión de reflexión) para nosotros. Así surge la simpatía mediante la cual
nos colocamos en el lugar del otro, "padecemos con" él. Conocemos
las pasiones de los otros gracias a las dos leyes básicas de asociación: la
semejanza y la contigüidad. Por el hecho de pertenecer a la especie humana ya
tenemos una serie de semejanzas con los otros hombres que nos permite hacernos
cargo de su estado de ánimo. Si además existen otras semejanzas como la lengua,
el país, el carácter, etc., se facilita la simpatía. Es necesario además que
estemos en relación con las personas para que se produzca la simpatía, es
decir, que exista una contigüidad entre ellas y nosotros.
Las ideas de virtud y de felicidad servirán
de base a una moral que quiere desligarse de la religión. El fundamento
de la ética es el sentimiento desinteresado y útil socialmente. En cambio, la
religión posee un fundamento instintivo relacionado con el terror a la muerte y
la preocupación por una vida futura.
CONTEMPORÁNEA: HABERMAS (ÉTICA
Y MORAL).
El conocimiento responde a un interés
concreto. El interés técnico aspira al control de la naturaleza por medio de
las Ciencias de la naturaleza. El interés práctico aspira a la
comprensión de los hombres con vistas a establecer la comunicación y el
entendimiento entre ellos por medio de las Ciencias humanas. Y el interés
emancipatorio, ideal de la Ilustración, que aspira a liberar al hombre
de los condicionamientos sociohistóricos que impiden el desarrollo de su
racionalidad y su libertad. Lo realiza por medio de disciplinas tendentes al
desenmascaramiento de las ideologías: el psicoanálisis freudiano y la propia
filosofía, entendía como teoría crítica. Estos intereses tienen, de acuerdo con
el ideal ilustrado, una articulación precisa: los intereses práctico y técnico,
esto es, la organización social de la transformación de la naturaleza y de la
convivencia, han de estar al servicio del ideal emancipatorio, es decir, la
promoción de la libertad y la racionalidad del ser humano. El problema es que
esto no ocurre en las sociedades industriales desarrolladas, en las que el
interés emancipatorio está marginado de la vida social. Este está regido por la
racionalidad teleológica, es decir, aquella que calcula los medios idóneos para
alcanzar los fines propuestos y que se expresa en dos tipos de acciones: la
instrumentalización de la naturaleza y la instrumentalización de la
persona. Este monopolio de la racionalidad instrumental se constata socialmente
en el hecho de que las decisiones económicas y políticas, son tomadas al margen
de los ciudadanos -puesto que se sustraen al debate democrático- por los apóstoles
de la racionalidad tecnológico-instrumental, es decir, por los tecnócratas: los
poderes económicos deciden lo que van a consumir/producir las personas, y los
políticos profesionales diseñan las estrategias que hay que seguir. Urge, pues,
desarrollar un modelo alternativo de racionalidad que fundamente la restauración
de la jerarquía ilustrada de los intereses. El propuesto por Habermas es la
racionalidad dialógica o comunicativa.
Como la racionalidad, dice Habermas -fiel al
ideal ilustrado-, es universal (recordemos que la racionalidad para Kant es
"trascendental": todo sujeto construye y comprende la experiencia de
la misma manera y no puede hacerlo de otra), habrá que desarrollar una teoría
de la pragmática universal, es decir, una teoría que responda a la pregunta
acerca de cuáles son las condiciones universales que se han de cumplir para
conseguir el entendimiento intersubjetivo entre los hablantes. Habermas
sostiene que cuando una persona habla con otra, la comunicación, que es la
función principal y originaria del habla, no se limita a una simple transmisión
de información sino que el lenguaje posee una serie de supuestos que todos los
que hablan tienen que cumplir. Estos supuestos, los "universales del
habla" son ciertos en cualquier lengua y, por tanto, válidos para todos
los humanos. Pretensión de inteligibilidad: el hablante pretende decir algo
inteligible. Pretensión de verdad: el hablante pretende que lo que dice es
verdadero, en el sentido de que se corresponde realmente con lo que pasa en el
mundo. Pretensión de rectitud: el hablante pretende que lo que dice es
correcto. Pretensión de veracidad: el hablante pretende que lo que
dice se corresponde con lo que realmente cree.
Para entender cualquier cosa que se nos quiera
decir, hemos de presuponer en el hablante inteligibilidad, verdad, rectitud y
veracidad. De hecho, cuando creemos que nuestro interlocutor está diciendo algo
ininteligible, falso, incorrecto o mentiroso sobre sus creencias, normalmente
interrumpimos la comunicación y le exigimos que aclare sus pretensiones. Cuando
dichas pretensiones no se cumplen, surge el discurso. El discurso es aquel acto
de comunicación por el que tratamos de validar argumentativamente si las
pretensiones de validez de un acto de habla se cumplen o no. Sin embargo,
para que sea válida, la argumentación ha de respetar unas "reglas de
juego" que configuran una situación ideal de habla, en la que quedan
excluidas la coerción y la persuasión y en la que participan todos cuantos
posean argumentos relevantes. Estas reglas son las siguientes. Reglas lógico-semánticas:
un hablante no debe contradecirse, ni diversos hablantes no pueden emplear la
misma expresión con significados distintos. Reglas procedimentales: cada
hablante solo puede afirmar aquello en lo que verdaderamente cree. Reglas
que garantizan la ausencia de represión y desigualdad entre los participantes.
Universalidad e imparcialidad de la comunidad ideal de habla.
Para Habermas, se dialoga con otras personas
porque se tiene el convencimiento de que se puede llegar a alcanzar con ellas
un acuerdo o un consenso fundamentado en razones que todos comprenden y
aceptan; en caso contrario, el diálogo carecería de sentido. El consenso
constituye el final adecuado y esperado de todo discurso y los discursos tienen
siempre pretensiones de universalidad puesto que lo que se defiende en ellos,
aunque vaya dirigido a un interlocutor concreto con el que se está hablando, en
el fondo busca el reconocimiento universal de lo que se dice y se defienden
argumentos. La única limitación de la universalidad de la racionalidad
comunicativa nace de la capacidad que tienen los seres humanos de negarse a
participar en el diálogo. La racionalidad es fruto de una apuesta, de un
compromiso ético sin el cual es imposible. La racionalidad exige
"voluntad" de razón. No obstante, quien participa en el diálogo
no puede argumentar dialogalmente contra los requisitos de la racionalidad
procedimental explicitados en las condiciones de la comunidad ideal de
habla, ya que quien así procediera incurriría en la llamada contradicción
performativa, esto es, negaría de forma explícita lo que implícitamente
reconoce en su praxis lingüística.
El reconocimiento de que cada persona cree
en sus propios valores y no se puede comparar la escala de valores de unos o de
otros, no significa que la moral no admita razones. No se trata de elaborar una
jerarquía objetiva de valores que todo el mundo tenga que acatar, sino de
justificar las normas sociales que regulan la convivencia entre personas que
tienen valores últimos diferentes. Para Habermas, serían legítimas aquellas
normas que fuesen aceptadas por los participantes en una comunidad ideal de
habla que argumentasen sobre las normas que deben regular su convivencia, esto
es, por los participantes en un discurso práctico. Las personas son
capaces no solo de perseguir egoístamente sus intereses, sino también de
ponerse de acuerdo con los demás a través de procesos comunicativos y de
coordinar solidariamente sus acciones.
El grado de desarrollo moral de un sujeto
vendrá dado por su grado de asunción de la universalidad e imparcialidad como
criterios de elección racional de normas morales. Este criterio es,
precisamente el que utiliza Kohlberg (1927-1987) en su análisis del desarrollo
psicológico de la conciencia moral. Kohlberg establece, efectivamente, seis
estadios de desarrollo moral que jerarquiza en función del grado de
universalidad e imparcialidad de los principios morales asumidos por los
agentes. En el último estadio de desarrollo, los individuos seleccionan
alternativas basándose en criterios morales que estiman válidos para todos
-universalidad- porque representan intereses que no son individuales, sino
universalizables -imparcialidad-. En el cambio social, no solo es relevante el
aprendizaje técnico, sino también el moral, que posibilita una integración
social más madura y nuevas relaciones de producción. La racionalidad se plasma
en el desarrollo de las fuerzas productivas, pero también en las formas de
integración social: mecanismos de regulación de conflictos (moral y derecho),
imágenes del mundo y formaciones de identidad de la sociedad.
EXPONER EL
PROBLEMA DEl HOMBRE (ANTROPOLOGÍA) EN UN AUTOR DE LA ÉPOCA...
ANTIGUA: PLATÓN (EL
HOMBRE).
El dualismo cosmológico es un dualismo
amistoso: las cosas tienden a imitar para asemejarse a su modelo ideal. En
cambio, el dualismo antropológico (el hombre es un compuesto de alma y cuerpo),
es negativo. Esto es así porque el orfismo transforma la distinción entre el
alma (suprasensible) y el cuerpo (sensible) en una oposición. El cuerpo no es
un instrumento al servicio del alma, como afirmaba Sócrates sino más bien el
sarcófago y la cárcel del alma, un lugar de expiación (de purga de la culpa)
del alma. Mientras tengamos cuerpo, estamos muertos, porque somos
fundamentalmente nuestra alma y el alma está insensibilizada. Nuestra muerte
corporal en cambio es vivir, porque al morir el cuerpo el alma se libera de la
cárcel.
Si lo material es negativo y hay que
desprenderse de ello, el alma tendrá que huir de sus dos los referentes
materiales que la desnaturalizan: el cuerpo (en el que está apresada) y el
mundo físico (en el que a duras penas distingue la apariencia de la realidad).
Pero estas dos huidas no son escapatorias a ninguna parte, sino que se realizan
para propiciar un encuentro con lo mejor. En "Felón", el alma debe
huir del cuerpo y por ello el verdadero filósofo desea la muerte, y la
verdadera filosofía es un ensayo para la muerte: "Los que filosofan de
verdad se preparan para morir". La muerte, desde un punto de vista ontológico,
únicamente hace referencia al cuerpo (solo muere el cuerpo). La muerte no sólo
no perjudica al alma, sino que le acarrea un gran beneficio, al permitirle una
vida más verdadera. De ahí la paradoja muerte / vida: la muerte del
cuerpo inaugura la auténtica vida del alma. Cuando la filosofía se hace
cargo del alma, que está encadenada y prisionera del cuerpo, la persuade de que
el conocimiento a través de los sentidos es engañoso, de manera que debe
prescindir de ellos y confiar en que su alma capte lo real como algo “en sí”.
De ahí la paradoja huir / encontrar: la huida del cuerpo es el reencuentro con
el espíritu.
Sócrates había considerado el cuidado del
alma como la suprema obligación moral del hombre. Platón reafirma el
mandamiento socrático, pero le añade el matiz místico del orfismo, señalando
que "cuidado del alma" significa "purificación del alma".
Tal purificación se lleva a cabo cuando el alma, trascendiendo los sentidos, se
posesiona del mundo de las ideas uniéndose a él como algo que le es semejante.
El valor de la purificación que se atribuye a la ciencia no consiste en
una contemplación estática y alógica, sino en un esfuerzo catártico (ascético)
de búsqueda y de ascenso progresivo hasta el conocimiento impulsado por el
eros. En esto reside la verdadera virtud. En que el alma vuela a ser ella
misma, que se convierta en lo que era, que recupere su libertad (al liberarse
de la cárcel del cuerpo) y su sensibilidad (al deshacerse del sarcófago del
cuerpo.
Con Platón, el hombre descubre que posee dos
dimensiones: cuerpo y alma. Pero es preciso demostrar también que el alma es
inmortal. Primer argumento: refutación de los sofistas. Si al
morir el hombre se disuelve totalmente en la nada, no bastaría con la doctrina
de Sócrates para refutar a quienes niegan todo principio moral. Porque, de lo
contrario, a fin de cuentas, al morir el cuerpo, si muriese también el alma,
habría dado igual el tipo de vida que hubiéramos llevado. Segundo argumento.
Cuando Platón plantea que el sentido del devenir del mundo físico es el mundo
de las ideas, convierte la realidad metafísica del mundo de las ideas en la
causa que explica el orden del mundo físico. Ideas que, dada su inmaterialidad,
inmutabilidad y eternidad, solo pueden ser conocidas si hay algo en nosotros
tan inmortal como ellas, a saber: el alma. Tercer argumento: lo semejante
(alma) conoce lo semejante (ideas). El alma humana es capaz de conocer las
ideas inmutables y eternas. Sin embargo, para poderlas captar, debe poseer como
condición necesaria una naturaleza afín (semejante) a ellas. Por lo tanto, el
alma es lo más semejante a lo divino, inmortal, inteligible, uniforme,
indisoluble e idéntico. El cuerpo, en cambio, es lo más semejante a lo humano,
mortal, irracional, soluble y nunca idéntico. Al cuerpo le corresponde, por
consiguiente, disolverse pronto, y al alma, ser indisoluble. Cuarto argumento:
el cuerpo es compuesto porque es cambiante. Y la muerte consiste en la
disgregación de las partes materiales. Sin embargo, el alma no tiene partes (es
simple porque siempre es del mismo modo); luego el cuerpo es mortal y el alma
es inmortal (porque al ser simple no puede cambiar). Quinto argumento:
las almas son engendradas por el Demiurgo, con la misma sustancia con la que ha
sido hecha el alma del mundo (compuesta de esencia, de identidad y de
diversidad). Por tanto, se originan mediante un nacimiento, pero, por peculiar
disposición divina, no están sujetas a la muerte, al igual que no está sujeto a
la muerte nada de lo que ha sido producido directamente por el Demiurgo.
Una vez demostrada la inmortalidad del alma,
Platón narra a través de numerosos mitos cuál será el destino del alma después
de la muerte del cuerpo, cuestión que se manifiesta con bastante complejidad.
Nos encontramos o bien ante un ciclo individual de reencarnaciones, vinculado a
los avatares del individuo, o ante un ciclo cósmico, que es el ciclo del
milenio. Precisamente a este último hacen referencia dos célebres mitos: el de
Er, que aparece en la República, y el del carro alado, que figura en el
"Fedro". La metempsicosis o trasmigración de las almas. Es una
doctrina que afirma que el alma se traslada a través de distintos cuerpos,
renaciendo en diversas formas vivientes.
El alma es como un carro alado tirado por
dos caballos y conducido por un auriga. El auriga simboliza la razón, los
dos caballos representan las partes alógicas del alma, es decir, la
concupiscible (caballo negro: pasiones irracionales) y la irascible (caballo
blanco: pasiones racionales). A diferencia de lo que sucede con los
dioses, para nuestras almas resulta una empresa ardua el llegar a contemplar el
Ser, sobre todo por causa del caballo negro, que tira hacia abajo. Por ello
algunas almas no llegan a alcanzar la Llanura de la verdad y caen a la tierra.
Platón considera que hay personas mejor dispuestas a la búsqueda de la verdad
que otras. Ello depende de cómo somos cada uno de nosotros. Por lo que
distingue tres clases de alma (o tres “partes” del alma). El alma concupiscible:
es la fuente las pasiones irracionales. Se encuentra en el bajo vientre.
Representada por el caballo negro. En quienes predomine este alma, lo mejor es
que realicen aquellas actividades sociales para las que están más capacitados:
el comercio y la producción de bienes y sometan sus apetitos a la virtud
de la templanza. El alma irascible, el caballo blanco. Es la fuente de las
pasiones racionales: impulsos nobles que conducen al ser humano a arrostrar los
peligros para defender a los miembros de la polis y para la administración de
los asuntos públicos. Se encuentra en el pecho. El control racional de estos
impulsos irascibles lo realiza la virtud de la fortaleza. Y el alma
racional, el auriga. Es la fuente de los impulsos intelectuales, los que
nos animan en el afán de alcanzar el bien para conocerlo y hacerlo. Se aloja en
la cabeza y, al contrario que las otras dos, es inmortal. En quienes predomine
el alma racional, habrá de dedicarse a la tarea de filósofo-gobernante porque
es quien mejor conoce las soluciones posibles a los problemas que la vida nos
plantea.
MEDIEVAL: SAN AGUSTÍN (EL
HOMBRE).
Agustín reconoce en su obra "Soliloquios" que solo busca conocer a Dios y al alma. El verdadero problema filosófico reside en lo que somos nosotros, para nosotros mismos. No plantea el problema del hombre en abstracto. Más bien se interesa por el problema más concreto del "yo", del hombre como individuo irrepetible, con una experiencia personal. Agustín, como persona, se transforma en protagonista de su filosofía, en la que es observador y observado. Las "Confesiones" constituyen precisamente su obra maestra. Es precisamente en las tensiones y en los desgarramientos más íntimos de su voluntad, enfrentada con la voluntad de Dios, donde Agustín descubre el "yo", la personalidad, en un sentido inédito.
A pesar de su insistencia en estudiar al ser
humano como persona más que como especie, San Agustín no renuncia a ofrecer una
antropología más académica síntesis de filosofía platónica y del credo
cristiano. Apela a fórmulas griegas para definir al hombre y, en particular la
de Platón: "el ser humano es un alma racional que se sirve de un cuerpo
mortal y terreno". Sin embargo, no se limita a copiar sin más el
pensamiento de Platón. Introduce en él importantes matices que le permiten
hacer compatibles la filosofía griega y la fe cristiana.
A diferencia de dualismo antropológico
negativo de Platón, el alma no está unida al cuerpo como consecuencia de un
castigo, ni el cuerpo es la prisión del alma o su sarcófago. Está unida a él
por una inclinación natural, porque Dios no ha creado al hombre así, con cuerpo
y alma, para castigarlo. El alma no se limita, como en Platón, a mandar y a
conocer. Además (como pensaba Aristóteles) es la que da vida al cuerpo. Lo hace
estando presente toda entera en él y en cada una de sus partes. Por eso el alma
percibe y siente a través de los sentidos corporales. Aunque es sustancia
racional cuya inclinación racional es regir y a dar vida el cuerpo, el alma
puede subsistir sin él (después de la muerte) hasta la resurrección final, tal
como se confiesa en el dogma cristiano.
Aunque el alma es superior al cuerpo, la corporeidad es también una componente fundamental del hombre porque, según afirma el Credo cristiano, ha sido creado por Dios, origen de todo bien. El placer y el deleite del cuerpo son el resorte mayor de la acción humana porque la felicidad es el goce de la vida, reflejo de su creador, o de la alegría de amar y ser amado. Las pocas veces en las que emplea la palabra “cárcel” referida al cuerpo no la usa en sentido ontológico (para definir el ser del hombre), sino moral, asociado a fragilidad (lo que puede y lo que no puede un cuerpo) y a finitud (debilidad, dolor, enfermedad, envejecimiento, muerte). Dios mismo se hace hombre. Incluso después de su muerte, el sepulcro vacío da a entender que el cuerpo no es un envoltorio que el alma abandonaría al morir. Por lo tanto, la raíz última del mal moral no es el cuerpo. Es el pecado original que caracteriza a la naturaleza humana como naturaleza caída y que da lugar a una libertad deficiente en el ser humano llamada "libre albedrío de la voluntad" que es causa deficiente del mal porque es un apartamiento voluntario de Dios.
El alma humana es una substancia espiritual, inmaterial, simple, lo que asegura su inmortalidad, de la que San Agustín ofrece varios argumentos (aunque considera que esta cuestión es oscura e ininteligible). Por su perfección, el destino más propio del alma es Dios. El alma es simple (no tiene partes), por lo tanto no se puede descomponer y, por lo tanto, no puede morir, porque morir es descomponerse las partes de aquello que muere. El alma es inmortal porque es sujeto de la razón y de la ciencia que son eternas e inmutables y solo pueden estar contenidos en un alma inmortal. Si el alma es capaz de captar una verdad indestructible es porque ella es indestructible. El alma es esencialmente vida por lo tanto no puede carecer de ella. La fuerza del alma tampoco la puede menoscabar ni el sueño ni ninguna afección semejante del cuerpo. No está afectada por la finitud del cuerpo. Cuando Agustín busca a Dios, busca la felicidad en la unión plena con Dios. Dios, origen de todo bien, nos ha creado para descansar en él. Si esa esperanza quedara frustrada por la muerte definitiva del alma, Dios nos habría creado con un propósito imposible. Lo cual sería contradictorio.
A diferencia de lo que pensaba Platón, el alma no preexiste, ni hay metempsicosis o trasmigración. Y lo que es más importante, es inmortal, pero no es eterna, es decir, no existe desde siempre. El alma ha sido creada por Dios, pero no tiene claro el momento y el modo de dicha creación. Piensa en la posibilidad de que Dios la infunda en el feto en un determinado mes de la gestación (creacionismo), pero se inclina, más bien, por la concepción traducianista de Tertuliano: el alma sería trasmitida por los padres, lo que explicaría que sufriésemos las consecuencias del pecado original desde los primeros padres.
Aunque el alma es superior al cuerpo, la corporeidad es también una componente fundamental del hombre porque, según afirma el Credo cristiano, ha sido creado por Dios, origen de todo bien. El placer y el deleite del cuerpo son el resorte mayor de la acción humana porque la felicidad es el goce de la vida, reflejo de su creador, o de la alegría de amar y ser amado. Las pocas veces en las que emplea la palabra “cárcel” referida al cuerpo no la usa en sentido ontológico (para definir el ser del hombre), sino moral, asociado a fragilidad (lo que puede y lo que no puede un cuerpo) y a finitud (debilidad, dolor, enfermedad, envejecimiento, muerte). Dios mismo se hace hombre. Incluso después de su muerte, el sepulcro vacío da a entender que el cuerpo no es un envoltorio que el alma abandonaría al morir. Por lo tanto, la raíz última del mal moral no es el cuerpo. Es el pecado original que caracteriza a la naturaleza humana como naturaleza caída y que da lugar a una libertad deficiente en el ser humano llamada "libre albedrío de la voluntad" que es causa deficiente del mal porque es un apartamiento voluntario de Dios.
El alma humana es una substancia espiritual, inmaterial, simple, lo que asegura su inmortalidad, de la que San Agustín ofrece varios argumentos (aunque considera que esta cuestión es oscura e ininteligible). Por su perfección, el destino más propio del alma es Dios. El alma es simple (no tiene partes), por lo tanto no se puede descomponer y, por lo tanto, no puede morir, porque morir es descomponerse las partes de aquello que muere. El alma es inmortal porque es sujeto de la razón y de la ciencia que son eternas e inmutables y solo pueden estar contenidos en un alma inmortal. Si el alma es capaz de captar una verdad indestructible es porque ella es indestructible. El alma es esencialmente vida por lo tanto no puede carecer de ella. La fuerza del alma tampoco la puede menoscabar ni el sueño ni ninguna afección semejante del cuerpo. No está afectada por la finitud del cuerpo. Cuando Agustín busca a Dios, busca la felicidad en la unión plena con Dios. Dios, origen de todo bien, nos ha creado para descansar en él. Si esa esperanza quedara frustrada por la muerte definitiva del alma, Dios nos habría creado con un propósito imposible. Lo cual sería contradictorio.
A diferencia de lo que pensaba Platón, el alma no preexiste, ni hay metempsicosis o trasmigración. Y lo que es más importante, es inmortal, pero no es eterna, es decir, no existe desde siempre. El alma ha sido creada por Dios, pero no tiene claro el momento y el modo de dicha creación. Piensa en la posibilidad de que Dios la infunda en el feto en un determinado mes de la gestación (creacionismo), pero se inclina, más bien, por la concepción traducianista de Tertuliano: el alma sería trasmitida por los padres, lo que explicaría que sufriésemos las consecuencias del pecado original desde los primeros padres.
El alma humana no es una
parte de Dios (no hay asimilación), pero sí es su imagen y semejanza (más que
el cuerpo). Aunque Dios se refleja de alguna manera en todos los seres, su
imagen se refleja de manera especial en nuestra alma. El fondo del alma es la
memoria, el Padre, es decir, las verdades eternas que el hombre puede descubrir
profundizando en sí mismo. Nuestro conocimiento es recuerdo de Dios: el espíritu
del alma es la inteligencia, el Hijo, Cristo, que ilumina la inteligencia para
que esta pueda ver las verdades eternas que están en el interior. El amor del
alma se asocia a la voluntad: Dios se ofrece a sí mismo como Espíritu Santo
restaurador de la voluntad desordenada. Este amor puede significar eros,
dilectio y cháritas. Eros es el amor con que la sabiduría seduce al filósofo.
La "dilectio" incluye un sentido moral, como amor justo y ordenado.
La virtud agustiniana queda definida por amar lo que debe ser amado, el amor
ordenado (dilectio) capaz de restaurar la naturaleza caída por el pecado
original: "mi amor es mi peso".
En la medida en que el ser humano refleja las tres personas de la Trinidad y su unidad, se convierte él mismo en persona y en misterio. Hay algo más profundo que el hombre mismo. Nuestra vida interior más profunda no es otra cosa que metafísica de la interioridad: el desplegarse dentro de sí misma el conocimiento que Dios tiene y el amor que Dios tiene de esa persona en concreto.
Aunque rechazó la doctrina platónica de la preexistencia, también asumió cierto innatismo porque hay escondidas en las profundidades del alma “verdades eternas” que el hombre puede descubrir profundizando en sí mismo. Pero a menos de que sean descubiertas por una penetrante búsqueda en sí mismo, por medio de lo que San Agustín llama la memoria interna (reminiscencia agustiniana), estas verdades permanecen “inconscientes” o, al menos, ignoradas. Alejado de los elementos que dispersan al hombre exterior, puede regresar al corazón, que es donde el hombre interior descubre la presencia de Dios, maestro interior. Como consecuencia y validación del encuentro con el Dios Trinidad en el propio corazón, se debe dar la conversión, el cambio de vida, el ajustar los propios caminos entre Dios y el mundo.
Aunque el alma sea inmortal, el cuerpo finito impone la temporalidad como manera de ser del hombre. El presente del pasado, es decir, la memoria. El presente del presente, es decir, la intuición. El presente del futuro, es decir, la espera. El tiempo, por tanto, aunque posee una conexión con el movimiento, no reside en éste ni en las cosas en movimiento, sin en el alma.
En la medida en que el ser humano refleja las tres personas de la Trinidad y su unidad, se convierte él mismo en persona y en misterio. Hay algo más profundo que el hombre mismo. Nuestra vida interior más profunda no es otra cosa que metafísica de la interioridad: el desplegarse dentro de sí misma el conocimiento que Dios tiene y el amor que Dios tiene de esa persona en concreto.
Aunque rechazó la doctrina platónica de la preexistencia, también asumió cierto innatismo porque hay escondidas en las profundidades del alma “verdades eternas” que el hombre puede descubrir profundizando en sí mismo. Pero a menos de que sean descubiertas por una penetrante búsqueda en sí mismo, por medio de lo que San Agustín llama la memoria interna (reminiscencia agustiniana), estas verdades permanecen “inconscientes” o, al menos, ignoradas. Alejado de los elementos que dispersan al hombre exterior, puede regresar al corazón, que es donde el hombre interior descubre la presencia de Dios, maestro interior. Como consecuencia y validación del encuentro con el Dios Trinidad en el propio corazón, se debe dar la conversión, el cambio de vida, el ajustar los propios caminos entre Dios y el mundo.
Aunque el alma sea inmortal, el cuerpo finito impone la temporalidad como manera de ser del hombre. El presente del pasado, es decir, la memoria. El presente del presente, es decir, la intuición. El presente del futuro, es decir, la espera. El tiempo, por tanto, aunque posee una conexión con el movimiento, no reside en éste ni en las cosas en movimiento, sin en el alma.
MODERNA: ROUSSEAU (EL
HOMBRE).
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Los ilustrados creían en el poder de
la razón para luchar contra las dos grandes amenazas que dificultan las vida
de los seres humanos: la naturaleza y la sociedad. "Progreso"
es la idea típicamente ilustrada según la cual la humanidad avanza continua e
ilimitadamente guiada por la razón. La educación y la ciencia son los dos
motores del progreso. La historia deja de ser concebida como el escenario de
la salvación y pasa a ser concebida el escenario del desarrollo y del
progreso humano (la lucha de la razón contra la naturaleza y la sociedad como
amenazas). La fe salva, pero es la razón la que nos permite progresar.
Rousseau es a la vez uno de los principales representantes de la Ilustración
y uno de sus críticos más duros. Defiende la primacía del sentimiento sobre
la razón. No cree que sea la razón el motor del progreso y la causa de la
emancipación del hombre de los poderes de la naturaleza y de la sociedad que
le amenazan. El ser humano es bueno por naturaleza, pero se hace malo porque
en sociedad degenera y se corrompe. El progreso de las ciencias y las artes
ha contribuido a corromper la naturaleza humana porque ha uniformado a los
hombres y deformado sus sentimientos naturales. Por lo tanto, la ciencia y la
cultura no mejoran al hombre, sino que tienden a hacerle infeliz: lo
artificial ha sustituido a lo natural, y los rígidos convencionalismos ahogan
la libertad. Son sociedades que distorsionan la naturaleza del hombre,
encubriendo bajo una falsa máscara su verdadero ser.
En las teorías contractualistas "el
estado de naturaleza" no designa un período real de la historia humana,
sino una hipótesis de trabajo que permite comprender cómo es el ser humano al
margen de los artificios que en él introducen la sociedad y una falsa educación.
Según Rousseau, en el estado de naturaleza los seres humanos eran pocos y
vagaban libremente por la naturaleza, que les ofrecía cuanto podían
necesitar. Los hombres viven aislados, ya que la única comunidad natural es
la familia y solo durante el tiempo que los hijos precisas de sus padres;
luego los vínculos familiares se disuelven. "El buen
salvaje", no es por naturaleza sociable sino que la sociedad surgirá, más
tarde, a partir de un contrato entre los individuos que deciden formarla.
Dado que, en tal estado, los hombres no han sido corrompidos por la la
vida artificial, son, en su mayoría, fuertes, sanos y autosuficientes. En tal
estado los hombres son básicamente iguales, ya que las desigualdades que
existen se deben únicamente a sus condiciones físicas, tales como la edad, la
salud, la fuerza o la habilidad física, etc., que nunca llegan a crear
grandes diferencias entre un ser humano y otro. En estado de naturaleza, los
hombres se mueven en virtud de dos pasiones, sentimientos o impulsos básicos.
El deseo de autoconservación (amor de sí), que es un sentimiento
natural y bueno. Y la piedad o compasión por sus semejantes, impulso que nace
de la capacidad de identificarse con los demás y que les lleva a colaborar
con ellos. Hay, no obstante, dos rasgos que distinguen a los seres humanos de
cualquier otra especie, que, finalmente, serás los que aparten a los seres
humanos del estado de naturaleza. El primero es la libertad natural,
capacidad que los diferencia de los animales, que son determinados por su
instinto. El segundo es la perfectibilidad o capacidad de
autoperfeccionamiento. Los animales, por el contrario, no varían su
modo de ser a lo largo de sus vidas o a lo largo de la vida de la especie.
El fin del estado de naturaleza se produjo cuando, al aumentar la población y crecer las sociedades, los seres humanos se ven obligados a asociarse, para así multiplicar sus fuerzas y ampliar sus recursos. En un primer momento pudieron descubrir que su unión les proporcionaba ciertas ventajas para defender mejor sus intereses. Pero la costumbre de vivir unidos hizo que se desarrollasen ciertos lazos antes desconocidos: el amor conyugal y paterno, la amistad que propiciaron los celos, la comparación entre unos y otros, las preferencias, el orgullo, etc. En un segundo momento se instituyó la propiedad privada, que provocó la transformación del amor a sí mismo en amor propio y a fomentar la envidia y el orgullo. Las relaciones del ser humano con la naturaleza fueron sustituidas por el dominio de unos individuos sobre otros, apareciendo el Estado, que, creado por los más poderosos para dominar a los débiles, impone la injusticia y la esclavitud. Las ciencias y las artes terminan por domesticar al ser humano, usando los artificios y sutilezas de la razón, y mediante la educación eliminan cualquier resto de naturalidad en su comportamiento.
Para Rousseau, resulta ya imposible
retornar a la situación de libertad, igualdad y felicidad del estado de
naturaleza. Pero tampoco es deseable. Si la capacidad de
autoperfeccionamiento nos llevó a abandonar el estado de naturaleza para
producir algo que ha resultado ser peor, esa misma capacidad puede ser
ejercida para, aprendiendo de nuestros errores, crear algo mejor. Por eso
Rousseau propone reformar las sociedades actuales con el objeto de crear un
modo de organización política que permita mantener las ventajas de vivir en
sociedad, pero que sea acorde con la naturaleza humana. Solo el sentimiento
moral, que permanece en el fondo del corazón humano y nos habla a través de
la conciencia, le recuerda al hombre la libertad y la bondad naturales que ha
perdido y que debe tratar de recuperar. Para recuperarlas en parte es
necesario suprimir las barreras que la sociedad y la educación han levantado
entre los hombres. El primer paso para esa recuperación es la transformación
del individuo mediante una educación natural, no represiva. Rousseau propone
un sistema ideal de educación basado en la ausencia de toda imposición
externa, la libertad de acción para el niño y la primacía de la experiencia
sobre la erudición: el niño debe aprender a vivir libremente, conviviendo en
tolerancia con los demás seres humanos. Para conseguirlo, hay que liberarlo
de los falsos prejuicios y de los conocimientos inútiles que le inculca la
sociedad.
Para transformar la sociedad es necesario un pacto que respete la libertad de los hombres y legitime el poder, despojándolo de su carácter arbitrario, de manera que cada individuo, al asociarse a los demás y se una a todos, sin embargo no se obedezca más que a si mismo, quedando libre como antes. Para lograr este objetivo, propone una forma de contrato en la que cada asociado se une a todos, y no a nadie en particular. Se trata de un contrato libre, que, aunque no permite recuperar por completo la libertad natural, sí garantiza el máximo grado posible de libertad civil, en el marco de un Estado de derecho. Por este contrato social, el hombre se transforma en ciudadano: el miembro del Estado surgido del pacto y sujeto de derechos y deberes.
CONTEMPORÁNEA: ORTEGA Y
GASSET (EL HOMBRE).
(Nota: en tu exposición de Ortega es muy
importante que aparezcan los conceptos señalados aquí con un número y
subrayados en negrita).
1.
"Quehacer y qué hacer.
Que el "yo-hace-su-vida" significa
que, si bien la vida nos esa dada, todo lo demás está por hacer. La vida es
el quehacer que el hombre se ve obligado a realizar incorporando y rechazando
posibilidades que la circunstancia le ofrece. Un saber a qué atenerse (razón,
qué hacer) en el decurso imprevisto de nuestra existencia (vida, quehacer).
La vida humana es, pues, una realidad libre y constituviamente susceptible de
fracaso. Este quehacer en que consiste el ejercicio de la libertad es la
tarea de la razón vital.
|
2. El tema de nuestro tiempo y altura de los
tiempos.
Cada generación en su tiempo tiene una tarea
histórica, que cumple o no. Esta tarea es el "el tema de nuestro tiempo"
y llevarla a cabo será estar "a la altura de los tiempos".
La filosofía solo estará a la altura de los tiempos si es capaz de hacerse
cargo del tema de su tiempo que en el caso de Ortega es la superación del
enfrentamiento entre cultura (vida espiritual) y vida (vida espontánea).
3. Culturalismo y vitalismo. Raciovitalismo.
El "culturalismo" pone el acento
en la cultura entendida únicamente como "vida espiritual", dejando
fuera los aspectos más biológicos y mundanos. Ortega, sin embargo, entiende que
esos aspectos que él llama "vida espontánea", son
igualmente constitutivos de la cultura porque "no hay espiritualidad sin
vitalidad". Lo espiritual no es menos vida ni es más vida que lo no
espiritual. El "vitalismo" sería la posición enfrentada
al culturalismo, es decir, esa filosofía que prima los aspectos más biológicos
de la vida. Ortega insiste en que la reforma radical de la filosofía consistirá
en fundir ambas realidades: cultura y vida (raciovitalismo).
3. Perspectivismo, primitivismo, mundo,
horizonte.
Las personas conocen una perspectiva de la
realidad, perspectiva que es real y válida, aunque parcial. Pero la perspectiva
no es solo un aspecto del conocimiento, sino que también es un componente
de la realidad. La perspectiva falsa es afirmar una verdad única. De esta
manera se supera la ingenuidad, el primitivismo, la pretensión totalizadora
("mundo"), frente a la cual Ortega propone el concepto de “horizonte”
que refiere el conocimiento de la realidad a la perspectiva del sujeto que
conoce.
4. Realidad valorativa: facilidad y obstáculo.
Los contenidos de nuestra circunstancia no
están en nuestra vida de un modo indiferente. Son vividos como dificultades o
facilidades que la situación ofrece a cada uno para desarrollar su vida.
Esta es, pues, ya desde su raíz, una realidad valorativa. Esto supone que la
vida es una realidad de por sí jerarquizada. No hay separación entre realidad y
valor.
5. Punto de
vista, ser divino.
El conocimiento de la realidad desde la
perspectiva de cada individuo, generación o época le proporciona el punto de
vista que le corresponde. La unión de todas las perspectivas particulares solo
puede corresponder al ser divino. Si Dios representa esa combinación de
todas las perspectivas particulares, nuestra participación en la conquista de
la verdad es insustituible y nuestro destino es observar y conocer la realidad
desde nuestro punto de vista.
6. Circunstancia, darse cuenta, fatalidad,
libertad, futurición, proyecto, realidad radical, transparente, fluir,
mostrarse, temporalidad.
La vida no es solo un hecho biológico (que
lo es), ni un hecho cultural) (que también lo es), sino la realidad donde se
funden lo biológico y lo cultural. Por eso la vida es:
- Un darse cuenta el yo de sus
circunstancias.
- Fatalidad: lo que nos viene dado.
- Libertad: lo que podemos elegir.
- Futurición: la vida humana está proyectada
hacia el futuro.
- Proyecto, vocación: la vida del hombre se
le es dada vacía, este debe de llenarla, darle un sentido, asegurarse en el
mundo, sorteando obstáculos y disponiendo de ellos para construir la vida
misma.
-
Circunstancia: limita a la vez el horizonte humano y le sirve de acceso
al mundo. Es lo que tiene sentido para el sujeto de aquello que le rodea.
- Transparente: no se encuentra delante del
hombre, sino que es la realidad radical en que se me aparecen los contenidos de
mi circunstancia.
- Fluir: no es una realidad dada, fijada en
el tiempo.
- La vida es temporalidad. Decidir lo que
vamos a ser (vocación) y realizar el proyecto que somos (autenticidad) supone
un compromiso con el futuro; en función de este descubrimos el pasado, que nos
dirá qué medios tenemos para realizar nuestro proyecto. En este sentido, el
pasado aparece como un arsenal de posibilidades. Estos medios que proporciona
el pasado y con los que contamos permiten, a su vez, realizar el futuro “proyectado”
desde el presente.
- Se muestra (de manera indirecta) en las
modificaciones que imprime el quehacer del hombre a su circunstancia vital.
- La realidad radical, la vida humana, es la
relación entre un sujeto y su mundo, a la que están subordinadas tanto las
cosas como las ideas. La realidad indudable y fundamental sobre la que las demás
se asientan y adquieren sentido.
7. Creencias e ideas.
Razón vital.
El proyecto vital que cada uno de nosotros
está inexorablemente condenado a realizar no parte de cero, sino que exige unas
convicciones previas que no se plantea: las creencias. Cuando se hace problema
de ellas, cuando las sopesa, se convierten en ideas. En las creencias se está,
porque son el soporte intelectual con que se instala el ser humano en la
realidad; las ideas se tienen, porque son el objeto de su reflexión. La razón
vital es una razón "encarnada", vinculada a la vida y, más allá, a la
historia. Se va haciendo a lo largo de la vida.
8. El hombre no tiene naturaleza, tiene
historia. Centauro metafísico.
El hombre no es un ser natural, pues lo propio del ser natural es vivir adaptándose al medio que lo rodea, mientras que el procedimiento es inverso en el caso del ser humano: este adapta, a través de su manipulación técnica, el medio de su realidad. De ahí que el hombre sea un ser extranatural que se sitúa por encima del a naturaleza, un "centauro metafísico". Tampoco es, sin embargo, un ser espiritual, pues su vida se desarrolla inexorablemente en el trato con las cosas, en su circunstancia. El hombre es primariamente vida humana, y esta es siempre concreta, la de un yo que, apropiándose de las posibilidades que la vida le presenta, va configurando su propia biografía. Al mismo tiempo, en la medida en que acontece en una determinada época, la vida individual es constitutivamente histórica. "El hombre no tiene naturaleza, sino historia".
El hombre no es un ser natural, pues lo propio del ser natural es vivir adaptándose al medio que lo rodea, mientras que el procedimiento es inverso en el caso del ser humano: este adapta, a través de su manipulación técnica, el medio de su realidad. De ahí que el hombre sea un ser extranatural que se sitúa por encima del a naturaleza, un "centauro metafísico". Tampoco es, sin embargo, un ser espiritual, pues su vida se desarrolla inexorablemente en el trato con las cosas, en su circunstancia. El hombre es primariamente vida humana, y esta es siempre concreta, la de un yo que, apropiándose de las posibilidades que la vida le presenta, va configurando su propia biografía. Al mismo tiempo, en la medida en que acontece en una determinada época, la vida individual es constitutivamente histórica. "El hombre no tiene naturaleza, sino historia".
9. Libertad y responsabilidad.
El hombre es historia, vida, pero esa vida
está por hacer, por “hacerse”, puesto que es el hombre el que tiene que hacerse
a sí mismo, utilizando su libertad. Vivir es elegir constantemente lo que se
quiere hacer con la vida. Hay la obligación de hacer algo (vida es elección),
pero nadie está obligado a hacer algo determinado (se puede elegir entre
diferentes alternativas). El yo, pues, no es algo fijo, sino que se va haciendo
en unas circunstancias sobre las que ejerce su libertad. Desde sus creencias y
con sus ideas, el hombre desarrolla su proyecto vital eligiendo entre las
posibilidades que la circunstancia le ofrece, esto es, ejerciendo su libertad.
De este modo, las personas se hacen a sí mismas y, simultáneamente, modifican
la circunstancia que las envuelve, transforman el mundo. De este modo, el
hombre se hace, le guste o no, responsable de sí mismo y de su circunstancia: "yo
soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo."
10. Drama, ocuparse, peripecia, narración,
escritura de la vida.
Esta vida individual en que lo real se
manifiesta tiene una estructura dramática: es la peripecia, con sus
dificultades y facilidades, sus pesadumbres y felicidades, de un yo en su
circunstancia, de una persona en su mundo. Y, como drama que es, su comprensión
cabal ha de ser narrativa. Es la narración del o que le pasa a quien le pasa el
único método de comprensión de la singularidad de la vida. Como la tarea
narrativa es el reto por excelencia de la literatura, esta disciplina logra
alcance metafísico: es el lugar privilegiado de la comprensión de la realidad
radical en su singularidad constitutiva. Se trata de la comprensión de la vida
como "bio-grafía" ("escritura de la vida"). La vida humana
es, de entrada, un “estar ahí”. El hombre es acción, drama. La libertad da un
carácter problemático a mi vida. La vida no es una realidad acabada, es algo
que tengo que hacer. Puesto que el hombre es forzosamente libre, el mundo está
abierto a múltiples posibilidades de las que tiene que ocuparse. Lo contrario
del ocuparse es la “despreocupación”, el dejarse arrastrar, entregarse a las
costumbres (que es también una forma de ocuparse).
11. Vocación, autenticidad y
falsificación.
Ese “ocuparse” no es arbitrario, sino
conforme a un proyecto limitado por las circunstancias en las que se mueve cada
persona. Todo hombre, si sabe escucharla, oye en el fondo de su ser una
llamada, la de sus destino. Por esto, la cuestión moral clave es ser fiel a esa
llamada, a esa "vocación". La realización de ese proyecto o
vocación permite el perfeccionamiento del sujeto, pues marca la distancia desde
lo que es a lo que “tiene que ser”. Se dice entonces que lleva una vida auténtica.
Pero cuando lo que hacemos no realiza nuestro proyecto entonces decimos que se
falsifica nuestra vida.
12. La generación en la historia: masa, élite,
rebelión de las masas, filosofía.
Aunque los individuos se presenten formando
parte de una generación, la sociedad no integra a todos los individuos como
iguales: quienes se conforman con pensar lo que la “gente dice” pertenecen a la
masa; los individuos que buscan hacerse su propia opinión pertenecen a la élite.
Esta élite despierta en los demás el deseo de perfección y seguimiento, pero
cuando no es así, cuando se produce la “rebelión de las masas”, el proceso de
perfeccionamiento social entra en crisis y la sociedad carece de liderazgo. La
filosofía es una certidumbre radical y última que el hombre ha de hacerse para
no desorientarse en las vicisitudes de la vida.
EXPONER EL
PROBLEMA DE LA POLÍTICA Y LA SOCIEDAD EN UN AUTOR DE LA ÉPOCA...
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ANTIGUA: ARISTÓTELES (POLÍTICA
Y SOCIEDAD).
La ética aristotélica culmina en la política, que es la ciencia práctica (el uso práctico de la razón) más importante, porque no busca el bien o la felicidad del individuo (como hace la ética), sino el bien común, en el marco del Estado. Todos los actos humanos se explican ("logos") por su causa final ("telos"): teleología. Es decir, se explican por el fin que persiguen, lo que se busca con ellos. También la creación de la ciudad-estado ("polis") ha de responder a un fin que se considere bueno. Ese fin no puede ser otro (como también sucede en el caso de la ética) que el más elevado e importante de todos los que el hombre se propone: la felicidad o eudemonismo social, el bien común. Del mismo modo que el hombre adulto no se limita a vivir (a satisfacer las urgencias de la vida con moderación) sino que trata de vivir bien, virtuosamente (tener un buen carácter, ser feliz), tampoco la ciudad sirve solo para satisfacer las necesidades básicas (supervivencia). Vivimos en sociedad, sobre todo, para "vivir bien" en comunidad (bien común, felicidad social). Esto es así porque al no poder ser autosuficiente el individuo aislado, sólo en la polis, gracias a la ley y a la educación, puede éste llevar una vida buena, satisfaciendo tanto sus necesidades inmediatas (gracias al uso productivo de la razón), por ejemplo con la economía o crematística ("vivir o sobrevivir") como desarrollando las virtudes cívicas ("vivir bien" en comunidad, bien común).
Las polis, que es la sustancia, es un compuesto de materia y forma. La materia o cuerpo de la polis son los componentes sociales: individuos que son sociables por naturaleza, que se agrupan de manera natural en familias y aldeas. Son los órganos del cuerpo social: la polis.
La forma de la polis son los gobernantes y la estructura del estado. Lo mismo que la razón manda en el ser humano, ellos también mandan en la sociedad.
Como la naturaleza no hace nada en vano (lo
que es natural lo es por algo), Aristóteles analiza "científicamente"
las componentes naturales de la sociedad para saber: de qué está hecha (su
naturaleza o esencia), y para qué está hecha (su teleología). Del mismo
modo que la teleología o causa final por la que la naturaleza nos da los ojos
es para ver, del mismo modo somos animales racionales para tener un buen carácter
y ser felices, y animales sociables por naturaleza para vivir juntos buscando
el bien común. Por lo tanto, la ciudad es lo que es por naturaleza no por
artificio de la razón. Si el ser humano no fuera sociable por naturaleza, no
podría vivir en sociedad porque ese agrupamiento de seres humanos sería una
amenaza para todos.
La ciudad está compuesta por individuos
sociables por naturaleza, que como animales tienen "voz", es decir,
emiten sonidos que expresan el placer y el dolor, pero que como animales
racionales también tiene palabra, que es la expresión de lo justo y lo injusto.
Como los animales no tienen ni alma racional ni palabra, únicamente se mueven
impulsados por el placer y el dolor, y solo llegan a formar enjambres o rebaños;
en cambio, el ser humano, al poseer la razón y la palabra, tiende a unirse a
los demás hombres para vivir racionalmente, conforme al bien y a la justicia,
creando leyes.
Del mismo modo que los animales se unen para
procrear, los hombres forman familias para satisfacer sus necesidades sexuales
y alimenticias. Al frente está el padre que gobierna sobre su esposa,
hijos y esclavos, pero ejerce su poder de un modo distinto en cada caso.
El esclavo lo es por naturaleza y no constituye
más que un "instrumento animado" al servicio de su señor. La unión de
casas forma la aldea, que es una colonia de la casa. Por eso en la aldea aún no
hay verdadera política, pues se gobierna con los criterios de la autoridad
familiar.
El régimen político o estado es un modo de organización de la
sociedad. El régimen político, varía, por lo tanto, en función de la forma de
gobierno. Pues bien, el gobierno puede ser de uno solo, de la minoría o de la
mayoría. En cualquiera de los casos el gobierno será correcto si sus decisiones
están en consonancia con la finalidad de la polis, que es, como hemos visto,
conseguir el bienestar y la felicidad de los ciudadanos, esto es, si defiende
el bien común; y será incorrecto si defiende sus propios intereses. Tenemos,
por lo tanto, un total de seis formas de gobierno. Las formas de
gobierno correctas -justas- (defienden el bien común) son la monarquía (cuando
gobierna uno solo en bien de la comunidad); la aristocracia (cuando gobierna la
minoría de los mejores en beneficio de todos) y la república
-"politeia"- (cuando gobierna la mayoría en beneficio de todos). Las
formas de gobierno incorrectas -injustas- (defienden el bien privado), son la
tiranía (cuando gobierna uno solo en su beneficio o en el de un grupo; es la
degeneración de la monarquía); la oligocracia (cuando gobiernan los ricos en su
propio beneficio; es la degeneración de la aristocracia); y la democracia
(cuando gobiernan los pobres, que son la mayoría, en su propio beneficio; es
una degeneración de la república). Aplicando a la política el concepto ético de
que la virtud está en el término medio, el mejor régimen es aquel en el que la
clase media es numerosa y gobierna la ciudad. Podríamos pensar en una mezcla de
República, Aristocracia y Democracia.
La ciudad, siendo como es una comunidad
natural, un cuerpo, un organismo, es anterior al individuo aislado, a las
familias y a las aldeas que son los órganos que la forman. El todo siempre es
anterior a las partes. Del mismo modo que los órganos de un ser vivo no tienen
sentido ni cumplen función alguna al margen del conjunto total del organismo (a
no ser que se trate de un ser artificial, como una estatua, cuyas partes
aisladas pueden ser también bellas cuando se las considera por separado), el
individuo, las casas y las aldeas no tienen sentido al margen de la totalidad
del Estado del que forman parte. Por lo tanto, el Estado posee prioridad,
porque únicamente él es autárquico y se basta a sí mismo (no así las familias o
las aldeas). Es en él donde el hombre puede alcanzar su perfección, ya que solo
el Estado le permite, mediante la educación, actualizar todas sus
potencialidades inherentes a su naturaleza, tanto intelectuales como morales.
Un sujeto solo podría vivir fuera de la ciudad por tres causas: porque se ve
apartado casualmente de ella, porque es un ser bestial, inferior al hombre y
amante de la guerra, o porque un exceso de sabiduría le ha hecho semejante a
los dioses. Sin embargo, no todos los hombres que viven dentro de la ciudad son
considerados ciudadanos. No lo son ni las mujeres, ni los extranjeros, ni los
esclavos, que por naturaleza están supeditados a las relaciones de subordinación
de las casas.
La amistad civil, puede ser considerada una
virtud social, pues si el hombre es social por naturaleza, la amistad es la
manifestación más palpable de esa sociabilidad, dado que la amistad implica
concordia, deseo de vivir juntos.
MEDIEVAL: SANTO TOMÁS DE
AQUINO (POLÍTICA Y SOCIEDAD).
Aristóteles y Tomás parten del análisis de
la naturaleza humana y de los fines a los que está orientada (teleología, causa
final). Nuestros actos tienden a un fin último que aparece como el bien que
todos deseamos, la felicidad, que se adquiere mediante la práctica de las
virtudes éticas y dianoéticas. Esta felicidad buscada no es solo individual,
sino también social. Sin esa felicidad social, a la que llamamos bien común, el
hombre queda incompleto porque es sociable por naturaleza. Ese cuerpo de
individuos sociables por naturaleza necesita de un gobierno (la forma del
Estado) que dirija racionalmente su actividad hacia el bien común. El Aquinate
también sigue a Aristóteles en el análisis de las formas de gobierno, y en su
preferencia por una monarquía atemperada por elementos tomados de la
aristocracia y la república. La monarquía funciona como fundamento de la
unidad. La aristocracia gobierna la administración. En virtud de la república
el pueblo elegirá a los magistrados que representen sus intereses. Igual que
Aristóteles rechaza las formas de gobierno que solo buscan el bien privado
(tiranía, oligarquía y democracia). El gobierno despótico y arbitrario se aleja
del fin propio del Estado, que es el bien común de los ciudadanos.
Para Aristóteles la polis es la comunidad
perfecta porque es autosuficiente para que todos los ciudadanos alcancen sus
finalidades naturales de felicidad individual y de bien común. En efecto, la
polis sería perfecta si el ser humano solo fuese una realidad natural. Pero al
ser también una realidad sobrenatural necesita de una sociedad en la que pueda
conocer las verdades reveladas, encontrar los medios para practicar la virtudes
cardinales y alcanzar su finalidad sobrenatural de encuentro con Dios. Esta
comunidad es la Iglesia. El Estado solo puede proporcionar una felicidad
imperfecta o incompleta (solo atiende a lo natural), mientras que es la Iglesia
quien cuenta con los medios para alcanzar la felicidad perfecta y sobrenatural.
Es más, todos, incluidos los gobernantes, están sometidos a la ley de Dios, que
se expresa en la ley natural. Si la ley positiva y, con ella, el Estado, se
aparta de la ley natural, entonces no es verdadera ley, y los súbditos no tendrán
obligación de obedecerla. La autoridad de los gobernantes proviene de Dios a
través del pueblo, pero, si abusan del poder, se convierten en tiranos. Existe
el derecho a deponer al tirano si hay garantía de que no se producirán males
mayores.
Dotados como estamos de palabra para
discutir con los demás lo que es bueno o malo, justo o injusto, somos sociables
por naturaleza. De ahí que el estado, como forma del cuerpo social, deberá
organizar a la sociedad con vistas al bien común. Dentro de esa tarea social de
la palabra que discute sobre lo bueno y lo malo, aparece la ley natural
fundamental de toda la ética, que el bien ha de hacerse y el mal ha de
evitarse. De la misma manera que en la razón teórica la ley fundamental es el
principio de no contradicción, en la razón practica (ética y política), el
principio fundamental es esa ley que pretende buscar el bien y la justicia y
evitar el mal y la injusticia. De ahí que si el gobernante promueve el mal y la
injusticia puede ser depuesto. Como la ley natural nos descubre que somos
sociables por naturaleza, es imprescindible que el estado promulgue leyes para
organizar, con vistas al bien común, al cuerpo social de individuos sociables
por naturaleza. A esas leyes que concretan y prolongan la ley natural se las
llama leyes positivas. Sean cuales sean esas leyes, tienen la obligación de
promover y de no ir contra ninguna de las tendencias naturales: leyes a favor
de la conservación de la existencia de los entes humanos, a favor de la familia
(como entes cuya esencia animal es la de reproducirse), a favor del
conocimiento (como animales), a favor del bien y de la justicia (dotados como
estamos de palabra, somos por naturaleza sujetos éticos y políticos).
Nos encontramos que en la sociedad conviven dos tipos de comunidad: el Estado y la Iglesia. Aunque cada una tiene sus propias finalidades, y en ello cada una es autónoma, sin embargo, como pasaba en las relaciones entre razón y fe, hay situaciones que comparten. Ese punto de intersección se conoce como el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Esas relaciones, en el contexto de la edad media, están llenas de conflictos puesto que el poder civil pretende entrar en la parcela de la Iglesia y la Iglesia en la del poder civil. La relación entre la Iglesia y el Estado es semejante a la que existe entre la fe y la razón: aunque la razón y el Estado tengan su campo propio, ambos están al servicio de la fe y la Iglesia. La Iglesia supervisa que las leyes positivas que aprueba el estado fomenten y no vayan contra la ley natural, que seria lo mismo que ir contra la ley de Dios. Por ejemplo, que el estado apruebe leyes positivas que vayan contra la familia o contra la verdad, etc. Además, dada la falta de autosuficiencia de la política para dotar a los ciudadanos de todo lo que necesitan para su realización sobrenatural, la Iglesia tiene una misión superior, que consistirá en dotar de los medios sobrenaturales necesarios para la salvación (los sacramentos). La salvación eterna, la visión de Dios, siempre será más importante que cualquier otra finalidad temporal. Reconoce la independencia del Estado en lo que se refiere al bien común (natural).Es decir, el Estado tiene todos los medios necesarios para promover con leyes positivas las tendencias naturales que podemos encontrar en los seres humanos: supervivencia, reproducción, verdad, bien común.
MODERNA: LOCKE (POLÍTICA
Y SOCIEDAD)
Con John Locke se inician simultáneamente el
Empirismo, la Ilustración y el Liberalismo político por su insistencia en la
división de poderes, en la libertad del individuo frente al Estado y por su
defensa de los derechos naturales fundamentales. El pensamiento político
de Locke se contiene en sus "Dos tratados sobre el gobierno civil",
en los que refutó el derecho divino de los reyes (frente a Robert Filmer),
criticó el absolutismo (defendido por Thomas Hobbes) y expuso sus ideas sobre
el arte de gobernar (como ya antes había hecho Nicolás Maquiavelo). Se puede
resumir en dos tesis. La primera, igual que en una familia todos deben obedecer
al padre que tiene un poder absoluto, también en la sociedad civil todos deben
obedecer al monarca. La segunda, defiende que el monarca reinaba por
derecho divino. Locke Dios considera que la autoridad de los gobernantes no
deriva de Dios, sino del acuerdo entre los hombres (contractualismo).
Criticó el innatismo político de Filmer: no hay prueba alguna de que Adán
recibiera por parte de Dios los poderes políticos absolutos que Filmer le
atribuye; aunque los hubiera recibido no hay prueba alguna de que esos poderes
hayan pasado a sus herederos. Quizás fue algo sólo suyo. Aunque los poderes
hubieran pasado a sus herederos, no habría manera cierta de saber a cuál de
ellos le correspondía la sucesión. Aunque en su momento tal derecho de sucesión
se hubiera determinado, hace ya mucho tiempo que le hemos perdido la pista a
las ramas del árbol genealógico de Adán. A pesar de su crítica al derecho
divino del monarca, Locke no está en contra de la monarquía como tal. Considera
que la monarquía parlamentaria es la forma más justa de gobierno, al
aunar la estabilidad del poder político (monarquía) con su legitimación y
control contractual (parlamento). Pero no es una monarquía de derecho
divino.
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Una vez criticado el absolutismo
de Filmer, Locke expone las bases de su propio pensamiento político en el
Segundo Tratado sobre el Gobierno civil. Empieza describiendo el "estado
de naturaleza". Se trata de un estado prepolítico, anterior a la sociedad,
en el que los hombres vivían por naturaleza en perfecta libertad y perfecta
igualdad. En este estado rige una única ley dada por Dios, la ley de naturaleza
que se puede conocer racionalmente analizando las tendencias de la naturaleza
humana y que obliga a todos. Esta ley enseña que los hombres tienen derechos
naturales individuales que les son inalienables : la vida, la libertad, la
propiedad privada y el derecho a defender estos derechos, pues bien puede ser
que otros hombres hagan caso omiso de esta ley e intenten hacerme daño en
alguno de mis derechos. De los tres derechos naturales, el de propiedad es el más
importante.
Al principio los bienes
materiales eran comunes a todos los hombre. Sin embargo, las cosas sólo pueden
ser utilizadas por los hombres cuando éstos se sirven de su propio trabajo y lo
introducen en ellas. Aquello que tú trabajas es aquello que tú posees
privadamente excluyendo a los demás. Esto no significa que una persona pueda
acumular todas las posesiones que quiera. La propiedad tiene un límite: sólo es
apropiable aquello que es utilizable, es decir, aquello de lo que uno puede
sacar provecho antes de que se eche a perder. Todo aquello que exceda lo
utilizable será de otros dice.
Para Hobbes el estado de
naturaleza es un estado de guerra permanente de todos contra todos. Para Locke,
en cambio, el estado de naturaleza es un tipo de paz muy frágil porque, a
pesar de que la ley natural rige para todos y todos los hombres son libres e
iguales, la humanidad se encuentra en un estado de enfermedad debido a tres
motivos: por el desconocimiento de la ley natural, la falta de
imparcialidad para juzgarnos a nosotros mismos y a los demás conforme a la ley
y falta de fuerza para hacer cumplir la ley. Esta mezcla inquietante
entre guerra y paz que es precisamente lo que hace a los hombres abandonarlo y
moverse hacia el pacto social. Al entrar en sociedad renunciamos al derecho de
defensa personal y delegamos esa defensa de nuestros derechos al estado.
Aunque en el estado de naturaleza cada individuo tiende a relacionarse bien con
los demás no les basta con esa moral natural porque acaba en una
convivencia inestable, entre guerra y paz. La sociedad civil y el estado que
construye para proteger sus derechos naturales ya no es algo natural, sino un
artefacto que no deriva de la razón práctica aristotélica, sino de la razón
productiva.
Como en el estado de naturaleza
todos los hombres son libres e iguales, la cesión de los derechos no puede ser
exigida sino que tiene que contar con el consentimiento de cada uno. Como es
obvio, son muy pocos los hombres que han participado en un pacto constituyente
como este. ¿Quiere ello decir que los no participantes no tienen obligaciones
políticas? La tienen en la medida en que incurran en el "consentimiento tácito":
todos los individuos pueden o no someterse al poder vigente en el Estado,
en la medida en que hagan asienten implícitamente a las instituciones políticas
y quedan sujetos a sus obligaciones.
El poder se divide en tres. El
poder legislativo, que queda en manos del parlamento y que se encarga de
promulgar leyes en conformidad con la ley natural. El poder ejecutivo, que
queda en manos del gobernante y que se encarga de hacer cumplir la ley. El poder
federativo, que la regulación de las relaciones internacionales. El pueblo
mantiene en todo momento la capacidad de decidir si el gobernante está actuando
o no conforme a la misión que se le ha dado. Aunque propiamente la rebelión
del pueblo no es rebelión sino defensa contra la rebelión. Quienes se están
verdaderamente rebelando (que etimológicamente significa" renovar el
estado de guerra"), son los gobernantes que no cumplen con su función.
En contra de lo que pensaba Hobbes, para Locke el gobierno carece de competencias en materia de familia y religión, lo que le lleva a defender la separación de la Iglesia y el Estado. Como la fe no es algo que se pueda imponer, habrá que tener respeto y tolerancia hacia las distintas "fes" religiosas. La tolerancia de Locke, sin embargo, no alanza a todo el mundo y no se aplica a los católicos, pues están vendidos a los poderes extranjeros y conjuran contra Inglaterra; ni a los ateos, que carecen de todo principio moral; ni a los mahometanos, cuyos principios son contrarios a los de la civilización inglesa, ni a cuantas sectas pongan en peligro el orden social establecido.
CONTEMPORÁNEA (MARX) POLÍTICA
Y SOCIEDAD.
Lo propio del hombre es su necesidad de
transformar el mundo para vivir en él, su necesidad de trabajar. ¿Por qué se ha
definido al hombre como un ser teórico-contemplativo? Porque quien filosofa es
quien dispone del ocio necesario. Convierte la esencia del amo (el que teoriza)
en la esencia del hombre como tal. En esta praxis de transformación del mundo a
través del trabajo, el hombre se relaciona consigo mismo, con la naturaleza y
con los otros seres humanos. Al trabajar, el ser humano se convierte en lo que
es en un "modo de producción" (de los que cabe distinguir, a lo largo
de la historia, el asiático, el antiguo, el feudal y el burgués), en donde
pueden diferenciarse: una infraestructura (que incluye un sistema de producción
y un sistema de distribución de bienes) y una superestructura o conjunto
de ideologías vigentes para una infraestructura determinada.
Las relaciones de producción establecen el
modo de propiedad de los medios de producción, que, a su vez, constituyen el
criterio de pertenencia a una u otra clase social. Las fuerzas productivas en
el capitalismo liberal comprenden al proletariado (con su fuerza de trabajo) y
la tecnología.
La superestructura el conjunto de ideologías correlativas a una infraestructura determinada. Las sociedades no se limitan a producir un modo de organización social del trabajo; generan también doctrinas que proporcionan a sus miembros una "imagen" del mundo y del hombre: las ideologías. Éstas tratan de legitimar el orden social vigente, presentándolo como "natural" aunque no lo sea. Son "mentiras legitimadoras" que favorecen a los privilegiados por esa organización social.
La superestructura el conjunto de ideologías correlativas a una infraestructura determinada. Las sociedades no se limitan a producir un modo de organización social del trabajo; generan también doctrinas que proporcionan a sus miembros una "imagen" del mundo y del hombre: las ideologías. Éstas tratan de legitimar el orden social vigente, presentándolo como "natural" aunque no lo sea. Son "mentiras legitimadoras" que favorecen a los privilegiados por esa organización social.
La ideología jurídica del
liberalismo capitalista consagra como derechos fundamentales la libertad, la
igualdad y la propiedad. Sin embargo la estructura social establece una
situación de desigualdad entre las clases porque la necesidad que el trabajador
tiene de los medios de producción del burgués anula su libertad y su supuesta
igualdad recíproca. Así mismo, el orden jurídico del capitalismo es pernicioso
porque consagra como derecho lo que constituye el origen del carácter alienante
de la sociedad capitalista: el derecho a la propiedad privada. Este derecho, lo
disfrutan en la práctica solo aquellos que tienen el capital necesario para
poder ejercerlo: los burgueses. Este derecho, además, está respaldado por la
estructura del Estado: la policía y los ejércitos se hallan al servicio de la
clase dominante. La política liberal, afirman sus partidarios, es accesible a
todos. En realidad, la política la ejerce quien la puede ejercer: de nuevo, la
burguesía.
Al establecer la imposibilidad de la
justicia en este mundo, la religión conforta a quien sufre injusticia y hace
que se conforme con su situación. Al garantizar la justicia en el "otro
mundo", el cristianismo disuade al proletario de buscarla en este. Por
eso, dice Marx, la religión adormece al pueblo: "la religión es el opio
del pueblo". Al condenar la violencia, la religión inhabilita al
proletariado para llevar a cabo la revolución necesaria para la consecución de
una sociedad más justa. Y es que esta revolución es inevitablemente violenta.
Por eso, la condena de la violencia es la condena de la revolución. También la
filosofía, en la medida en que se enfrasca en problemas abstractos y olvida los
conflictos reales del presente, es ideología que solo se superará si, además de
ser crítica -esto es, de denunciar la alienación-, se convierte en praxis, en
actividad revolucionaria.
El capitalismo constituye una estructura
social alienante. La alienación fundamental es la que afecta a la
infraestructura, que al ser el fundamento de la superestructura, lo es también
de la alienación "superestructural". En el sistema capitalista, el
proletario no es propietario de los medios de producción. Por ello, para
producir aquello que necesita, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo.
Por la fuerza de trabajo recibe un salario, que por necesidades del sistema
capitalista, nunca excederá del mínimo imprescindible para sobrevivir. Pues
bien, la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor del
producto es la plusvalía: el propietario de los medios de producción y, por lo
mismo, del producto realizado paga la fuerza de trabajo, que tiene menos valor
que el producto elaborado con esa fuerza de trabajo, y se queda con la
diferencia (plusvalía). Ahora bien esta praxis que el trabajador vende es,
precisamente, aquello que el trabajador es. Por ello, al vender su praxis, se
vende a sí mismo. De este modo, se trata a sí mismo como una mercancía y no
como un ser humano, y quien se vende a sí mismo deja, evidentemente, de
pertenecerse, pasa a pertenecer a otro: el burgués. El precio que el burgués
paga por convertirse en amo del proletario es el salario. Luego, la relación
liberal capitalista entre proletariado y burgués, sellada mediante el contrato,
es una relación de esclavitud.
La alienación del hombre respecto de sí mismo en el capitalismo conlleva también la del trabajador respecto de su producto. La venta de la fuerza de trabajo a la que el proletariado se ve obligado implica, evidentemente, la desposesión de este del producto de su trabajo, del producto en que cristaliza su actividad. Lo que el trabajador produce no le pertenece (al vender su fuerza de trabajo, vende también todo lo que esta produce). Esta situación pervierte completamente el sentido del trabajo humano, porque, como hemos afirmado, el ser humano es un ser con necesidades que ha de satisfacer a través del producto de su trabajo. Sin embargo, en el sistema capitalista, este producto no sirve a la satisfacción de su productor, sino que, como propiedad del burgués, su finalidad es la de servir de mercancía en el intercambio mercantil. En esto consiste la llamada alienación del hombre respecto del producto de su trabajo.
También la naturalezas es en el sistema
capitalista objeto de propiedad privada, por lo que, en vez de aparecer ante el
hombre como hogar compartido, fuente de los recursos necesarios para la
satisfacción de las necesidades de todos, se le presenta como propiedad ajena,
posesión de otro, traicionando, así, su auténtico sentido humano. Y, de nuevo,
es la propiedad privada la responsable del carácter alienado de la relación del
hombre con la naturaleza.
¿Cómo se configuran en el
liberalismo capitalista las relaciones entre hombres pertenecientes a la misma
clase social? Las relaciones económicas están presididas por la competencia, y
esta se desarrolla incentivando el beneficio privado y supone un sistema de
selección disyuntivo (o tú o yo). Así, en el capitalismo, los proletarios
compiten entre sí pro el puesto de trabajo y los burgueses por la consecución
del beneficio y el acaparamiento del mercado.
La historia se mueve por las contradicciones
que presiden los sistemas sociales, que se plasman en la lucha de clases . La
contradicción propia del capitalismo es el incremento de la población
proletaria y la disminución de la burguesía: cada vez hay menos que tienen más.
Este hecho conducirá de manera inexorable a la revolución del proletariado. En
el liberalismo capitalista no existe flexibilidad social de abajo hacia arriba,
esto es, no es posible que el proletariado llegue jamás a ser burgués. Y ello
porque, al carecer de los medios de producción, se ve obligado a vender su
fuerza de trabajo. Solo existe flexibilidad de arriba hacia abajo: el burgués
puede descender al abismo del proletariado a través del sumidero de la ruina.
El sistema capitalista tiende inexorablemente al monopolio. Promueve, en
virtud de su dinámica de competencia, la acumulación creciente del capital y de
los medios de producción en pocas manos.
El movimiento de la
realidad no es ciego, sino que tiende a un fin, el advenimiento de una sociedad
justa, no alienante. Si la alienación del liberalismo capitalista genera clases
sociales (el proletariado y la burguesía), la sociedad justa será aquella que
haya abolido las clases sociales: una sociedad sin clases. Si la distribución
capitalista atiende a razones económicas sobre la base del principio de la ley
de la oferta y la demanda, la distribución en la sociedad justa se realizará de
acuerdo al principio "a cada uno según sus necesidades y de cada uno según
sus posibilidades", o, lo que es lo mismo, se tomará de cada ciudadano,
para repartir, aquello que le sobre y se le proporcionará aquello que necesite.
Si el capitalismo tiende a despreciar el trabajo manual (proletariado) frente
al intelectual, la sociedad justa tenderá a valorar a ambos por igual.
Marx bautiza con el nombre de comunismo a un
tipo de sociedad que está al servicio del hombre y en la que la propiedad de
los medios de producción, de los recursos naturales y del producto del trabajo
es común. Al comunismo se llegará a través de la revolución del proletariado,
que arrancará el poder a la burguesía. Esta revolución es inexorable y tendrá
un carácter forzosamente violento pues nadie cede (y la burguesía no es una
excepción) sus privilegios de forma pacífica.
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